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Los dos estilos de Ibiza

IBIZA (Fotomontaje Javier Candellero).
IBIZA (Fotomontaje Javier Candellero).

Conocida por su vida nocturna y desenfrenos, la isla blanca aún conserva ese aire de paraíso hippie que la hizo famosa en la década de 1960. La verdadera Ibiza tiene mucho que ofrecer a quien sepa buscar más profundo.

Quienes viven en Ibiza o se instalan cada año en esta isla mediterránea para pasar la temporada de verano, afirman que la isla tiene un aura especial. Que nada tiene que ver con las fiestas y los excesos que hicieron a la fama de este lugar, sino que se esconde en sus paisajes áridos y sus puestas de sol.

Lo cierto es que en la diminuta isla mediterránea coexisten dos estilos de vida completamente distintos. Desde las res­tricciones que se impusieron a los boliches, hace un par de años –entre las más relevantes, la imposibilidad de abrir sus puertas 24 horas– la isla ha comenzado a atraer un público mucho más diverso: clubbers (gente de la noche, amante de la música electrónica) de todas partes del mundo, que aún encuentran en Ibiza una de las noches más famosas del mundo, hippies modernos y hasta familias con chicos pequeños.

Desde que inicia la temporada de verano, a principios de junio, y hasta que finaliza la primera semana de octubre, la pequeña isla mediterránea despierta de su largo letargo invernal y se sumerge en una vorágine de actividad casi frenética, cuando miles de turistas desembarcan en sus costas.

La rica y extensa historia de Eivissa, su nombre en ibicenco (catalán que se habla en Ibiza y Formentera), merecería una novela aparte. Ocupada por los fenicios y luego hogar de cartagineses, 2000 años antes de Cristo, la estratégica ubicación de la isla para el comercio la convirtió en víctima de piratas e invasiones por parte de asirios, romanos, vándalos, bizantinos y finalmente árabes, hasta su recuperación por el reino de España en 1235.

En las calles de la ciudad vieja o Dalt Vila (ciudad alta), en la capital de la isla, se hace evidente la cultura de cada uno de los pueblos que la dominaron, dándole una riqueza y diversidad cultural difícil de encontrar tan concentrada en cualquier otra parte del mundo.

Ibiza de día. La visita obligada en la isla es la capital con el mismo nombre. La ciudad de Ibiza ofrece entretenimientos de todo tipo y un encantador centro histórico. Anclada en la cima de un acantilado, la acrópolis de Dalt Vila es la mejor conservada del mediterráneo y uno de los pocos recintos amurallados del mundo que conserva intacta su construcción desde el siglo XVI. La fortificación es coronada por la Catedral de la Virgen de las Nieves, iglesia erigida en el siglo XIII sobre una antigua mezquita.

El antiguo castillo de la ciudad está siendo restaurado y en la actualidad alberga un pequeño museo de armas. Sobre la muralla renacentista que serpentea sobre el acantilado, todavía descansan los cañones emplazados para defender el castillo de los ataques desde el mar.

Bajando por la ciudad, el encanto de los balcones llenos de flores y las construcciones blancas con aberturas de colores, nos sumerge en el paraíso mediterráneo que Ibiza nunca debió dejar de ser. A la mañana, las calles se llenan de actividad pero durante la siesta sólo se ven los gatos dormitando bajo el sol.

Dentro de la ciudad amurallada se desparraman plazoletas, como las plazas Del Sol y De Vila, repletas de bares y pequeños restaurantes donde sentarse a tomar una sangría o un vaso de hierbas ibicencas, la especialidad local. Y por todos lados se ven diminutos locales de artesanías y souvenirs, donde se pueden encontrar verdaderas joyas, pero siempre a precios exorbitantes.

Fuera de las murallas, la pintoresca ciudad vieja de Ibiza siguió creciendo hasta alcanzar el mar. Sobre las calles que se acercan al viejo puerto de la ciudad, proliferan los bares y locales comerciales. Almorzar o cenar en esta zona puede ser excesivamente caro, pero existen lugares donde se puede comer bien por poco.

En el centro viejo se puede ir a Los Pasajeros, un diminuto comedor en planta alta donde la gente se apiña entre sus mesas abarrotadas, en busca de las pocas milanesas de la isla.

En la plaza del Parque, ya en la parte nueva de la ciudad, se puede almorzar en Bon Profit, uno de los pocos restaurantes administrados por ibicencos que abren todo el año y que mantienen la carta de precios coherente al bolsillo local.

Lo que no hay que dejar de hacer es probar la comida mediterránea de la isla. Las mejores opciones para comer pescado fresco es hacerlo a mediodía, y mirando hacia el mar, en alguno de los chiringuitos (quioscos) que se encuentran sobre las playas.

De noche no hay que privarse de comer un buen arroz con mariscos, en alguna de las casas de comidas en el interior de la isla, en su mayoría regenteadas por locales y a muy buenos precios.

Pero lo que hace a este un destino codiciado de vacaciones, es la infinita cantidad de playas y calas que salpican la costa de la isla. Hacia el sur de la ciudad, una de las playas más grandes y hermosas es la famosa Les Salines (Las Salinas). Rodeada de un parque nacional que protege la zona donde se extrae sal marina, esta es una de las pocas playas que no tiene grandes construcciones a la vista. Una larga extensión de arenas blancas con un fondo de arbustos, recibe el embate sereno del mar transparente.

Esta playa aloja numerosos chiringuitos con reposeras y sombrillas, pero ninguno tan conocido como Sa Trinxa, que se esconde al fondo de Las Salinas, donde la playa pierde su arena para dejar lugar a las piedras y la gente su ropa, para volver a la isla sesentosa que no se escandalizaba por un par de desnudos.

Otra de las playas que vale la pena visitar es Cala D\' Hort, al oeste de la isla. Desde esta pequeña caleta se obtienen las mejores vistas hacia el mítico peñón de Es Vedrá, un islote que más parece una mole de piedra y que, se dice, tiene poderes mágicos. Como no podía ser de otro modo, Ibiza cuenta con otras varias playas nudistas, como Es Cavallet, al este de la isla, y Aguas Blancas, al noreste, las más concurridas.

Otras playas que no se deben dejar de conocer son Cala Benirrás, donde cada atardecer lugareños y turistas despiden el sol al son de la música de tambores, y los acantilados de tierra anaranjada que escoltan la pequeña Cala Llenya.

Uno de los mayores problemas a la hora de recorrer Ibiza, es el deficiente transporte público. Los recorridos existentes son insuficientes para conocer los lugares más apartados. Lo más cómodo es alquilar un auto, pero este servicio puede resultar muy caro. Por esto es que mucha gente opta por una de las muchas motos Vespa que circulan por la isla.

Para quien vaya con el presupuesto más acotado, algunas buenas opciones para ir a la playa en colectivo son Cala Compte y Cala Bassa, ambas muy hermosas, aunque por su fácil acceso suelen estar muy llenas de gente.

Otro de los grandes atractivos de la isla son sus mercadillos hippies. El más antiguo y pintoresco es el mercado de Las Dalias, en el kilómetro 12 sobre la ruta hacia la ciudad de San Antonio. El más grande y variado es el mercado de Es Caná, en Punta Arabí. Ambos son ferias al aire libre donde se pueden adquirir productos de lo más variados, verdaderas artesanías ibicencas, baratijas importadas de Asia, música, ropa y todo tipo de cosas relacionadas con la isla blanca.

Recorrer Ibiza tiene también atractivos que resultan impensados. Los motivos que le valieron a Ibiza el título de Patrimonio Mundial de la Humanidad otorgado por la Unesco en 1999, se asientan sobre el majestuoso Dalt Vila; las extensas praderas de posidonia (una planta marina) que rodean la isla; los restos fenicios de Sa Caleta, y la necrópolis del Puig des Molins.

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