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La experiencia de tres argentinas que viajan solas

Mujeres que recorrieron América latina, Europa y Estados Unidos con ahorros o con planes de trabajo nos cuentan sus historias.

Vacaciones que se extienden, viajes cortos que obligan a volver por más o proyectos de vida itinerantes que maduran hasta conectar varios puntos en un mapa y dejar organizada la retirada de la rutina. Las razones y circunstancias que llevan a una persona a embarcarse en un viaje prolongado son diversas, se yuxtaponen y tuercen los recorridos profesionales y personales. En el marco del Día Internacional de la Mujer, Voy de Viaje recupera la historia de tres viajeras que recorrieron América latina, Europa y Estados Unidos con ahorros o con planes de trabajo; en bici, en auto, en tren o en avión; y que cosecharon experiencias dispares. En esta nota cuentan cómo es la experiencia de viajar sola y cómo maduraron la idea de dejar casa-trabajo-amigos para lanzarse al camino lento y cambiar la lógica del turista por la del viajero.

Encontrarse con otros

Viajar sola siendo mujer, al parecer, implica responder varias veces la misma pregunta antes y durante el viaje: “¿No te parece peligroso no ir acompañada?”. Después de casi tres años moviéndose por Estados Unidos, Rocío Cao (26) naturalizó el planteo por su seguridad: “Yo no tenía ningún tipo de prejuicios con el hecho de viajar sola, tampoco miedo, pero desde oficiales del aeropuerto hasta gente de mi círculo me preguntaban si estaba segura, si no era peligroso, que qué iba a hacer si me pasaba algo. Y siempre respondía lo mismo: ‘Quizás lo sea. Si algo se presenta, haré lo que sea que haría un hombre’”.

Rocío nació en Buenos Aires y vivió en Córdoba desde los 11 años hasta que terminó la tecnicatura en periodismo. La primera vez que se fue de viaje sola tenía 21 y fue para trabajar en un centro de esquí en Virginia, Estados Unidos. Lo que en principio sería un viaje de un par de meses se fue extendiendo: le propusieron un trabajo en un bar de playa en Provincetown, Massachusetts, y empezó a girar por el país intercalando estadías de trabajo con viajes en auto, en tren y en avión para conocer otros estados. “Por supuesto que viajando sola te exponés”, cuenta, “pero no más ni menos que lo que lo hacés en tu ciudad”. La retribución, aclara, es más que interesante: “Viajando sola te pasan cosas increíbles que probablemente si estás con un grupo es difícil que te pasen, como compartir la casa con gente de Polonia, Bulgaria, Serbia y Estados Unidos al mismo tiempo; amigos que luego visité y que fueron pilar para otros viajes”.

Un circuito autónomo y salvaje

Anahí Jeanrenaud creció en Gualeguaychú, Entre Ríos, y se mudó a Buenos Aires para estudiar Terapia Ocupacional. Durante el cursado de la carrera le surgió la oportunidad de estudiar un semestre en España, a donde llegó con ahorros y se fue con buena parte del continente recorrido. Después de terminar la facultad, volvió a cruzar el charco pero para quedarse en Roma, donde su hermana formó familia. “Haciendo pie en su casa, empecé a delinear el viaje más autónomo y salvaje de mi vida: ‘il mio giro d’Italia’, que implicaba pedalear desde Roma hasta Barcelona”, relata.

La cocción de esa aventura fue una receta compleja: leer sobre trayectos, familiarizarse con manuales de bici, estudiar mapas, informarse sobre nutrición e hidratación y pensar en planes A, B y C para las contingencias. “No me creía el viaje que estaba por hacer hasta el día que fuimos con mi cuñado a comprar la bici y llegaron las alforjas impermeables alemanas –en eso se debe invertir por que serán ‘tu casa móvil’–. Y ese primer día de pleno agosto, aunque con un calor de locos, creo que llegué a hacer 70 kilómetros”, rememora.

Igual que Rocío, Anahí coincide en que los peligros de viajar sola son tantos como los de moverse en cualquier ciudad. En su caso en particular, estaba además la cuestión de la exigencia física: “El miedo a no poder lograrlo siempre está, pero creo que la vida está para probar. A eso vinimos, a ser quienes queremos ser. Eso nos marca y nos define”.

Más barato que una vida estable

Organizar la retirada a veces lleva meses y es en particular difícil para quienes tienen un trabajo que no quieren perder, una casa alquilada, mascotas y plantas. Para Marina Quaranta (36), dejar todo eso implicó simplemente tomar una decisión durante un viaje en curso. En enero de 2013, Marina se fue de vacaciones sola a Bolivia y a Perú, pensando en recorrer ambos países durante un mes y medio y luego volver. Ya se había recibido y acababa de terminar una relación, pero tenía un trabajo estable como diseñadora gráfica y esa era la parte que más le costaba resignar. “Me pedí un mes de vacaciones sin goce de sueldo, y planeaba avisarles en el viaje que me demoraba unos quince días más”, explica. Dos meses después de dejar su casa, mientras caminaba por una playa del norte de Perú, se puso a pensar en que sólo necesitaba una computadora y podría extender esa forma de vida cuanto tiempo quisiera sin resignar su trabajo.

“Todavía estaba viajando en modo turista, con ahorros de todo un año de trabajo pero que se empezaban a acabar –se acuerda–. Me quedé más de cuatro meses, entré a Ecuador y tuve que cambiar a modo viajero”. En Buenos Aires tenía su casa, su gato y sus plantas, así que publicó en Facebook que buscaba subalquilar ese espacio –con la promesa de que los nuevos inquilinos cuidaran de esa casa, ese gato y esas plantas– y una pareja de colombianos, que luego volvería a ver en su país de origen, se mudó a su vivienda.

El viaje se siguió sustentando con trabajos ocasionales: vendió comida, fue mesera, trabajó a cambio de hospedaje. “Entre esas cosas maravillosas que suceden en el camino, un chico que me hospedó unos días en Quito me regaló la computadora que necesitaba para trabajar. Estaba en un cajón, era vieja y pesada, pero era todo lo que necesitaba para seguir hasta Colombia”, cuenta. Marina siguió teniendo trabajos temporales en el destino, a los que sumaba trabajo freelance que le llegaba desde Argentina. Eso le permitió pasar de Ecuador a Colombia. “Lo que mucha gente no sabe es que viajar puede ser muy barato, muchísimo más que una vida estable”, asegura. Viajar, cuenta Marina, le cambió la vida por completo: “Me abrió mucho la cabeza y también me abrió esta puerta maravillosa de salir así, sin mucho plan, sin tiempo y sin destino; sólo ir yendo”.