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Las Islas Cíes, islas de los dioses

Sinónimo de playas únicas, las islas Cíes son también un caso paradigmático de protección ambiental. Un pedacito de paraíso en el norte de España.

Las costas españolas no se acaban en el Mediterráneo: Galicia ofrece, a través de sus islas atlánticas, postales impensadas. El archipiélago de las Cíes -a 40 minutos en barco desde los puertos de Vigo, Cangas o Baiona- es un gran ejemplo.

Se trata de un parque nacional formado por tres islas -Monte Agudo, O Faro y San Martiño- que muestran dos caras: la que enfrenta los vientos del océano, con acantilados que parecen sacados de algún rincón de Islandia; y la que mira hacia el continente, con bosques y playas vírgenes dignas del Caribe.

La arena blanca y esponjosa y el mar turquesa y cristalino invitan a correr y zambullirse de cabeza a lo Baywatch, pero la realidad se encarga de frenar ese impulso apenas se pone un pie en el agua: es helada. De todas formas, con el tiempo, el cuerpo se aclimata, y si no, vale la pena disfrutar de un día de sol en la orilla.

Hay opciones para todos los paladares: playas nudistas para los curiosos (Figueiras), con piedras para los que se quejan de la arena (Cantareira), alejadas para los solitarios (Margaridas), repletas de caracoles para los coleccionistas (Bolos) y una que figura entre las mejores del mundo, según las listas de algunos medios europeos (Rodas).

Ahora, la mejor forma de recorrer la zona es a través de los senderos habilitados para uso público. Son cuatro, de distinta duración y niveles de intensidad, y atraviesan bosques, lagos y ruinas de antiguos poblados celtas y de monasterios medievales.

El más popular (y difícil) es el del Monte Faro, en el que después de 3,7 kilómetros se llega hasta el Faro de Cíes. Se trata de un lugar que brinda increíbles panorámicas, con gaviotas revoloteando alrededor y filosos acantilados de casi 200 metros a los pies. Eso sí, siempre y cuando las nubes lo permitan.

DATOS. Información útil de las Islas Cíes

Naturaleza al alcance de la mano

La mezcla de paisajes que conviven en el área permitió el desarrollo de diversas especies de flora y fauna, lo que le valió un reconocimiento como parque natural en 1980 y otro como parte del Parque Nacional de las Islas Atlánticas de Galicia, en 2002.

Este patrimonio se palpa a cada paso: es normal, por ejemplo, cruzarse con aves marinas que hacen sus nidos en los acantilados y pescan en las aguas claras.

Si se tiene la suerte de ir acompañado de un gallego informado -o si se paga a un guía- es posible divisar algunas de las plantas autóctonas que sobreviven entre la arena y la piedra y que, además, dan flores hermosas, como la armería (o en gallego, herba de namorar).

A su vez, hay bosques de pinos y eucaliptus que bajan hasta la playa, y otros formados por más de 200 tipos de algas que dan refugio a peces y moluscos. Los valientes que se decidan a hacer snorquel van a poder comprobarlo fácilmente. Los que no, deberán armarse de paciencia al borde del Lago dos Nenos y esperar a que se asome algún pulpo.

Historias escondidas

Si bien hoy se encuentra deshabitado por su condición de parque natural, el archipiélago fue testigo del paso de numerosas civilizaciones. Desde pueblos celtas a familias de pescadores, pasando por piratas y monjes, todos dejaron sus huellas a través de ruinas que pueden visitarse.

Sin embargo, ninguno pueblo pensó en un nombre mejor para este rincón atlántico que los romanos, quienes batallaron en sus costas y las llamaron “Las islas de los dioses”.

No es casual, entonces, que muchas veces para llegar a las Cíes haya que atravesar en barco una espesa neblina. “¡Estamos en el cielo! Mira las nubes”, dicen los más chicos. Quizás sepan, como los romanos, que están entrando en territorio divino.