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La noche no se hizo para dormir

Por la noche, la villa se enciende en luces y música. Comienza la “movida” que no tendrá fin para la mayoría. Algunos irán de madrugada a buscar las mejores olas con sus tablas.
Por la noche, la villa se enciende en luces y música. Comienza la “movida” que no tendrá fin para la mayoría. Algunos irán de madrugada a buscar las mejores olas con sus tablas.

Durante el día, la playa y las olas convocan a los visitantes y los “tablitas”.

La villa no descansa, no duerme. La vida nocturna no tiene secretos, porque es posible conocer cada rincón en pocos días. La playa suele improvisar de boliche, pero la principal “movida” se da en sus callecitas empedradas.

Todos los puestitos callejeros que venden tragos tropicales exponen sus parlantes, ponen play y comienza el ajetreo. Cada dos metros hay uno distinto, dispuesto a encender la noche hasta que salga el sol.

Además, existen algunos puntos de encuentro que no se pueden pasar por alto, como Caña Grill, con su pista de arena, y Hola Ola Café.

Las calles se llenan de gente, la villa se alborota y la fiesta es constante. Por lo general todos se mueven en grupos de amigos buscando la diversión en su máxima expresión.

Sólo los que abrazan la “religión de las tablas” (de surf), los “tablitas”, pueden prescindir de la noche para disfrutar de las olas de la madrugada, que dicen suelen formar los mejores “tubos” para desplazarse.

Muchos de los que llegan con intenciones de demorar el regreso, se ven obligados a sacar a relucir sus cualidades. Algunos optan por dar clases de surf, mientras que otros prefieren ponerse un puestito de tragos o vender artesanías. Así, se formó una especie de gran feria que se expone al aire libre en la calle principal y que la pueblan caras “gringas” con moda hippie.

Tablitas al mar. Montañita tiene competencias de surf durante todo el año. Los surfistas lucen tablas con diferentes diseños y colores, que decoran el mar emulando a pequeñas embarcaciones.

En temporada alta (diciembre a abril), la costa de este pintoresco pueblo regala olas de hasta tres metros de altura, constantes y con buenos tubos, lo suficiente como para atraer a tablitas de Australia y Hawai, quienes llegan a participar de sus campeonatos.

El viento sopla, el Pacífico se enoja y sobre la arena, con los brazos en jarro o apostados en algún lugar, comienza la “lectura” del panorama. Es como en una temporada de teatro, donde son los surfistas quienes brindan un espectáculo impactante.

El mar comienza a formar y abrir varias bocas para devorarlos mientras ellos esperan, se posicionan, buscan la mejor ola y con una facilidad envidiable se deslizan durante eternos minutos dentro del tubo de agua, hasta que se desarma y los deposita en la costa para volver a empezar.

Así una y otra vez, mientras que, desde el cielo, los parapentes imitan el reflejo de lo que se ve abajo.