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Marrakech, cada vez más cerca

(Fotomontaje de Javier Candellero).
(Fotomontaje de Javier Candellero).

La capital marroquí es el nuevo destino turístico del continente africano. Un vistazo a una ciudad exótica, destino de legendarias caravanas de camellos y gema del gobierno colonial francés.

Para quienes vivimos tan al sur del Ecuador, las tierras indómitas del África musulmana nos remiten más a personajes exóticos retozando en harenes, que a un potencial destino de vacaciones.

Pero, la proliferación de compañías de vuelos low cost (bajo costo), la mayoría de las cuales vuelan al norte del continente africano diariamente y por tarifas accesibles para nuestro estrangulado bolsillo sudamericano, nos acercan esta posibilidad, antes quizás impensada.

Marrakech se encuentra en el corazón del Reino de Marruecos y se ha convertido en el destino de turismo marroquí predilecto. Al bajar del avión en el Menara International Airport, nos golpea de lleno en la cara ese aire denso, casi dulzón, propio de esta parte del mundo. Y, desde ese momento, todo el viaje resulta un asalto a los sentidos, porque nada puede ser más diferente ante nuestros ojos argentinos, que el paisaje de cuento de Marrakech.

Para movilizarnos hasta nuestro hotel o riad, tomamos un Grand Taxi, que es uno de los antiguos Mercedes Benz que aquí circulan desvencijados, repletos de pasajeros, compitiendo por espacios en las calles contra burros y carromatos. Este servicio suele ser caro, pero para un recién llegado no queda más opción. Quien se hospede en la parte nueva de la ciudad, puede considerar tomar un autobús, siempre que se sepa muy bien a dónde se dirige.

Pero, para quienes hayan buscado alojamiento en la Medina o ciudad vieja, a la que no entran los ómnibus y en la que resulta imposible encontrar cualquier dirección debido al trazado imposible de sus calles, el taxi es la forma más segura de llegar.

Desde la ventanilla del auto se hace evidente que esta urbe marroquí ya no es la ciudad remota y polvorienta que acogía a las caravanas que atravesaban el Sahara y que deleitó a los cronistas europeos con sus palacios y jardines.

Hoy es una ciudad con más de 1,5 millones de habitantes que puja por convertirse en una capital moderna. Sin embargo, dentro de los 16 kilómetros de muralla que la circundan, la Medina conserva ese encanto exótico y el misterio que la hicieron famosa.

Las mujeres aún se pasean escondidas tras sus velos; cabezas de camello se exhiben en los escaparates de las carnicerías, y el llamado de las mezquitas a la oración resuena entre las callejuelas estrechas.

Fundada en 1062 por el sultán Yusf bin Tachfin, como capital del imperio almorávide, durante más de un siglo fue el centro cultural y artístico más importante del mundo árabe.

Por la ciudad vieja. La mejor forma de buscar la esencia de la Ville Rose, como se la conoce por el característico color rosado de sus construcciones, es paseando entre sus callecitas de trazado intrincado y adoquines irregulares. Pero para explorar a fondo la antigua Medina, una de las más grandes que aún se conservan en el mundo, resulta indispensable contar con un guía.

Si bien existen mapas turísticos de la ciudadela, éstos son más un esquema general de los puntos turísticos que un trazado real de la calles de la ciudad, por el simple hecho de que tal mapa no existe y es imposible hacerlo.

Los guías de turismo oficiales, que pueden encontrarse frente al edificio de la Dirección de Turismo de Marrakech, hablan con fluidez numerosos idiomas y conocen a la perfección los sitios a visitar, así como la historia de cada uno de ellos, su arquitectura y relevancia religiosa. Su servicio cuesta alrededor de 300 dirhams (U 33,50) por un tour de unas tres o cuatro horas y es menos probable que conviertan el circuito turístico en un tour de compras. Tenga en cuenta que los guías reciben una comisión por cada compra que un integrante del contingente turístico realice.

Aunque no está permitido y se combaten activamente, por todos lados proliferan guías no oficiales, pero más que como guías funcionan como una suerte de GPS humano entre un punto y otro de la intrincada Medina.

Dos ciudades. Marrakech está formada por dos ciudades distintas, la Medina amurallada y Guéliz. Todos los monumentos de interés se encuentran dentro de las murallas de la ciudad vieja, por lo que todo recorrido empieza en el mismísimo corazón de la Medina, la Plaza Jemaa El Fna.

Esta plaza no es sólo el centro geográfico de la antigua Marrakech, sino que constituye un espacio central para el desarrollo de la vida cotidiana de los marroquíes.

Desde la plaza se divisa La Koutoubia, un minarete de 77 metros de alto, que se eleva por encima de la gran mezquita de la dinastía Almohade y es el monumento más famoso y venerado de la ciudad, construido a principios del siglo XI. Lamentablemente, en todas las mezquitas y otros edificios relacionados al culto musulmán, tiene el acceso prohibido toda persona ajena a la religión.

Otros sitios a visitar son las Tumbas Saadis, construidas y utilizadas entre 1578 y 1603, que fueron descubiertas en 1917; el Palacio De la Bahia, obra maestra de la arquitectura marroquí, y la Mezquita Alí Ben Youssef, en el centro de la Medina. Es la mezquita más grande intramuros, así como el centro religioso e intelectual de la Medina y, a su lado, está la Madraza Alí Ben Youssef, la escuela coránica más grande del Magreb, erigida en el siglo XIV. El Museo de Marrakech está alojado en un exquisito palacio árabe del siglo 19, hoy propiedad del Estado.

Pero no se puede terminar un recorrido por Marrakech sin deambular por el colorido Zoco, un laberinto de calles tortuosas donde se apiñan la mayoría de los negocios de venta de artesanías, alfombras, lámparas y objetos de todo tipo. El Zoco es un buen lugar para hacer compras, pero también es donde todo viajero pondrá a prueba su paciencia.

Los vendedores marroquíes pueden ser tan encantadores como insistentes a la hora de concretar una venta. En cada negocio en que el turista se asome a mirar, se desatará una lucha de voluntades. Quien no resulte lo suficientemente duro, seguro terminará con alguna baratija en la mano ya envuelta y lista para llevar, aunque no le guste, o ni siquiera esté muy seguro de qué es lo que el vendedor decidió que uno quería comprar.