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La otra Venecia: de Murano a Burano

Un paseo desde la ciudad de los canales hacia islas que evocan, entre cristales y colores vivos, la historia de la laguna veneciana.

El vaporetto separa al viajero de Venecia y permite tomar perspectiva. En esa foto que la rodea yacen los orígenes de La Serenísima, "la misma extensión plana y desolada de agua, juncos y marismas que los primeros venecianos escogieron para asentarse", como escribió John Julius Norwich en Historia de Venecia.

El panorama alrededor de la ciudad –merecedora de conciertos de Vivaldi, cuadros de Canaletto y escapadas nocturnas de Casanova– se puede recorrer en un día sin mediar excursiones. Y, según el escritor inglés, “no hay ninguna otra gran ciudad que haya logrado preservar hasta tal punto en sus inmediaciones la atmósfera y el entorno que la vieron nacer”.

DATOS. Información útil para recorrer Venecia, Murano y Burano.

Isla del cristal

En unos cuantos minutos se llega a Murano, un lugar que hace un siglo y medio se encontraba prácticamente despoblado y había perdido casi por completo su industria. Pero el presente es bien distinto: el turismo deja huella (y dinero). Con la recuperación del arte del vidrio, los artesanos ganaron fama mundial y enseñan orgullosos sus talleres. Ante los ojos de los visitantes, los pasos son casi una coreografía: del horno a la mesa, de la mesa a las tijeras, de vuelta al horno y luego a soplar y moldear. Cuna de cualquier formación cristalina, entre exquisitas y vulgares.

En la pequeña Venecia, con su gran canal y toldos que adornan las fachadas entre despintadas y opacas de los hogares, también se conservan palacios con balconadas y hermosas iglesias, como la de Santa María y San Donato, del siglo XI, una joya véneto-bizantina con paredes de ladrillo y columnas blancas.

Por su parte, la historia del cristal y algunas piezas de época romana se exhiben en el Museo del Vetro, dentro de Palazzo Giustinian, un caserón que originalmente fue el hogar de sacerdotes de Torcello. Hasta el siglo XIII, el alma vidriera estaba radicada en el centro de Venecia pero, por el temor a posibles incendios a causa de los hornos, decidieron trasladarla.

Un dibujo ingenuo hecho realidad

Basta poner un pie en Burano para sentirse dentro de un dibujo de un niño de 6 años, con casitas de colores vivos, donde el sol sonríe y las chimeneas tienen nubes de humo. El encanto es irresistible, incuestionable, especial.

Si uno evita las calles más comerciales que revelan la identidad buranesa con los famosos encajes que se venden en las tiendas cercanas a la plaza Galuppi, junto a la iglesia San Martino, se puede pasear tranquilo por un pueblo mixturado en partes iguales: campesino, pescador y artesano. Cuando el viento sopla, agita la ropa colgada en sogas por todas partes, en los frentes y en los patios comunes similares a la vecindad de El Chavo del 8. Otro rasgo de la postal.

Lo que se puede ver en este pequeño mundo no es un simple decorado. Los botes amarrados son parte del trabajo local, y la intensidad cromática de las edificaciones tiene su razón: fueron pintadas para que los pescadores las identificaran desde lejos cuando volvían del mar en días de niebla.

Hay que perderse caminando entre los recovecos silenciosos y apacibles, darse un tiempo para probar el renombrado pescado local en el restaurante Al gatto nero, y terminar sentado en el embarcadero, contemplando el reflejo de la tarde en la Laguna del Adriático.

Cuando el vaporetto vuelve a zarpar lentamente, atrás van quedando, como espejismos en el horizonte, siluetas ambiguas, difíciles de distinguir entre casas, barcos o árboles. Adelante espera la pletórica Plaza de San Marcos, esa que Napoleón definió como "el salón más hermoso de Europa" luego de la invasión.

Puentes de madera, de piedra, de ladrillo, de metal, de cualquier material. Todo sirve  para entrelazar las más de cien pequeñas islas que flotan sobre la laguna cenagosa en la que se asienta la ciudad de los canales. La conjunción entre paisaje irrepetible, cuna del arte renacentista, romanticismo y lujos es única, al igual que las cerezas que venden en un puesto ambulante cerca del puente Rialto.