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A Machu Picchu, con permiso de los dioses

Actualmente, se puede visitar el destino, con capacidad limitada. Recordamos una hermosa crónica por el Camino del Inca, en una aventura en primera persona de la mano de un guía devoto.

"Apu apu Salkantay". Lizandro evoca a los dioses o apus que habitan el volcán del Valle Sagrado, en Perú. "Apu apu Warmiwañusca", pide con ojos cerrados, esta vez nombrando a otra montaña. "Apu apu Hayna Picchu. Por favor, que salga el sol".

Después de cuatro días de intensa caminata, con 39 kilómetros recorridos y un ascenso de 4.200 metros sobre el nivel del mar, nos encontramos en la Puerta del Sol a punto de tomar la foto perfecta. Es la imagen de todos los almanaques, aquella que cargué cual cruz y que me impulsó a embarcarme en esta aventura.

Deberían verse las escalinatas que conducen a la ciudadela perdida, pero un manto de niebla gruesa cubre las piedras perfectamente ensambladas que conforman Machu Picchu, o “cerro viejo” por su traducción del quechua. No hay caso: los incas se resisten a mostrarnos su mejor cara.

El guía Lizandro no se da por vencido y sigue evocando a los dioses que habitan las montañas. Pide que nos tomemos de las manos y probemos juntos; lo hacemos sin dudar. Todo sea por obtener la panorámica de nuestros sueños.

Meditamos largo rato con los ojos cerrados y, al abrirlos, el cielo comienza a despejarse y el templo prohibido, a aparecer. Los dioses aceptan dejarnos pasar pero recuerdan que son ellos quienes mandan en estas selvas. No queda otra que agacharse y rendirles pleitesía.

DATOS. Información útil para visitar el Machu Picchu.

Experiencia religiosa

El Camino del Inca es la mejor manera de conocer Machu Picchu, porque permite descubrirlo de a poco. En el siglo XVI, los quechuas partían desde Cusco hacia el santuario de sus dioses –se cree que era la residencia de descanso de los emperadores incas–. En la actualidad, el camino comienza en Ollantaytambo, a 72 kilómetros de Cusco.

No todas las agencias aclaran que se necesita buen estado físico, por eso es común ver caras largas durante el trayecto. Yo opté por recorrerlo en marzo, aunque me habían advertido que era época de lluvias.

Pasé tres días en Cusco para aclimatarme y armar la mochila: mi inseparable Osprey roja de 55 litros. En los locales comerciales que rodean la Plaza de Armas alquilé una bolsa de dormir abrigada. Error: era de pluma, pero muy pesada. También conseguí dos bastones de trekking. Acierto: ayudan a repartir el peso y alivianan las rodillas.

A las 7 partimos desde Cusco en una traffic. Cuatro turistas europeos y un brasileño serían mis acompañantes, junto con Lizandro, el guía peruano que celebra las tradiciones andinas.

En el Valle Sagrado pasamos por el colorido mercado de Pisac y paramos en Paruparu, una comunidad de agricultores, para recoger a seis porteadores: asombrosas personas capaces de cargar con los víveres, carpas, garrafas, mesas y sillas para cuatro días.

Uno de ellos era Nicazio Pacco Condori, de 33 años. “Esta es mi primera vez en Machu Picchu–contó–. Hacía tiempo que quería conocer el templo pero sólo puedo hacerlo si me anoto como porteador. No puedo pagar el costoso valor de la entrada, que el Gobierno cobra en dólares”.

Al principio incomoda verlos cargar con mochilas de hasta 25 kilos y saltar piedras humedecidas en frágiles sandalias de cuero. Luego uno se da cuenta de que en sus genes llevan el ADN de los chasquis, los mensajeros del imperio inca. Y la culpa se disipa un poco.

En sus marcas

La travesía arrancó en Ollantaytambo con una recomendación especial del guía devoto. “Los quechuas usaban este mismo camino en forma de peregrinación. Les pido que tomen este recorrido como una experiencia espiritual. Piensen en una bronca, un viejo amor o un sentimiento que quieran dejar atrás. Y fijen una meta como destino”, dijo Lizandro.

Los primeros cinco kilómetros alternan cuestas verdes con arroyos cristalinos. Al cabo de dos horas, llegamos hasta Llaqtapata, primer antiguo poblado, cuyo nombre significa “punto en el pueblo”.

“Los incas mandaron a construir esta ciudadela con la condición de que se respetaran las montañas. Por eso fue edificada sobre las laderas y siempre mirando hacia la salida del sol. Cada vez que llueve torrencialmente en el Valle Sagrado, el agua se lleva las construcciones más nuevas, pero Machu Picchu queda intacto”, contó el guía.

A la sombra de un árbol, los porteadores recuperaban fuerzas con chicha morada.

Al llegar a la zona de acampe, la cena estaba lista: sopa de maíz molido, guiso de carne, papa y tomate. Por la noche, una lluvia torrencial arremetió contra las carpas.

Ofrenda a los dioses

El segundo día fue el más complicado porque incluyó el ascenso al Warmiwañusca, el punto más alto, a 4.200 metros sobre el nivel del mar. Mi comitiva quedó completa con la llegada de Oliver Kemper, un alemán que hizo cumbre tarareado Run into the Hills, de Iron Maiden.

Recuperamos fuerzas con un té de coca y pochoclos salados. Minutos más tarde, participamos de un asombroso ritual de fe en la cumbre de la montaña. Allí había una piedra lisa, rodeada por distintas ofrendas: hojas de coca, cigarrillos, botellas de whisky. Lizandro advirtió que sólo con el permiso de los dioses podríamos entrar a la ciudadela prohibida.

Con tres hojas de coca en la mano, sopló en dirección al volcán. Cerró los ojos y entonó la frase del embrujo: Apu Apu Salkantay. Repetimos en ritual en completa retrospección, mientras la piel se erizaba.

Transitar, mejor que llegar

El tercer día pasamos por las ruinas de Sayacmarca, Phuyupatamarca y Wiñayhuayna, por donde los incas destruyeron los caminos de acceso para que los españoles no pudieran llegar. La ciudadela permaneció oculta hasta principios de 1900, cuando el investigador estadounidense Hiram Bingham llegó a estas tierras.

Un camino que serpenteaba nos condujo hasta el último campamento. En lo alto de la ladera, un grupo de turistas contemplaba lo poco que quedaba por llegar. El día siguiente amaneció lluvioso y el sol no salió hasta que alcanzamos la Puerta del Sol, donde Lizandro rezó a los apus para que se despejara.

Destinamos el resto de la tarde a visitar las ruinas, pero a esa altura la llegada había quedado minimizada en relación con la enorme experiencia del recorrido. Hacia el filo de la noche, comenté con el guía mi experiencia con la bolsa de dormir. Con tono de sabio, dijo: “Nunca lo olvides. El mejor de los viajes se realiza sin peso”.