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Guayaquil, moderna y cosmopolita

El Malecón 2000, de casi tres kilómetros, con miradores, museos, restaurantes, bares y cines. El lugar para escaparle al calor y la humedad.
El Malecón 2000, de casi tres kilómetros, con miradores, museos, restaurantes, bares y cines. El lugar para escaparle al calor y la humedad.

Entre Quito, la capital de Ecuador, y Guayaquil, por donde sale y entra el 80 por ciento del comercio exterior, hay una vieja rivalidad en pequeñas y grandes cosas.

“Señor, no hay nada mejor para el desayuno que un bolón de verde con queso”, sentenció María, la señora que atendía el pequeño bar de Santa Ana. ¿Qué es el verde?, le pregunté. “El verde es verde, eso mismo... verde”.

Cuesta creer que esa bola de plátano verde frito relleno de queso fundido, sea el manjar elegido para desayunar en esta ciudad húmeda y de calor extremo. Pero Ecuador es así. Un país lleno de curiosidades y de contrastes.

Sus dos grandes ciudades, presumen de su importancia y muestran su rivalidad en pequeñas y grandes cosas. Esa rivalidad los llevó a enfrentarse en una guerra civil que hasta hoy arrastra celos y desconfianza y los somete permanentemente a comparaciones: Quito es la que ostenta el poder de ser sede del gobierno; Guayaquil, la que maneja el puerto por el que sale y entra el 80 por ciento del comercio exterior.

Quito, alta y bella; rodeada de montañas y volcanes; con el patrimonio de historia; sus tribus aborígenes, y sus construcciones coloniales y precolombinas. Guayaquil, a nivel del mar, moderna y cosmopolita; con mestizaje de razas, y el atractivo del ancho río y el mar. Es la que genera los mayores ingresos con el comercio y el puerto, y la Capital, que lo administra y lo gasta. “Tu lo recaudas y yo te lo Quito”, le decía el serrano al de la costa.

Guayaquil a lo largo de su historia sufrió grandes transformaciones. Tres incendios obligaron a reconstruirla y es por eso, que sus edificios históricos no tienen más de 100 años. El estilo es ecléctico, pero predomina la influencia del neoclásico italiano, marcado por la impronta del arquitecto Leandro Maccaferri, que llegó a esas tierras en la década de 1920 para construir la Municipalidad. Maccaferri es considerado el primer modernista e introductor del hormigón armado en la región. Los ricos de la época se enamoraron de su estilo y le encargaron la construcción de sus grandes mansiones. Hoy todas estos edificios fueron puestos en valor y exhiben orgullosos toda su belleza.

“Ese monumento simboliza el encuentro de San Martín y Bolívar, aquí, en la ciudad. Si se fijan bien, el apretón de manos es el típico saludo masón...”, especula Salvador, alimentando nuestra curiosidad por este monumento que los homenajea en medio del Malecón, justo donde muere la avenida 9 de Octubre. Es la arteria más importante, y el eje de la gran regeneración urbana comenzada por el alcalde Febres Cordero y continuada por Jaime Nebot.

El Malecón 2000 es una de las grandes atracciones turísticas. Son casi tres kilómetros, donde acuden los turistas buscando alivio al calor y la humedad. Allí hay museos, miradores, restaurantes, bares, cines, jardines y muelles, desde donde de día o de noche, se puede embarcar para disfrutar la ciudad desde el río Guayas. Al final del malecón, se destacan las casas construidas en la ladera del cerro Santa Ana.

En lo más alto, están el faro, la iglesia y la promesa de la mejor vista de la ciudad. Para llegar hasta allí hay que subir 444 escalones de una escalera rodeada de casas pintadas de colores pastel brillantes, cual el Caminito porteño, hoy muchas convertidas en tiendas y ateliers de artistas que muestran y venden sus obras. Donde, a medida que uno va trepando, suena la música de Julio Jaramillo, el ídolo musical de Ecuador, que le canta a Guayaquil: “Perla que surge / en medio del ancho mar / y que en jardín / te convertiste...”.

En el cerro se ubica el barrio Las Peñas. Aquí fue donde nació la ciudad, por lo tanto es un lugar repleto de historia, quizá el único donde resiste algún vestigio de la época colonial.

Pero, además del Malecón 2000, existe otro, el Malecón del Salado, que es el elegido por las familias y los jóvenes guayaquileños. Allí hay restaurantes, bares y discotecas, más accesibles a todos. Ideales para saborear la comida típica de la ciudad y probar el caldo de salchicha, el encebollado de pescado y el ceviche.

Dentro de las variedades de  ceviche, el de camarón está presente en todos lados. Es diferente al típico peruano, ya que al ecuatoriano normalmente se le incorpora jugo de naranja. Pero lo más curioso y característico es la forma en que se lo acompaña: con pochoclo, chips de plátano y maíz tostado.

Para beber, no debemos dejar de probar refrescos con nombres especiales como el morocho (hecho con maíz blanco dulce); el coco rico (jugo de coco), o la chicha de arroz, llamada resbaladera.

Los mejores bares y discotecas están ubicadas en la “zona rosa” y en los dos malecones.

En pleno centro y frente a la catedral (de estilo neogótico terminada de construir en 1924), existe una curiosa plaza. Su nombre es Plaza de Seminario, en honor al millonario que donó esas tierras, aunque es conocida popularmente por la Plaza de las Iguanas. Cientos de esos animales, pueblan sus canteros y sus árboles, conviviendo con tortugas, peces y palomas.

Uno de los paseos más interesantes, y desde ya, imperdible, no está exactamente en Guayaquil sino en el cantón vecino de Samborondón. Se trata del Parque Histórico, un completo paseo que combina un sendero dentro del bosque de manglar frente al río Daule, con una réplica del Guayaquil del 1900. Son ocho hectáreas protegidas de manglares, platanillos y otros árboles de la región, en la que habitan 28 especies de animales en cautiverio, como venados, cocodrilos, papagayos y mapaches.

En la zona de edificios, se han desarmado antiguas residencias de madera del centro histórico y se volvieron a armar en el lugar. Se replicaron calles, se instalaron tranvías y carros de esa época y un contrapunto donde se recrea cómo vivía el dueño de una hacienda y la casa humilde de un trabajador.

Guayaquil debe ser una de las ciudades de mayor cantidad de centros comerciales por habitante. Es la forma más segura y cómoda de realizar las compras. En los últimos años, las clases más altas se mudaron a barrios privados en las zonas de Samborondón y allí se ubican los shoppings más elegantes. Son las tierras de los “pelucones”, como los llama despectivamente Rafael Correas, el presidente de Ecuador, quien tiene en ellos a sus mayores opositores.

En tanto, en el barrio de Urdesa, están los restaurantes de moda, que lideran la alta gastronomía y la cocina de autor. Allí están surgiendo los lugares diferentes, con exponentes de la cocina de todo el mundo.

El final de la noche quizá exija alejarse un poco de la ciudad, en dirección al aeropuerto. El Jardín de la Salsa es el templo de la música para danzar. Todos tienen posibilidad de lucirse si son buenos bailarines o de aprender si no pueden coordinar más de dos pasos. Pero sin duda, es garantizado que van a  pasar un buen momento.