buscar

¿Hotel u "hostel"? La duda que quita el sueño

Elegir entre un hotel y un hostel es difícil, pero definitivamente en el segundo tendrás una experiencia inolvidable.

A principios de este siglo, cuando el concepto de "viaje mochilero" empezaba a viralizarse antes de que existiera el concepto de "viralización", tenía que explicarles a mi abuela y a otros miembros de la familia qué eran esos hostels en los que me alojaba. La idea de compartir habitación (o, peor, baño) era, por entonces, visto como un horror, incluso para personas que no tenían problema en compartir fluidos en la bombilla del mate. Cuestión de perspectivas.

En los primeros viajes, de los "dieci" y "veintipocos", la duda entre hostel y hotel se resolvía mirando las cuentas de ahorro. Instalarse en los primeros era mucho más barato. Al menos, permitía gastar la plata en otras cosas. Así, he cenado platos deliciosos en grandes restaurantes para después acostarme en catres ruidosos dentro de cuartos con 10 personas más. Cuestión de prioridades.

La primera experiencia en un hostel fue confusa. Estábamos en Venecia con una amiga y un libro de viajes que habíamos comprado nos indicaba la dirección de un "hostel para mujeres". Era realmente barato y con una ubicación perfecta. Fuimos derecho a la dirección. Nos sorprendió la austeridad del lugar, la monja que nos abrió la puerta y que las paredes estaban decoradas con cuadros religiosos. La primera noche, la monja nos aclaró que había que irse a la cama a las 10. Ella misma entró a la habitación para comprobar que allí estábamos, nos arropó y nos dio un beso en la frente a nosotras dos y a una china que también había llegado desprevenida y no entendía nada. Al día de hoy creo que era en realidad un convento que aprovechaba la confusión de los turistas para ganarse unos pesos.

Pero ¿por qué ir a un hostel cuando uno ya tiene dinero para, al menos, pagarse una habitación modesta en un pequeño hotel? En primer lugar, porque incluso en hoteles preciosos que pueden ser más económicos que un hostel, la posibilidad de aventuras disminuye notablemente. Pero hay otras buenas razones.

La posibilidad de aprender cosas nuevas 

En Cartagena, por ejemplo, uno de estos albergues ofrecía un servicio que para quienes quieren disfrutar en su totalidad de la experiencia caribeña es elemental: clases gratis de salsa y vallenato justo antes de la hora de salir a bailar. Recuerdo a unos holandeses, que estaban lejos de tener caderas rítmicas, muy agradecidos. En la ciudad de Salta, por ejemplo, llegué a un hostel que planificaba walking tours nocturnos para conocer todos los bares de la calle Balcarce (eran raros los casos de turistas que efectivamente lograban llegar enteros hasta el último bar).

La posibilidad de conocer gente nueva

Si usted se hospeda en un hotel, lo más probable es que termine explorando los canales de cable de la ciudad que visita. Pero en un hostel, la experiencia social se amplía y cualquier cena comunitaria parece un pequeño encuentro de representantes de la ONU. No se limita a quienes son anfitriones de estos lugares, que suelen dar precisos tips urbanos de su propia ciudad, sino a personas de otros países que están en la misma calidad de desorientados. De esa manera, he hecho buenos amigos en los lugares más insólitos: un rosarino que conocí en Londres, un neozelandés en Bolivia o una marplatense con la que me crucé lejos del mar, en Purmamarca.

La posibilidad de sorprenderse con experiencias nuevas

Claro que la sorpresa no necesariamente es grata (¿quién dijo que todas las aventuras lo son?). En este grupo entra, por ejemplo, un hostel en el barrio de Montmartre de París, en el que los dueños me dieron una sola sábana (tenía que decidir si la usaba para cubrir el colchón o para poner una fina capa de tela entre mi cuerpo y la frazada de dudosa higiene) y tuve que aprender a pelear por mi desayuno con una paloma que entraba volando a la cocina con impunidad y con su amigo, Ratatouille.

En este último rubro, llegué a un lugar que rozaba la psicodelia. En Zadar, Croacia, crearon el hostel más extraño que conocí. Más cercano a la arquitectura moderna china que diseña casas del tamaño de cápsulas que al estilo medieval de la ciudad, el hostel era un mal sueño de Escher, diseñado en un espacio muy pequeño. Las paredes estaban pintadas a rayas azules que les daban a los pasillos un efecto de fondo infinito, las camas estaban encastradas en cubículos que se cerraban y parecían sofocantes cajas de zapatos y los baños tenían el color de una nave espacial y el tamaño de un toilette de avión. Al segundo día, salí despavorida a buscar un hotel de dimensiones humanas. Pero quién me quita lo dormido.