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La ciudad y el artista

Por Javier Candellero.

Hay ciudades que se sienten representadas por artistas que residen o residieron en ellas, fueron parte de su obra y de su vida y se necesitan entre sí para seguir forjando sus propias identidades.

Si viaja a Ecuador encontrará dos ejemplos muy fuertes de esta relación ciudad-artista. El primero de ellos: Oswaldo Guayasamín, uno de los pintores latinoamericanos más importantes de las últimas décadas del siglo 20, que vivió y desarrolló su obra en Quito, desde donde saltó a los principales museos del mundo.

Guayasamín falleció en 1999 y donó su obra y una gran colección de pinturas de admirados colegas y las figuras pre y pos hispánicas que recogió en vida, a la capital ecuatoriana y esta le recompensó con un gran museo, “La catedral del hombre”, visita obligada  de los amantes del arte.

La otra ciudad es Cuenca y el artista se llama Eduardo Vega, para quien la materia esencial de su arte es la tierra misma: la arcilla. Nacido en 1938, Vega es un fiel seguidor de la tradición ceramista del Azuay y un gran investigador de las posibilidades de la tierra que utiliza en sus obras y ha manejado desde niño.

Eso le ha permitido pasar de obras domésticas y utensilios hogareños, hasta grandes murales que hoy se exponen en las ciudades más importantes de Ecuador, EEUU, Europa y Oriente.

Estudió en Europa en los años ‘60. “En Londres estaba con poco dinero, así que me alojaba en la embajada de Ecuador, en la misma habitación donde hoy está (Julian) Assange”, cuenta. Desde que volvió a su Cuenca natal trabajó en grandes esculturas que él denomina “totems” y que son verdaderos hitos urbanos en Quito y Cuenca, como así también murales de grandes dimensiones.

Una de sus obras más reconocida es “Sacando el alma de la tierra”, conformada por dos murales de cerámica ubicados en el vestíbulo de la sala de la Vicepresidencia de Ecuador, en la ciudad de Quito.

Descubrir la obra de Vega es otra de las sorpresas que ofrece Cuenca y en un paseo turístico se puede llegar hasta su atelier-taller en lo más alto de la colina de El Turi. Desde allí, a través de sus ventanales o paseando por el jardín botánico, tendrá como regalo una vista panorámica de la ciudad inmejorable.

El paseo será inolvidable si lo encuentra trabajando y puede charlar unos minutos con él. En ese caso, comprobará una vez más aquello de la amabilidad cuencana y conocerá algo de la historia de la ciudad, contada de primera mano por quien fue director de Patrimonio y uno de los responsables de que la Unesco haya reconocido a Cuenca como Patrimonio de la Humanidad.

También le hablará de la lucha incansable para lograr que todos entendieran la importancia de no ensuciar la ciudad y respetar el espacio público para lograr que hoy Cuenca sea una de las ciudades más bellas, más limpias y con mejor calidad de vida de Latinoamérica.

Sentado junto a su hija mayor Carmen, antropóloga, hoy dedicada al desarrollo urbanístico de Cuenca, Vega habla de nuestra cultura latinoamericana común, escucha nuestra tonada cordobesa (parecida a la cuencana por el arrastre) e inmediatamente recuerda su gestión al frente de la Dirección de Patrimonio, la relación que mantuvo con Córdoba en los años ‘80 y no se perdona no habernos visitado aún.