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Información útil para conocer Montréal

Datos para recorrer y disfrutar la ciudad de Montréal.

CÓMO LLEGAR: Air Canada ofrece un vuelo diario (vía Santiago de Chile) a Toronto, desde donde se conecta con Montréal (hay unas 15 conexiones diarias). Otra opción es volar a Nueva York y desde allí seguir a Montréal. Se consiguen pasajes desde $ 20.100.

IMPERDIBLES. Ruta por los imprescindibles de Montréal.

PASEOS: La mejor manera de moverse es con subte. El pasaje cuesta 37 pesos. Hay pases de varias duraciones con mejores tarifas. Llega a los principales puntos de interés, pero no al aeropuerto (se llega en bus usando el mismo pase o ticket). Tarifas y planos en stm.info.

ALOJAMIENTO: Hay opciones para todos los presupuestos. Entre los hoteles de lujo, se destaca el Sofitel Le Carré Doré, en las inmediaciones de la Milla Dorada y de los shoppings de Sherbrooke y Sainte-Catherine. A partir de 1.507 pesos por noche.

GASTRONOMÍA: Montréal se promociona como la capital gastronómica de América del Norte. Además de la gran variedad de cocinas de sus restaurantes, organiza muchos eventos y festivales. No se conoce del todo Montréal sin haber probado un sándwich de smoked-meat en Schwartz (3895 Boulevard Saint Laurent), por unos $ 115.

MÁS DATOS: tourisme-montreal.org.

Opciones: Ideas

Para completar el viaje.

Islas a todo motor. Montréal fue construida sobre una isla en medio del ancho río San Lorenzo. En los años '60 se creó el complejo de entretenimiento y deportes del parque Jean Drapeau sobre las dos islitas vecinas de Sainte Hélène y Notre-Dame. Se llega en subte, por medio de un ramal que pasa por debajo del río hasta los antiguos pabellones de la Expo Universal de 1967 y parte de las instalaciones de los Juegos Olímpicos de 1976, que fueron reconvertidos en museos, casino y parques. Allí se corre cada año el Grand Prix de Fórmula 1 de Canadá, sobre la pista Gilles Villeneuve.

Dos estatuas, dos idiomas, dos culturas. Dos de las esquinas de la Plaza de Armas están custodiadas por llamativas estatuas. Una representa a un hombre que tiene en brazos un bulldog inglés y la otra es una mujer con un caniche. Ambas se dan la espalda y recuerdan cómo vivieron durante mucho tiempo las dos comunidades de la ciudad, la inglesa y la francesa, ignorándose mutuamente como los personajes de piedra.