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Nepal, magia y corazón en la montaña

El techo del mundo. Conmueve la sutil presencia de algo más grande que nosotros mismos.(Foto: Cris Gorbea)
El techo del mundo. Conmueve la sutil presencia de algo más grande que nosotros mismos.(Foto: Cris Gorbea)

Shifty. Shifty..!” Me grita Mindhu, nuestro sherpa, mientras baja rápidamente por la pendiente de la montaña directo hacia donde me encuentro. Habla inglés, yo también, pero no logro entender qué me quiere decir. “Shifty, shifty!” repite, esta vez con un tono más imperativo. Estamos descendiendo en rappel desde la cumbre del Island Peak, una montaña de más de 6200 metros en el Himalaya y se ve que hay algo que no estoy haciendo bien. Cuando por fin se acerca, me ayuda con la soga de seguridad que me mantiene a salvo de una posible caída. Ahora entiendo que “Shifty” es “Safety” (seguridad en inglés) y un mínimo descuido me hubiera hecho caer al vacío.

El ascenso forma parte de la aclimatación necesaria para correr la maratón más alta del mundo, en el Everest. El running forma parte de mi vida desde hace más de treinta años, cuando lo descubrí de casualidad, como método (¡muy efectivo!) para bajar de peso. Lo que empezó como dieta se transformó en un estilo de vida que me permite correr carreras en lugares hermosos y hacer locuras “sanas” como ir a competir a la Antártida, al Polo Norte, al Himalaya!

Habíamos arribado a Katmandhu, su capital, en un largo vuelo de Emirates de casi 24 horas puerta a puerta, cruzando medio planeta. Lo que más me sorprendió en esa ciudad es que casi no hay semáforos, el tránsito es inimaginablemente desordenado, las motitos pasan zumbando a centímetros de los autos y peatones, pero nadie se enoja, ni siquiera hay bocinazos. Ese “caos organizado” lo atribuyo al formidable espíritu nepalés: todos saludan inclinando la cabeza, sonriendo y juntando las palmas de las manos: “Namasté” (“saludo a lo más sagrado que hay en ti”).

Espíritu nepalés: todos saludan inclinando la cabeza, sonriendo y juntando las palmas de las manos: “Namasté”.  (Foto: Cris Gorbea)
Espíritu nepalés: todos saludan inclinando la cabeza, sonriendo y juntando las palmas de las manos: “Namasté”. (Foto: Cris Gorbea)

Luego de pocos días de preparativos allí, un pequeño grupo de corredores y nuestro sherpa partimos hacia Lukla, tal vez el aeropuerto más peligroso del mundo: tiene una pista de sólo 400 metros en forma inclinada en donde los pequeños aviones deben hacer malabares para frenar a tiempo. Desde allí realizamos un trekking hacia los siguientes pueblos, para ir ganando altura y acostumbrando al cuerpo al entorno. La subida debe ser paulatina, tenemos cerca de diez días de caminata suave para llegar al punto de largada: El EBC (Everest Base Camp, a 5300 metros de altura)

A lo largo del trekking pasamos por pequeñas aldeas cuyos habitantes nos reciben con enormes sonrisas. El paisaje es imponente en el Valle Sagrado del Khumbu: árboles exuberantes custodian las laderas de las enormes montañas mientras el generoso caudal del río Dudh Kosi da muestras de lo salvaje y bello que es la naturaleza por estas latitudes. Hay comodidad a pesar del entorno: paramos a dormir en pequeñas hosterías que tienen ducha caliente y… ¡wifi! Nos alimentamos con los sabores de la cocina local: momos (empanaditas), dalbhat (arroz, lentejas y vegetales), noodles (fideos). Nuestro sherpa siempre tiene la precaución de hervir el agua que tomaremos, la posibilidad de intoxicarnos es alta.

Katmandhu. Lo que más me sorprendió en esa ciudad es que casi no hay semáforos, el tránsito es inimaginablemente desordenado.(Foto: Cris Gorbea)
Katmandhu. Lo que más me sorprendió en esa ciudad es que casi no hay semáforos, el tránsito es inimaginablemente desordenado.(Foto: Cris Gorbea)

La carrera fue perfecta, pero recuerdo una de las paradas programadas mientras ascendíamos, que nos detuvimos en un antiguo monasterio budista de más de mil años: Tengboche. Apenas puse un pie adentro, me conmovió la presencia de un silencio profundo que se podía sentir en todo el cuerpo. Mi mente se apagó de pensamientos y mientras recorría los pasillos y veía las figuras espirituales dibujadas en las paredes, me puse a llorar sin motivo, conmovido por la sutil presencia de algo más grande que nosotros mismos.