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Mixtura inca y española

(Fotomontaje de Javier Candellero).
(Fotomontaje de Javier Candellero).

El Titicaca, el lago navegable más alto del mundo, presenta en su costa boliviana a la ciudad de Copacabana, símbolo de la cultura andina. En la superficie lacustre, la Isla del Sol, es habitada por antiguas comunidades aborígenes.

Tras cruzar el estrecho de Tiquina en una lancha por 1,5 bolivianos ($ 0,90), mientras el ómnibus en el que viajábamos lo hacía en una balsa “preparada” para tal fin, continuamos el recorrido hacia Copacabana e Isla del Sol.

En el recorrido desde San Pedro de Tiquina a Copacabana, el lago Titicaca aparece y desaparece entre cerros de cortas pasturas y arboledas diseminadas.

Los tonos de azules dominan la postal, divida por un horizonte lejano que según desde donde se lo mire, muestra irregularidades por las montañas y cerros distantes.

La primera impresión de Copacabana es la de una ciudad de perfil fluvial, donde se ofrecen de manera constante y a viva voz, cambio de dinero y excursiones a la isla del Sol; a Kazani (frontera con Perú), y a Puno (Perú), entre otras propuestas.

En la calle principal de Copacabana, restaurantes y hoteles se ubican entre negocios de souvenirs que venden en su mayoría los mismos productos.

En alojamiento, la oferta es variada. Conseguimos una habitación entre 30 Bs ($ 18,60) y 50 Bs ($ 31,10), por persona, con baño privado y TV, ubicado sobre la calle principal y a tres cuadras del lago.

Los precios disminuyen conforme el establecimiento se aleja del centro.

Es importante tener en cuenta que en Copacabana no hay hostels y casi no hay lugares donde uno pueda cocinar, a excepción de los campings.

En nuestras primeras horas de estadía y tras alojarnos, recorremos el pueblo perdiéndonos entre las tiendas hasta la hora del almuerzo.

Ya en torno a la mesa, decidimos en forma unánime degustar la típica trucha, que se presenta en distintas modalidades. Preferimos el menú de 15 Bs. ($ 9,40) que abrió con una sopa y siguió con filete de trucha con arroz, papas fritas y ensalada mixta como plato principal y de postre una fruta.

Hacia la bahía. La tarde nos encuentra en la bahía Copacabana, donde las calmas aguas del Titicaca sirven de fondo natural a conversaciones y paseos, a las fotos y a los silencios.

Hay quienes alquilan algún bote para adentrarse por unos metros en el lago; otros se enfrentan a competencias de metegol en la costa, y el resto procura un lugar dónde cenar cuando empieza a caer la noche y los botes pescadores se vuelven una sombra en el ahora oscuro lago.

A esta hora, la calle principal, avenida 6 de Agosto, cuenta con una amplia gama de restaurantes de relajada atmósfera. Algunos con música en vivo, ofrecen por ejemplo una pizza a 40 Bs ($ 24,90), mientras que una gaseosa o una cerveza cuestan entre 15 Bs ($ 9,40) y 25 Bs ($ 15,60), respectivamente.

Cerro Calvario. Temprano por la mañana, comenzamos el ascenso al cerro Calvario, de acceso gratuito, a través de un empedrado paseo que conduce a las 14 estaciones del Vía Crucis.

A simple vista parece un paseo bastante ameno, sin embargo, con el pasar de los minutos llega a ser agotador. Por eso es recomendable hacerlo con calma, con frecuentes paradas para recuperar aire y disfrutar del entorno.

Ya en la cima, la recompensa no se hace esperar. Desde una plataforma de cemento donde se alzan siete monumentos, que representan los misterios dolorosos (o dolores) de la Virgen y una pequeña gruta, se observa una panorámica impecable del caserío, la bahía, los sembradíos y el lago.

En la cumbre hay puestos que venden “ofrendas”, artículos en miniatura como camiones, valijas de dinero, casas y negocios, que se colocan a los pies de la virgen como símbolo de las peticiones particulares.

Estos rituales evidencian el sincretismo religioso y cultural entre la fe católica y las creencias aborígenes. De hecho, el emplazamiento del Vía Crucis y los misterios fue voluntad del cura Leonardo Claure, quien lo hizo construir en 1946 para desplazar los frecuentes rituales andinos.

A continuación, cruzamos al cerro Santa Bárbara, próximo al Calvario, donde un cartel reza: “Se realizan ceremonias, sahumerios y agradecimientos a la Pachamama durante los meses de agosto; también se realizan ch\'allas (ritual andino que se realiza para agradecer y pedir más deseos a la Pachamama) durante carnavales”.

De nuevo en la base, se puede completar la excursión con una visita a la capilla de Nuestro Señor de la Cruz de Colquepata, de llamativo color rojo y detalles en blanco; dos campanarios y un sobrio atrio de tres arcadas.

A la tarde, aprovechamos para conocer la basílica de Nuestra Señora de Copacabana. Se trata de un templo de estilo morisco, que fue construido en 1550 pero que a lo largo de su historia tuvo distintas refacciones. Tiene estructura de cruz latina y enormes muros blancos, simples en su parte inferior, y más decorados en la superior, con un rico trabajo en mosaicos.

El acceso es por el costado oeste, donde un importante atrio media entre la calle y el ingreso, donde recibe una estatua de Francisco Yupanqui, artista aborigen que esculpió en 1580 la imagen de la Virgen de La Candelaria (o Virgen Morena), patrona de Bolivia que se encuentra en el interior de la basílica.

La trabajada puerta de madera franquea el ingreso al recinto de paredes blancas y columnas amarillas. En tanto, el techo abovedado tiene fondo celeste y diseños en rojo y amarillo.

El altar principal, donde está entronizada la Virgen, se encuentra dominado por el retablo dorado con muchos detalles, cuadros y figuras de vestir.

La opulencia contrasta con la oscuridad de la contigua “capilla de velas”, lugar donde los creyentes rezan, hacen peticiones y agradecimientos.

Cerro Quesesani. En el cerro Quesesani está la llamada horca del inca. Es un conjunto formado por dos rocas paralelas y una tercera en posición horizontal en forma de travesaño.

Una de las verticales mide seis metros y se dice que ese conjunto lítico fue originalmente observatorio astronómico aborigen. Allí se realizaba la ceremonia del solsticio de invierno (21 de junio). La construcción data del siglo XIV antes de Cristo aproximadamente y los colonizadores españoles lo habrían confundido con una horca. El acceso al cerro cuesta 10 Bs. ($ 6,25) y el recorrido hasta la cima demanda media hora, más o menos.

Después de tanto ajetreo disfrutamos mucho de la cena. Una vez más, elegimos la trucha, esta vez entera y en su versión a la mostaza. ¡Una delicia!