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Maragogi: descanso asegurado en el nordeste de Brasil

La vida en Maragogi, en el nordeste de Brasil, gira alrededor del agua. Hay piscinas naturales y playas tanto para influencers como para antisociales. 

Una teoría para analizar playas: la presencia de hamacas paraguayas en el mar –y su monetarización– te dan dos pistas: cuánta gente va a haber en la costa y qué tan abultado puede llegar a ser tu presupuesto ese día.

O al menos es lo que pasa en las playas de Maragogi, el segundo centro turístico más importante del estado de Alagoas, en el nordeste de Brasil. La ciudad, a medio camino entre Recife y Maceió, es uno de los puntos más recomendables para descubrir en la Costa de los Corales.

De norte…

El mayor atractivo de Maragogi son las playas de los alrededores. Hacia el norte está Antunes, que de a poco empieza a rankear alto en las cuentas de viaje de Instagram. Como está protegida por un arrecife de coral a pocos kilómetros de la costa, funciona como una pileta gigante de agua celeste y cristalina. Cuando la marea está baja, se puede caminar hasta el arrecife: son unos 40 minutos y el agua te llega a la cintura en las partes más profundas.

A esta playa, una de las más concurridas, podés ir por tu cuenta o bien pasar el día en uno de los restaurantes y comer con los pies en la arena. Como era de suponer por su presencia en redes, Antunes tiene hamacas paraguayas de distintos colores sobre el mar. No están para dormir la siesta sino para sacarse fotos... pagas.

Muy cerquita se ubica Xareu, conocida por la tranquilidad de sus costas. Es un lugar rodeado de palmeras y casi desértico, donde se puede ver cómo el agua del río se funde con el mar. Hay que aclarar que el acceso es privado: entrás sólo a través de hoteles o de restaurantes, en los que tenés que consumir. Acá, a las hamacas paraguayas se les suma otra con caracoles (y no, el acceso privado no incluye la foto).

A unos minutos de distancia de Xareu espera Barra Grande, una de las playas más lindas de la zona. Se llega después de atravesar el pueblito homónimo y ofrece kilómetros de arena fina para elegir dónde poner el pareo. El agua del mar es turquesa y se forman olas suaves que mueven ligeramente las jangadas (embarcaciones típicas). Hay menos gente (y menos vendedores) que en Antunes, y las fotos en las hamacas no se cobran.

A la tarde, la arena se transforma en una cancha de fútbol.

…a sur

Si bien las playas situadas al norte de Maragogi son las más frecuentadas por los turistas, no hay que dejar pasar la oportunidad de conocer el sur.

En el pueblito de Japaratinga (a unos 20 minutos de distancia en auto), con un poco de suerte, podés tener todo el mar para vos. Los mejores puntos para instalarse se encuentran antes de llegar al centro: desde la ruta hay varios accesos a la playa.

La costa está rodeada por un bosquecito de palmeras que hacen las veces de sombrilla, y el mar tiene una buena profundidad para nadar. No esperes hamacas, restaurantes ni vendedores porque no los hay. En este rincón de Brasil no queda mucho más que hacer que dormir la siesta a la sombra, juntar caracoles de colores y mirar el mar con una Skoll en la mano.

Mar adentro

Abajo del agua que baña las costas de Maragogi existe un universo que podés conocer en una visita a las Galés. Son piscinas naturales que se forman entre corales en el medio del mar, y dan refugio a miles de peces, cangrejos, erizos y caracoles.

La excursión se hace en catamarán o en lancha (desde 60 reales por persona) y para aprovechar la experiencia es aconsejable alquilar equipo de esnórquel (15 reales más). Parten de las playas centrales de la ciudad, y tardan unos 15 minutos en llegar a destino.

Hay que prestarle atención a la tabla de mareas, porque algunos días al mes (cuando el punto más bajo de la marea se da a la noche o a la madrugada) no se organizan salidas.

En las piletas, que forman parte de un área de protección ambiental, aprovechá para explorar de cerca ese otro mundo formado por arena, corales oscuros, peces a rayas que conviven con la gente y pececitos azules que casi no se dejan ver.

La calma que se encuentra en una playa desierta también se alcanza bajo el agua.