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Italia en tres clásicos

Un trazado de unos 800 kilómetros contempla a Roma, Venecia y Florencia, tres ciudades que son sinónimo de historia, arquitectura, arte y mucho más.

Es la Italia histórica, cultural y romántica; la que todos los viajeros sueñan con conocer y que era parte de la educación de la alta sociedad del siglo XVIII. Pese al paso de los años y el agobio turístico, los tesoros del país siguen vigentes sin perder su encanto. Roma, Venecia y Florencia son fiel reflejo de ello.

La Ciudad Eterna

Ya lo dice el refrán: todos los caminos conducen a Roma. La mítica capital que fundaron Rómulo y Remo, con sus tres mil años de historia, se explaya hacia ambos lados del río Tíber.

Sobre la margen oeste se encuentra el gran hito: el Vaticano. Un gran porcentaje de los que visitan la ciudad lo hacen para vivir una experiencia religiosa que, muchas veces, une caminos con el arte. Las obras están a la vista en los 12 apóstoles esculpidos en el Giovanni Laterano, en el Moisés de San Pietro en Vincoli, en el coro sobrio de Santa María del Popolo, en el baldaquino de Bernini en San Pietro y, sobre todo, en El Juicio Final de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina. Todo el recorrido es artístico.

Del mismo lado se suma el bohemio barrio Trastevere. De día es tranquilo, con calles infinitas, casa bajas pintadas de ocre, ropa tendida y vecinas que se gritan de ventana a ventana. De noche cambia de traje, huele a comida y sube el volumen con bares y jóvenes que se mueven hasta la madrugada.

Hacia el otro lado del río está todo lo demás. Léase plaza Navona; Campo de Fiori, donde se encuentra el mercado más antiguo de Roma; la emblemática Fontana di Trevi; la Via del Corso, que une la plaza del Popolo con la plaza Venecia; y, por supuesto, el Coliseo: el anfiteatro y la principal atracción romana. Es tan impactante imaginárselo en funcionamiento como pensar en el imperio que abarcó desde Gran Bretaña hasta el Sahara.

Museo a cielo abierto

A orillas del Arno ya no queda nada por descubrir. Florencia fue hecha para recrearse, una y otra vez, en la belleza ilesa de sus museos y galerías, basílicas e iglesias, mercados y plazas. Cuna del Renacimiento y hogar de Maquiavelo, Miguel Ángel y los Médicis. Magnética y romántica, siempre está abarrotada. Sin embargo, la contundencia artística e histórica de sus monumentos permanece ajena a las multitudes.

El recorrido puede comenzar por la basílica de Santa Maria dei Fiore, más conocida como Duomo, uno de los templos más grandes del mundo, símbolo de la superioridad cultural que comenzó a construirse en 1296 y que tardó casi 150 años en completarse. Desde lo alto de la cúpula, las vistas panorámicas lo dicen todo.

En medio de la plaza del Duomo y frente a la catedral y el Campanile se encuentra el baptisterio, el más antiguo del conjunto religioso. Sus tres puertas de bronce están maravillosamente esculpidas.

A cinco minutos de allí se ubica la plaza de la República, uno de los lugares más animados de la vida florentina. Es más rica en historia que en arte, ya que por cuestiones de higiene y esplendor a finales del siglo XIX las mansiones de las familias nobles, el mercado viejo y el gueto judío fueron demolidos.

Por esto y mucho más, Florencia debería ser el lugar de peregrinación del viajero con un mínimo de sensibilidad y sentido estético.

Entre canales

A Venecia, colmada por los tópicos, se llega advertido, pero es imposible suponer la manera en la que uno termina ligado a medida que se va perdiendo entre puentes y callejones. Fiel a sí misma e inequívoca, sus rincones reflejan su carácter.

Dentro de este archipiélago, todo comienza en la plaza San Marco, donde el gentío le rinde homenaje al conjunto arquitectónico que la rodea. En ella se encierran el palacio Ducale, la Basílica de San Marco, la Torre del Reloj, el Museo Correr y la Procuraduría. En el centro está el Campanile, desde donde Galileo miraba el cielo. Y frente al Gran Canal, las columnas de San Marco y San Teodoro, que supieron ser base de ejecuciones públicas.

El otro ícono de las más de 100 pequeñas islas unidas por 400 puentes es el Rialto, el más antiguo que cruza el Gran Canal y el mercado donde todos los días llega la pesca del día y las frutas y verduras que se exhiben como obras de arte.

Resulta hasta disparatado pensar que del barro surgió una ciudad que un día fue digna merecedora de conciertos de Vivaldi, cuadros de Canaletto y escapadas nocturnas de Casanova. A tener en cuenta: Murano, Burano y Torcello, porque, tal como escribió John Julius Norwich en Historia de Venecia, “no hay ninguna otra gran ciudad que haya logrado preservar hasta tal punto en sus inmediaciones la atmósfera y el entorno que la vieron nacer”.