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La avenida que lleva al desierto

(Fotomontaje de Javier Candellero).
(Fotomontaje de Javier Candellero).

Un viaje muy especial, que comienza en una ruidosa avenida y termina en una tienda en medio del desierto. Detrás del cordón del Atlas, escenarios de películas, tormentas de arena, camellos, y mujeres y hombres bereberes en una sucesión de imágenes de ensueño.

Marrakesh tiene un alto atractivo turístico y recibe millones de visitantes anuales, lo que la convierte en el principal puerto de partida hacia el desierto del Sahara de Marruecos.

Es así como este viaje empieza en una avenida ruidosa y culmina en una tienda en el desierto. Y si no fuera por las voces de quienes viven a diario en este territorio, sería una crónica injusta y acotada.

Julio Miranda me ayuda a equilibrar el relato. Este artista chileno vive en el barrio de la Kasbah y, luego de París y España, encontró en Marrakesh el espacio perfecto para desarrollarse. Los muros de la ciudad lo encantaron, a tal punto que terminó mudándose para estudiar el desarrollo del arte cerámico en Marruecos. Ahora diseña cerámicos para Europa pero desde el corazón de Marruecos donde, además, estudia y conserva una tradición latente en cada ladrillo.

El barrio es una muestra interesante de lo que está pasando en Marruecos: hoteles cinco estrellas con jardines que se espejan con las casitas tradicionales. En las afuera, rumbo al Atlas, clubes de golf, barrios cerrados y marcas europeas decoran el ojo del turista que esperaba pobreza e indigencia.

Y aunque este pueblo no ha llegado a un levantamiento, a pesar de que los comerciantes se quejan; de que la educación superior es casi inalcanzable; de que la calidad de vida es dudosa, y la corrupción un tema frecuente, existe un respeto por las tradiciones y por el lugar del otro.

“Me dicen Mohamed Toyota y hablo un poco de inglés”, dice quien desde ahora será nuestro chofer, guía y deejay. La mayoría de los habitantes de esta zona de Marruecos dominan también el francés, el árabe y el bereber, por educación y por necesidad.

El turismo se ha convertido en una fuente de ingresos muy importante en estas ciudades y sus habitantes aprovechan la oportunidad de ser guías, de mostrar el lugar donde viven y sus costumbres.

Mohamed toma el café y describe el Atlas Medio como un cordón montañoso que depara sorpresas a cada momento. Dos días después, amaneceremos con el sol arriba en nuestras tiendas en el desierto y cruzaremos el Atlas con una tormenta de nieve, para llegar con lluvia a Marrakesh.

Pero muchos kilómetros antes, ya se suceden imágenes de ensueño. Los niños que atraviesan la montaña para ir a la escuela, mientras sus madres, junto al río, lavan la ropa y la secan al sol. Este es un momento especial para ellas y lo aprovechan para contarse un chisme y hablar de lo doméstico. En otro rincón de la foto, en esta zona de oasis, los hombres trabajan la tierra.

Cada pueblo que atravesamos repite esta lógica, varían apenas las construcciones que simulan alteraciones en la montaña. De vez en cuando, alguien sentado en una piedra mira los autos que pasan por la ruta. A veces, pequeños grupos de mujeres conversan al costado del camino. Camisetas de Messi en los patios de las escuelas, polvo y complicidad.

Después entramos en los valles, donde las formaciones rocosas en las montañas sirven para hacer un jueguito con los turistas: “¿a qué se parece esta... y esta otra?”.

De película

Ourzazate es la puerta al desierto y por ende, la ciudad más moderna de la zona. Una enorme kasbah domina la única ruta posible hacia la arena, ya estamos cerca. Pero lo más importante de esta ciudad es su relación con el cine, ya que hay dos estudios en ella. Aquí se filmaron películas como Gladiador, entre otras.

Los hombres a quienes les interesa trabajar en las películas como extras, se dejan crecer el pelo y la barba, ya que las temáticas, por la geografía, generalmente tienen que ver con la historia.

Uno de los escenarios más recurrentes, al margen de las dunas de Merzouga y Zagora, es la kasbah de Taourirt, una monumental fortaleza de adobe construida en el siglo XVIII por orden de Hamadi El Glaoui, a quien le gustaba que lo llamaran “el señor del Atlas”. Este sitio era una de las paradas en la ruta del oro, que unía Marrakesh con Tombuctú.

Mohamed nos mira de reojo cuando entramos a las gargantas del Dades; él lo sabe, como la mayoría de las imágenes de Marruecos, conmueven, movilizan. Un corte abrupto en la montaña abre paso a un río de poco caudal pero vital para quienes desarrollan su actividad en torno al agua. Aquí, en el medio de la nada, a miles de kilómetros, un vendedor conoce a alguien que vive en Argentina.

La ruta a Merzouga es atravesada por una tormenta de arena. Un camión va perdiendo colchones a su paso, bocinas, señas. Mohamed esquiva y se ríe de los puestos de fósiles que se encuentran en la ruta final al desierto.

Hay camellos de colores y hasta un dinosaurio que sirve como imán para los souvenir. Por el contrario, se detiene unos kilómetros más adelante y nos muestra los fósiles que aun existen en las piedras.

Varios pozos de agua dominan la escena. Fueron hechos por el gobierno para que las familias nómades puedan venir a buscar agua aquí.