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Los rascacielos del Hombre Araña

Lo primero que asombra es su poderosa arquitectura, a lo largo de las anchas y prolijas calles que atraviesan los brazos del río del mismo nombre.
Lo primero que asombra es su poderosa arquitectura, a lo largo de las anchas y prolijas calles que atraviesan los brazos del río del mismo nombre.

Pese a que es la tercera, se la conoce como la Second City, o sea, la segunda ciudad de los Estados Unidos. Lo primero que asombra al visitantes son sus modernas edificaciones, a lo largo de anchas, limpias y prolijas calles que atraviesan los brazos del río del mismo nombre.

Cuatro días son suficientes para llevarse una idea acabada de la Se­cond City (segunda ciudad), tal como la llaman los 10 millones de personas que habitan en la zona metropolitana. Aunque en realidad se trata de la tercera urbe de los Estados Unidos, detrás de Nueva York y Los Ángeles.

Para conocerla no es nece­sario hacerlo a bordo de un automóvil sino que, por el contrario, se disfruta más caminándola. Aunque, en invierno y otoño un explorador urbano deberá hacerse de buen calzado y ropa bien abrigada, pues el frío se hace sentir con dureza y se registran nevadas.

En el resto de las estaciones, el clima es mucho más benigno y durante el verano la temperatura puede elevarse hasta los 35º C.

El Hombre Araña. Recostada a lo largo de la costa sudoeste del manso lago Michigan, sus colosales edificios pujan en altura en busca de vistas hacia el inmenso espejo de agua.

Así, aparecen formidables construcciones de cemento y cristal que se han convertido en verdaderos íconos ciudadanos y que fueron aprovechadas como telón de fondo en la segunda producción de El Hombre Araña.

Una de ellas, la Willys Tower, posee un amplio mirador, el Skydeck, enclavado en el piso 103 y abierto al público los 365 días del año; jamás deja de mecerse.

En ese sitio y después de 60 segundos de un vertiginoso viaje en ascensor, es posible acceder a cuatro balcones de vidrio que permiten observar 412 metros hacia abajo, sin obstáculo alguno.

Incluso los pisos han sido construidos con gruesos cristales. Regresar a casa sin haber obtenido una fotografía en aquel atalaya, en lo alto de la otrora Sears Tower, es como no haber visitado Chicago.

Desde ese punto pueden advertirse además, con privilegiada perspectiva, otros dos míticos rascacielos: la Trump Tower y el estilizado John Hancock Center, famoso por su emblemático perfil trapezoidal. Y, por supuesto, la interminable planicie de Illinois.

Los muchachos de Capone. Abajo, continúa el quehacer de una ecléctica metrópoli, cuya vida toma efervescencia en torno al edificio de la Bolsa de Valores, que cierra la calle La Salle.

En esa arteria se levantan enormes palacios de estilo neoclásico, que dan cabida a los bancos más importantes del mundo y a la sede del gobierno, el City Hall.

Cada esquina recuerda las escenas de las películas de gángster, ahí donde los pesados automóviles doblaban con sus ocupantes acodados en las ventanillas blandiendo sus ametra­lladoras.

Allí se rodaron, por ejemplo, escenas de Los Intocables, en los mismos sitios por donde merodeaba Al Capone, amo y señor, en su momento, del sector oriental de la ciudad. Los oscuros callejones de ladrillos con sus tradicionales escaleras de incendio, colgadas de las medianeras, rematan el escenario.

Chicago tiene todo eso: mi­llares de rincones que de inmediato nos llenan de recuerdos cinematográficos pero, además, un conjunto de museos que nada tiene que envidiar a los de algunos destinos europeos.

Sobre el Grant Park, por caso, se levanta el Instituto de Artes de Chicago. Cuenta con una co­lección de pinturas impresionistas y posimpresionistas entre las que se hallan las míticas Campo de Papaveri, de Claude Monet; Tarde de domingo en la Isla de la Grande Jatte, de Georges Seurat; La habitación, de Van Gogh, y la incomparable Día de Dios, de Paul Gauguin. La colec­ción de obras y objetos greco latinos es admirable.

Más al sur, frente al lago, se extiende el Museum Campus Chicago, que reúne otros centros de exposición.

Ahí es posible visitar el ma­yor acuario del planeta, el moderno John G. Shedd, que en sus piletones alberga a más de 1.500 especies, y el Museo de Ciencias Naturales con una estupenda muestra mineral, antropológica y animal. En una de sus alas un nutrido grupo de momias egipcias aguardan pacientemente la reencarnación.

El complejo de edificaciones estilo Beaux Arts se completa con el Adler Planetarium, cuya tecnología 3D sorprende al espectador.

La Buckingham Fountain, en el centro del parque, está inspirada en la Fuente de Latona del Palacio de Versalles y repre­senta alegóricamente al lago Michigan. Su espectáculo de luz y color es espléndido.

A 10 minutos más al sur, en Hyde Park, se alza el Museo de Ciencias e Industria, un espacio digno de visitar. Allí, distribuido en tres niveles, se exhibe un puñado de glorias de la tecnología: la cápsula espacial Apolo VIII; un Boeing 727; el veloz automóvil Spirit of America, y un submarino alemán, el U-505, capturado durante el transcurso de la Segunda Guerra Mundial.

Intacto y magníficamente presentado, es posible caminar por el interior del sumergible. Al hacerlo, de inmediato uno se siente como un audaz personaje de la película El barco.

Encaramada como un gran polo cultural, la ciudad presume de contar con dos de las universidades más prestigiosas de su país, cuna de 85 premios Nobel. En la de Chicago,   Harry (Billy Crystal) conoció a Sally (Meg Ryan).

Datos

Nombre oficial: Estados Unidos de América.

Capital: Washington DC.

Gobierno: República Federal.

Población: 308,7 millones de habitantes,

según datos de 2010.

Superficie: 9.826.600 kilómetros cuadrados.

Idioma: inglés.

Moneda: dólar estadounidense.