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Montreal en algunas postales

Vista del centro de la ciudad desde el parque Mont Royal. Montreal es una ciudad limpia, ordenada, amable y distendida, donde la gente circula con una sonrisa.
Vista del centro de la ciudad desde el parque Mont Royal. Montreal es una ciudad limpia, ordenada, amable y distendida, donde la gente circula con una sonrisa.

La ciudad canadiense es el reino de la armonía cotidiana, entre sus habitantes y turistas. Visitas obligadas: los barrios Mile-End y el francés Outremont, el italianísimo Café Social y la librería Drawn and Quarterly, a la cual concurren figuras de Hollywood.

El mundo entero pone los ojos sobre Londres. Los Juegos Olímpicos son, dicen todos, el momento en que las naciones y ciudades dejan de lado sus diferencias para convivir, jugando, en armonía. Pero se trata éste de un estado de excepción, que terminará en un puñado de días y que en mucho se parece a una ilusión.

No olvidemos los miles de soldados británicos destinados por el gobierno de David Cameron a controlar la seguridad de la ciudad y los miles de agentes de la empresa privada contratada con el mismo objetivo.

Es por eso que en este cálido verano del hemisferio norte, es quizás en la ciudad canadiense de Montreal y no en Londres, donde hoy puede encontrarse de un modo natural y sin la presencia intimidante de las armas, la armonía cotidiana en la interacción entre personas.

Mile-End es el barrio donde viven artistas locales, jóvenes profesionales, inmigrantes de origen griego y portugués. Las casas, de comienzos del siglo pasado, no tienen más de tres plantas, con un pequeño espacio verde adelante y una reja baja.

Es media mañana y la gente camina distendida por las calles. Ellos van con bermudas y ellas con vestidos livianos y soleras que, en ocasiones, la suave brisa se ocupa de agitar lo suficiente.

Camino en dirección al Café Social. Es un café manejado por tres hermanos italianos, que hablan en italiano detrás de la barra, mientras preparan el café como solamente saben hacerlo los italianos: el mejor expreso de Montreal, tiene fama de estar en el Social. Los clientes retiran el café en la barra y se sientan luego en alguna mesa de la terraza, a la sombra de un árbol, mientras un grupo de gorriones caminan por allí, se asientan en una mesa, saltan a otra.

En el Social, la gente lee un libro, consulta sus computadoras, le pega una mirada al diario o, simplemente, toma café mientras las voces de otras mesas hacen compañía.

Nadie sabe muy bien por qué, pero es sabido que, mientras lleva meses adaptarse a una ciudad ajena, a las dos semanas en Montreal cualquiera se siente como en casa. Al menos en verano, cuando el clima ayuda y la temperatura es confortable para el cuerpo (en el invierno, el termómetro puede marcar hasta 30º C bajo cero).

Una mujer adulta quiere salir de un almacén del barrio, pero se detiene de pronto para dejar pasar a un hombre que, en la vereda, lleva a su hijo en un cochecito. Ella sonríe y mira por un instante al niño y luego al padre. Éste agradece y sonríe también, mientras sigue su camino.

En Montreal, las breves interacciones sociales, casuales, callejeras, tienen un tono difícil de encontrar en otras grandes ciudades: circulan las sonrisas, el volumen de la voz no se levanta, los gestos de las manos son tranquilos. Nadie hace un paso atrás al momento de acercarse el desorientado a preguntar por una calle, por un local comercial, por una estación de bicicletas o del metro. El sonido parece extenderse, perderse de a poco en el espacio.

En ocasiones, al caminar por la vereda, puede verse la puerta abierta de una casa y hasta la puerta de atrás también abierta, dejando ver el patio del fondo desde la vereda misma. En el pub, en el café, es posible dejar el bolso en la mesa para ir al baño.

En el barrio de Outremont, uno de los calificados como “franceses”, son vecinos la iglesia cristiana ucraniana y el restaurante manejado por una familia árabe. Aquí –son las siete de la tarde– todavía hay mucha luz y las mesas están ocupadas desde hace rato. El hábito anglosajón es el que regula las comidas. Mientras, las mujeres judías pasean con sus hijas, todas vestidas de negro, y con los niños que llevan ya los tradicionales rulos alargados (bucles) y la cabeza afeitada.

Para el amante de la lectura, Montreal es el lugar perfecto: hay librerías de usados en inglés y francés. En Montreal tiene su sede, además, la editorial Drawn and Quarterly, una de las más respetadas en el mundo entero cuando se habla de cómics y novelas gráficas.

La librería, donde la editorial vende sus propios libros (y muchos más), está a pocos metros de Bernard esquina con l\'Esplanade. Podría definirse como una curated book store, es decir, una librería “con curaduría”, con un criterio de selección: en sus estantes conviven los comprometidos reportajes gráficos de Joe Sacco, las tiras de Daniel Clowes y las aventuras del mismísimo Tintín, junto con las novelas policiales de Mickey Spillane y del inolvidable Jim Thompson.

Nota para la frivolidad: en ocasiones es posible ver en esta librería, como queriendo pasar inadvertido, a algún actor o actriz de Hollywood. Por una cuestión de costos, algunas productoras de cine norteamericanas deciden filmar en Montreal. Y en esta ciudad, las estrellitas de Hollywood parecen tener dos antojos: hacer yoga y visitar Drawn and Quarterly.

Esquina de Laurier y Clark. Ella maneja su bicicleta en dirección al centro; él va en dirección perpendicular, frena suavemente y la deja pasar. Al alejarse del cruce, ella mira hacia atrás por un instante, como por encima del hombro y le sonríe mientras agradece: Merci (gracias, en francés). Otro ciclista, que ha visto la escena toda, la mira alejarse, la sigue con ojos soñadores, frustrados.

Ella pedalea una de las unidades del sistema público de bicicletas de Montreal. Son de aluminio y quizás por eso muchas tienen pegada la propaganda de una conocida empresa canadiense que produce ese metal. La industria del aluminio es altamente contaminante.

No todo es perfecto. Ni siquiera en Montreal.

Lo que hay que saber

Algunos precios en Montreal:

Un taxi desde el aeropuerto de Montreal hasta el centro de la ciudad sale 35 CD (dólares canadienses).

El pasaje del metro o del bus urbano, 3 CD.

El sistema de público de bicicletas, por mes, 30 CD.

Un café, en promedio, 2,50 CD. Un almuerzo vegetariano, con bebida incluida, 15 CD.

Una buena opción, en cuanto a la relación calidad - precio, sea la comida árabe, que en Montreal es casi un fast-food artesanal y puede encontrarse sin problemas: un sándwich de falafel y verduras cuesta en promedio 4,5 CD. Una pizza para dos personas, 20 CD y dos bochas de helado de excelente calidad, 4 CD.

Los domingos antes de mediodía está impuesta la costumbre del brunch que, en un local de calidad, ronda los 15 / 20 CD por persona.

La comida gourmet en Montreal es esencialmente heredera de la alta cocina francesa, pero todas las cocinas del mundo están muy bien representadas en esta ciudad. Tanto es así que la revista norteamericana Gourmet le dedicó un número especial, por su variedad y calidad. A lo largo de más de medio siglo de existencia, la revista ha distinguido de este modo solamente a un pequeño grupo de ciudades.

Un menú degustación cuesta en promedio 60 CD por persona, sin tener en cuenta, por supuesto, el costo de un buen vino.

En los restaurantes más prestigiosos de la ciudad es necesario reservar con un par de meses de anticipación.