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La vida secreta de las piedras

Viajar a Perú, un movilizador regreso en el tiempo.

En 1930, Martín Chambi, el poeta de la luz, fotografió en solitario la calle Hatum Rumiyoc en Cusco, Perú. En ese recorrido, hay una toma directa de la piedra de los 12 ángulos. Las fotos son un registro único, difícilmente vuelvan a verse de ese modo. Ochenta años más tarde, César Bruera de El Arañado se toma una selfie junto a la piedra.

En la foto de Chambi, la sutileza de las sombras proyecta los 12 ángulos que, se supone, representaban a la cantidad de familias reales que vivían en Cusco en esa época. La luminosidad y la composición hacen de la imagen un documento vivo de la reivindicación que pretendía Chambi. En tanto, la foto de César es un registro de este tiempo: nosotros y el momento histórico. Un viaje de más de tres kilómetros montados en una Ranger, fronteras, controles, monedas distintas, dejando atrás la familia, el trabajo y la Patria. Una imagen que encierra ese todo, viaja por la nube y vuelve en un mensaje de Whatsapp: “Genial”. Una imagen que se convertirá en el resumen de un pueblo y de sus tradiciones.

No sabemos qué pasó con Chambi en aquel momento, pero nosotros saltamos del susto cuando una mujer nos gritó desde el interior del kiosco: “¡Señores!, la piedra no se toca, tiene un químico especial que les puede lastimar la mano”. Cámaras de seguridad y guardias la protegen después de que en el 2014 un flaquito vestido de negro escribiera con aerosol marrón las iniciales “JHH”. Así de icónico es este pedazo de diorita verde, que pesa unas seis toneladas y que los más de dos millones de turistas que cada año caminan las calles de Cusco llegan hasta aquí para tratar de meter la tarjeta de crédito entre las uniones, sin éxito.

Vida inmovilizada

Los guías Free Walking Tour se reúnen en la Plaza de Armas. Javier, nuestro guía, elige para el recorrido la calle opuesta de la piedra: “Pasa mucha gente por ahí”, dice. Y agrega información del muro de la antigua residencia del Inca Roca: “Hay una leyenda común a los pueblos precolombinos. Los dioses hicieron dos regalos a los nativos para que pudiesen construir colosales obras arquitectónicas. Los regalos fueron dos plantas con sorprendentes propiedades: la hoja de coca, capaz de anestesiar el dolor y el agotamiento de los obreros para poder resistir el gigantesco esfuerzo físico, y otra planta que, mezclada con diversos componentes, era capaz de convertir a las rocas más duras en ligeras pastas fácilmente manipulables”. Quizá por eso el muro megalítico que sostiene este punto de la ciudad ha superado los terremotos que sacudieron a Cusco en 1650 y 1950, los cuales derrumbaron la mayor parte de las estructuras españolas.

Para los incas, la piedra era un ser vivo. Tal vez, para nuestra cultura, resulta complicado entender el punto cuando la piedra es un objeto frío y tiene un valor nominal. En Perú, la piedra es vida inmovilizada, es hecho y realidad. Allí tienen el ejemplo de la piedra cansada en Sacsayhuaman, a escasos kilómetros del centro de Cusco. Según la leyenda, una piedra enorme era arrastrada por 20 mil hombres. El esfuerzo era descomunal ya que se hacía en un terreno con ondulaciones. En un momento, se soltaron las riendas que la sujetaban y la piedra mató a miles. Después de eso, la piedra lloró sangre y ya no pudieron moverla.

Esta es una de las miradas que Chambi propuso con sus autorretratos, la piedra en relación con el hombre, humanizar el legado para reivindicar la identidad indigenista y diferenciarse de Hiram Bingham, aquel que descubrió el Machu Pichu y mostró al mundo una versión arqueológica del territorio.

Pasado y presente

A cinco cuadras del centro, en el barrio inca de Qolqanpata, se ven los fuegos artificiales de la procesión de San Cristóbal. Con Mariano, nos fugamos del city tour. Subimos la calle al ritmo de la banda regional. La estatua del santo es imponente, una aureola de plata le cubre la cabeza, el largo cabello natural cae sobre sus hombros. Para sus devotos, cargarlo resulta una hazaña, casi dos toneladas de santidad.

La travesía se realiza en bajada desde el barrio próximo a la catedral. Al llegar a la última curva, el público se conmociona, parece que el santo caerá al vacío y con él, los que lo sostienen. Pero todo vuelve a la normalidad y logra ingresar al patio central de la catedral. Allí se levanta una enorme feria donde el plato favorito es el chiriuchu con tantos ingredientes que no alcanza el espacio de esta crónica para enumerarlos.

Uno, dos, tres, cuenta el coordinador. El esfuerzo para sostener al santo es descomunal, pero tiene sentido y finalmente es alojado en el lugar de veneración. La banda que acompaña el cortejo sube el volumen. Se escucha el trombón por encima de todos los instrumentos marcando el dramatismo. Humo, música y carcajadas.

En mi cuaderno de viaje marca Caprichos anoto “Primer día en Cusco” y en garabatos ilegibles aparece lo que acabo de contar. Días más tarde, cuando conozca a Martín Mamani en la isla de Amantaní, la conexión de las palabras construirán un concepto que le dará sentido al viaje.

Pasado y presente dialogan en la historia de Perú, las tradiciones que dejaron los españoles, los muros que no pudieron sepultar. No es una revelación, sólo resta mirar en la botella de Cusqueña, tallada en vidrio, la piedra de los 12 ángulos.