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Oslo enamora

La quietud del agua del fiordo da a Oslo una imagen imperturbable. Sin embargo, es una ciudad en permanente transformación que reinventa sus espacios y muta al último grito de las vanguardias.

Dicho de prisa: Oslo es pacífica. A lo mejor por esto Alfred Nobel trasladó el premio desde Suecia, su casa, a Noruega. Oslo no deslumbra pero acompaña. Acoge sin histerias. ¿Preciosa? No, perfecta. Transpira voluntad de hacer las cosas bien y la tecnología lo manifiesta. Inteligente por donde la mires y sin fugas de tiempo. Oslo fluye. Es un espejo donde se puede adivinar el futuro de las ciudades que hacen lo que deben.

Oslo es agua y verde. Y parques, esculturas y diseño. Gente silenciosa y amable. Oslo es la pintura de Munch, la paz de Nobel, la escultura de Vigeland, la música de Grieg y la rebeldía de Nora de Casa de Muñecas de Ibsen. Y aunque en Oslo todo es Munch, en las vistas de Ekerberg, fuente de inspiración de El Grito, y fondo de su obra, mucho más.

Un día a los glaciares noruegos se les dio por deshielarse y el mar ocupó su lugar. Así nacieron los fiordos, que parecen invadir el mar, pero son profundos valles en forma de U. Al aterrizar impresionan.

Qué ensamblaje colosal de tierra y agua. De tierra, agua, verde, arquitectura y habitantes. Qué enlace sereno, racional, sin estridencias, con esa luz tan tenue que hace estallar los colores. Es tenue pero no se apaga, porque el sol de junio trabaja en todos los turnos.

DATOS. Información útil para conocer Oslo.

A los fiordos

En riguroso transporte público, ferry, vas a Hovedoya, Belikoya, Lindoya ost, Lindoya vest, Nakholmen y Gressholmen y Langoyene. Cada isla guarda la memoria en medio de paisajes de abetos, alerces centenarios, casas de colores, cientos de aves. Cada una tiene algo que decir. Hovedoya habla del medioevo en medio de un antiguo templo en homenaje a María. Gressholmen es curiosa, los conejos son allí ciudadanos de primera. Cada una un estilo, un período, una definición.

Y ahora juegas: no eres un viajero que va en un ferry del transporte público con una chica al lado que no para con el chat. No estás recorriendo un archipiélago de más de 40 islas de colinas suaves y bosques. Y cientos de lanchas, botes, kajaks, barcos a vela y bicicletas acuáticas.

Eres Olav y vas en un pequeño barco con un insolente dragón en la proa. Tienes ese punto de locura y salvajismo que te hace burlar de la vida y de la muerte. Te va la poesía, las cosas de la tierra y los telares. Y cuando algo falta, ya sabes cómo se busca. Recorres muchas veces al día ese mar que parece un lago. Estás en casa. La misma casa que hoy alberga a la chica del chat, que también tiene su aire de vikinga, y a todo lo que flota y se desplaza. Estos islotes verdes con fondo de montaña suave, hoy, son la segunda residencia de muchos noruegos. Y tienen razón, es bueno vivir donde el tiempo se detiene, en medio de una luz tenue y aguas grises. Para el viejo Olav y para sus descendientes este fiordo no ha cambiado.

Los barrios

Muy cerca del puerto la Karl Johan Gate contagia energía. Tiendas, bares (y el mejor café imaginable), museos, viajeros, músicos de calle y al fondo, el Palacio Real de Oslo. El parque circundante es entrañable y en su interior está la casa de la Literatura, un exquisito bar de actividades literarias con terraza bajo los árboles.

Grønland es otra cosa: Colorido, multicultural y variopinto con sabor a curry, a taco del pastor, a arepas, pakoras y samozas. Muy cerca, Oslo es pequeña, está Gamlebyen, donde el medioevo dejó unas ruinas, casas de madera y calles de adoquín. Y Grünerlokka, detrás del río Akerserlva, antiguo barrio obrero de ladrillos rojos y hoy el lugar más trendy de Oslo: Ropa de segunda mano, arte, vinilos, el café de Tim Wendelboe, cocina de diseño y sana, música, y gente del otro mundo es posible. En contraste: Frogner, el barrio rancio y elegante de Oslo se enorgullece del Parque Vigeland, donde el Niño Enfadado patea su rabia al aire. Pero más caprichoso aún es encontrar en pleno verde más de 212 esculturas de figuras humanas, entrañables, sinceras, cotidianas. El Monolito, un clamor espiritual plasmado en un bloque único de granito esculpido con 121 desnudos entrelazados.