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India: patrimonio, especias y espiritualidad

Foto: AP
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Opciones para aprovechar un viaje a la India, desde sus sabores típicos o su fuerte religiosidad hasta sus edificios históricos.

La India es un país tan caótico como maravilloso, y tan maravilloso como lejano para nosotros. Esta tierra “bendecida por los Dioses” descansa sobre las aguas del océano Índico, a unos 16 mil kilómetros de distancia de la Argentina.

Allí se consideran sagradas a las vacas y karmático comerlas. Los hindúes se alimentan de meditación, verduras y chai, la bebida tradicional que es un privilegio al paladar y a los sentidos. Se trata de un té que conecta al cuerpo físico con el espíritu, un deleite a base de especias y condimentos como el té negro, cardamomo, canela, clavo de olor, pimienta negra, jengibre, anís estrellado, leche vegetal o animal y agua.

La cocina en India es una expresión de cultura, a través de los sabores y de las sensaciones que éstos provocan. El picante aparece en cada plato: la pimienta negra es uno de los condimentos por excelencia, entre las demás especias infaltables y abundantes como la cúrcuma y el cardamomo, por mencionar algunos. Los olores son intensos y únicos.

¿Un menú típico? La comida Thalí, realizada con arroz, el chapati (pan) y salsas o curries de papa, verduras o lentejas.

Una impronta cultural

En India se acostumbra a comer con la mano, y no es ni por falta de educación ni de utensilios, sino para disfrutar de los alimentos con todos los sentidos.

Los hindúes tienen, además, una razón más profunda: creen que en la yema de los dedos funcionan unos sensores conectados al aparato digestivo, y al hacer contacto con los alimentos, previo a ingerirlos, llevan la información directo al cerebro, de allí al estómago y eso hace que el organismo se prepare para hacer el proceso de la absorción de nutrientes y digestión más fácil y más rápido.

Desde los tiempos antiguos la Ayurveda es la medicina por excelencia en India. Todo es a base de productos naturales, remedios caseros sin químicos, por lo que no producen efectos secundarios. Los masajes “ayurvédicos” también son considerados medicinales porque trabajan a nivel físico y emocional, con resultados excelentes.

Al amanecer, el aroma a sándalo en las calles se mezcla entre los rayos tímidos del sol. En medio de ese espectáculo se cuelan unos cánticos desde el interior de algún templo: en India se comienza el día orando, agradeciendo y meditando.

Las religiones en la actualidad conviven respetuosamente: los hindúes, los sijes, los cristianos y los musulmanes se ocupan de su Fe sin prejuicios hacia los demás. Las flores y las frutas se consiguen en la calle en abundancia y a cada paso, para decorar y agasajar a sus dioses y sus templos.

Vestimenta y colores

La vestimenta de las mujeres es arte que circula por las calles, tan colorida y única en el mundo. Los típicos sari son telas de seda o algodón, de entre cinco y nueve metros de largo. Hay innumerable variedad de colores brillantes, algunos bordados a mano, otros con estampas, pero todos fabricados de modo artesanal.

Las mujeres complementan la vestimenta con aros, collares, maquillaje, peinados con trenzas y el famoso bindi, un elemento que es parte de la cultura y no pasa desapercibido.

Se trata de un símbolo que se coloca en la frente, a la altura del “tercer ojo”, y eso no es casual o arbitrario ya que es el lugar del sexto chakra, relacionado a la apertura de conciencia y al conocimiento.

Hay bindis de colores, de piedritas, de tela y son adhesivos para cambiarlos cuantas veces quieran. También se elaboran caseros, con pasta de color roja o amarilla que se obtienen de la cúrcuma y del sándalo.

Los hombres también utilizan este símbolo, que antiguamente era una distinción entre las mujeres casadas de las solteras y en los hombres era signo de religión.

El Triángulo de Oro

Nueva Delhi es la capital del país, y es el lugar en el que se puede “vivir la India” desde el primer paso.

Bocinas, olores, vacas, smog, tráfico, saris de colores, hombres con turbantes, templos, museos, centros comerciales: ¡“Bienvenidos a Delhi”!

La Nueva Delhi es la zona más joven de la ciudad, donde conviven la modernidad con el letargo. En una vereda, los centros comerciales que albergan grandes marcas internacionales; enfrente, calles sucias, vacas flacas, puestos de comida callejera. Ambos mundos coexisten en una paradójica armonía.

La Vieja Delhi es un tesoro histórico, donde se encuentran las reliquias de la India, como sus templos y edificaciones más antiguas. El Fuerte Rojo es uno de ellos, símbolo de independencia y Patrimonio de la Humanidad Unesco, 2007).

Justo enfrente se ubica la “Mezquita de los Viernes” Jama Masjid, la más grande del país, y lugar de culto sagrado para los musulmanes. Se la puede distinguir desde varios puntos de la ciudad porque está en altura y, a la vez, desde allí se logra disfrutar de una vista única.

Al sur de la ciudad se puede visitar el “Templo de Loto”, donde los fieles de cualquier religión llegan para orar y meditar sin ser molestados.

Agra

El recorrido sigue por Agra, a sólo a unos 200 kilómetros de Nueva Delhi, pero es probable que el viajero tarde unas seis horas o más hasta llegar, dependiendo del tránsito del día y de las paradas que se hagan durante el camino para disfrutar de un chai.

Por ese motivo se recomienda salir a la ruta antes que el sol, y también para evitar el calor intenso del mediodía.

En medio de las callecitas angostas, los cientos de templos hare krishna, las vacas que descansan en las veredas, los puestitos de comida y los hombres delgados como agujas, se abre a la vista el Fuerte Rojo de Agra, otro Patrimonio de la Humanidad construido por el imperio Mogol y en cuyo interior resguarda los palacios que alguna vez fueron habitados por reyes.

Su nombre se debe a que fue construido con arenisca roja, y a primera vista pareciera ser el custodio incansable del silencioso Taj Mahal, ubicado a unos dos kilómetros de distancia.

Cuentan que el emperador musulmán Shah Jahan, que vivió sus últimos años en el Fuerte Rojo, nunca dejó de contemplar desde su ventana aquel imponente mausoleo que acunaba celoso el cuerpo de su amada esposa, Mumtaz Mahal. Es uno de los monumentos más bellos del mundo, construido en mármol blanco y decorado con piedras semipreciosas, que brilla según los colores del cielo: amarillo durante las horas de sol, color plata mientras está la luna.

Jaipur

Concluye el Triángulo de Oro en Jaipur, una ciudad fascinante, que parece detenida en el tiempo. Allí se recomienda visitar los mercados y bazares para encontrar los mejores souvenirs de la India. Aquí, practicar el regateo es una de las costumbres más tradicionales del país.

En las calles, los encantadores de serpientes se adueñan de las miradas y los gestos de miedo de los visitantes, antes de llegar al Fuerte de Amber, el monumento histórico de la ciudad al que se accede a lomo de elefante por una estrecha subida.

India, tan caótica como maravillosa logra que quienes la visitan no sean los mismos al salir de allí. Su esencia contagia, transforma. Si todos pudiéramos caminar por aquella lejana tierra, seguramente no volveríamos a ver el mundo con los mismos ojos.

¿Cuándo viajar?

Marzo es el mes más esperado del año por los hindúes, porque con la llegada de la primavera renace la época de la luz y se celebra a lo grande. Durante el reconocido Festival Holi utilizan pigmentos naturales multicolores que esparcen al aire y entre la gente, con el propósito de inmunizarse y recibir con honores y alegría la época luminosa del año.

Entre abril y junio se pueden contemplar las míticas puestas de sol en oriente, aunque las temperaturas son demasiado altas. Entre octubre y noviembre, el clima seco y fresco es agradable. En esta época se celebra el famoso Diwali, el festival de las luces. Coincide con el año nuevo hindú, por eso es el más importante del año. Durante cinco días, los hogares se preparan para hacer limpieza de lo viejo y abrirse a lo nuevo e iluminar los espacios para recibir prosperidad y buena energía.

Marzo es uno de los meses preferidos por los hindúes: celebran la llegada de la primavera a lo grande, como su época más luminosa.