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La nieve los convoca

(Fotomontaje de Javier Candellero).
(Fotomontaje de Javier Candellero).

Los cultores de los deportes invernales, como el esquí y el snowboard, tienen características particulares. Se mueven y visitan los distintos centros de nieve en grupo, como comunidades. Portillo, en Chile, funciona con un profundo sentido de pertenencia.

Se los puede encontrar en el vuelo de LAN desde Córdoba a Santiago de Chile; se los puede cruzar en el aeropuerto Arturo Merino Benítez, en la capital chilena, o los conocerá en el mismo hotel, cuando ya estén alojados y dispuestos a compartir momentos gratos.

Son los cordobeses que practican los deportes de nieve y van como en peregrinación, hacia las cercanas pistas del otro lado de la cordillera. Forman grupos, funcionan como clanes, sean de amigos o familias, y allá van, a disfrutar de la nieve.

En este caso, se trata del centro Ski Portillo, complejo ubicado a escasos siete kilómetros del túnel del Cristo Redentor, que comunica ambos países por la provincia de Mendoza, y a poco más de 160 kilómetros de Santiago de Chile. Esa cercanía hace que se convierta en uno de los centros invernales elegidos por miles de argentinos, todos los años.

Pero decíamos antes que no son pocos los cordobeses que, ya sea en grupos de amigos o en familia, van a deslizarse con dos patines (esquí) o uno solo más ancho (snowboard) por esas superficies blancas ubicadas a más de 3.000 metros de altura.

Tres abogados “del foro local” viajaron para celebrar el cumpleaños de uno de ellos y, de paso, despuntar el vicio de esquiar y afianzar esa amistad.

Un conocido arquitecto cordobés, con su familia, se instaló en el hotel para disfrutar de unos días de esquí, con las primeras nieves de la temporada. La más chica de la familia (9) tiene ya una larga experiencia, pues cuando tenía un año de vida, su padre la llevaba a esquiar en una mochila, sobre el pecho.

Otros cinco amigos, esta vez porteños, lucen remeras verdes con una leyenda en el pecho: “Skiing”, y una serie de banderitas debajo de esa palabra. Son parte de un grupo que se dedica a esquiar y se han fijado el objetivo de conocer los mejores centros mundiales de ese deporte. Entre las banderitas, figuran la de argentina y la chilena, obvio.

Pero lo que se descubre en todos estas cofradías, tan heterogéneas, es un claro sentido de pertenencia hacia el lugar. Y eso mismo se destaca entre la gente que, con su trabajo, cumple la misión de atender a los huéspedes.

Ejemplos hay muchos. Henry Purcell, el pionero y propietario del lugar, y su hijo Miguel, actual gerente general, con sus familias, desayunan, almuerzan, meriendan y cenan en el mismo lugar del gran comedor, todos los días. Uno pasa rumbo a su mesa y recibe una sonrisa y un saludo de su parte, como viejos conocidos.

Juan Beiza, el maitre del restaurante, está allí desde 1968. Su amabilidad y simpatía, además de su elegancia, lo convierten en un referente del lugar. Y si se dialoga con él, los conocimientos que desgrana son imperdibles. También tiene una envidiable memoria y a los visitantes que ya han estado allí antes, los reconoce no bien los ve.

También Heydi, la suiza profesora de yoga del complejo y eximia esquiadora, está en Portillo desde 1968 pero, coqueta, pide que pongamos que está allí desde 1984.

Desde ese año está Rafael Figueroa, el chef del hotel, que dirige un staff de 61 personas en la cocina, con quienes prepara diariamente un promedio de mil platos de comida, para los huéspedes y el personal, con un menú que se programa cada 13 días. Lo consultamos sobre los platos “estrellas” de ese menú y, sin dudar, indica “la chuleta de cordero con romero y salsa agridulce y la centolla”.

En materia de vinos, hay una carta con más de 200 etiquetas, que incluye varias argentinas.

La calidad de las pistas no está garantizada sólo por la nieve y las condiciones climatológicas que colaboran para ello, sino que, además, todos los días cuando ya los andariveles quedan vacíos y los huéspedes se recluyen en el interior del hotel, aparecen las enormes máquinas que “barren” la superficie de las pistas, para dejarlas como una mesa de billar. Si no nieva y hay hielo sobre las pistas, se ponen en marcha los “cañones” que fabrican nieve con el agua de la laguna Inca y la esparcen en una capa sobre la superficie.

Pero, por si esto no bastara para asegurar esas bondades, no bien despunta el día aparecen Henry y Miguel Purcell, padre e hijo, con sus esquíes y se largan a recorrer ellos mismos las pistas, para ver en qué condiciones están. ¿Cómo es el dicho, “el ojo del amo engorda el ganado”?

Y no sólo de nieve y esquíes viven los que visitan Portillo. Ya se mencionó a Heydi, la profesora de yoga que diariamente imparte sus clases en el hotel; en el segundo piso hay un pub que funciona todas las noches hasta las 12, con música en vivo, tragos y snacks; en el subsuelo hay un microcine con pantalla gigante, una discoteca y un gimnasio completo, además de una cancha de fútbol salón, que también sirve para vóley o básquet.

Los más osados, pueden optar por hacer una zambullida en la piscina de aguas templadas o relajarse en el jacuzzi, ubicados en un deck con vista a la laguna Inca y rodeados de montículos de nieve.

Luego, después de la cena, se podrá tomar un café mientras se comparte una tertulia con amigos, leer un buen libro o revisar los correos electrónicos y las noticias (hay Wi-Fi gratis en todo el hotel), en el amplio living donde un acogedor hogar a leña completa la decoración y calienta el ambiente.

A la hora de dormir, las habitaciones calefaccionadas están preparadas para dormir, ya que no disponen de televisores. Se supone que la actividad del día reclama descanso, para recomponer fuerzas y preparar el cuerpo para una nueva jornada.