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Las fiestas brasileras que hacen palidecer al Carnaval

Si usted visitó todos los balnearios de Torres a Fortaleza, de Brasil sólo conoce un puñadito de arena. Viaje con nosotros a Caruarú y Campina Grande al mes de las fiestas juninas.  

Introducción: Festa do interior por Gal Costa. Fagulhas / pontas de agulhas / brilhan estrelas de São João. Esa que ponen los DJ cuando arden los casamientos. El Nordeste de Brasil se divide geográficamente en tres franjas, como los postres helados que se sirven antes de la batucada: el mar, el Agreste semiárido y el desierto a secas. El Agreste, con sierras y churquis, luce como Punilla con palmeras. El plato típico es el cabrito asado y uno se siente en Quilino. Ahí la magia ocurre. El milagro, porque las fiestas juninas son actos de fe. Un mes de fandangos a San Antonio, San Juan y San Pedro donde Juan manda.

Alerta: si cree que el turismo religioso es solemne, se equivoca. A Cristo se lo celebra cuando nace, muere y resucita, al resto del santoral sólo cuando muere, pero a São João (San Juan) –el que anunció la venida de Jesús– cuando nace. Cada 24 de junio se encienden grandes hogueras. Coinciden con los días más largos del hemisferio norte para que el sol junte fuerzas para resistir el invierno. El cumpleaños de Juan es una vieja fiesta celta. El sol entra por los pórticos de las iglesias y baña las cruces orientadas hacia el solsticio. El sol nunca se pone en los sitos y arriales con banderines amarillos, rojos, verdes y azules. Los acordeones, tamboras y triángulos no dejan de marchar. Aquí el lector debe imaginar dos millones de caderas de aquí para allá durante todo junio. Dos millones no es metáfora; dato chequeado.

El Nordeste fue disputado por holandeses, franceses, portugueses y españoles, pero con la llegada de los ingleses y sus trenes a fines del siglo XIX la cosa explotó. Ellos dijeron que el ferrocarril era bueno “for all” y ahí la magia del error y el milagro de la música. El golpeteo de los triángulos como rieles y ruedas que chocan. Las tamboras africanas como durmientes contra el suelo reseco. Los acordeones de los predicadores luteranos como locomotoras a todo vapor. Las lenguas bolas de los negros recién desencadenados tradujeron “for all” a “forró” y así bautizaron la música del sertão. Banda de sonido: Asa branca o Pense n’eu de Luiz Gonzaga, Elvis del desierto pernambucano. Puede bailar mientras lee.

Ahora haga planes: hay vuelo directo Córdoba-Recife y Caruarú, el Cosquín del forró, queda a sólo 120 kilómetros. Si curtió cuarteto o cumbia, estará bien entrenado: se arrastran los pies, se abraza fuerte y claro y se da un paso en falso y uno real. Inserto sociológico. Brasil es un país de fe inconmensurable y esa convicción a prueba de balas arrasa con todo porque incluye el pecado. En las cuadrilhas, formaciones de cuna afro y temática litúrgica, es común ver a uno disfrazado de cura correteando a una monja. No conocemos el Brasil tanto como creemos. El sur del Brasil sabe poco y nada de esta fiesta sacra y profana que desnuda todas las raíces del país-continente.

Durante São João, según datos de la Secretaría de Turismo de Campina Grande, el gasto promedio por persona es el doble que durante los carnavales de Recife –segundos a nivel global después de los de Río– y una vez y media lo consumido cada Navidad. Se gasta en cachaça, en telas a cuadros (cronista gringo no desentonó con sus camisas agropecuarias), en pistolas y machetes de madera para los meninos, en vestidos con novios bordados y mazorcas de maíz que sonríen para las meninas. No es casualidad que Rita Segato haya elegido Pernambuco para iniciar sus estudios de género. Se gasta en sandalias y en zapatos coloridos para danzar. En sombreros bandidos que unen la kipá judía –Recife tiene la sinagoga más antigua de este sur– con el bicornio napoleónico, donde las estrellas de David y las del califa Abderramán bailan juntas.

Fiesta celta para el bautista con toques de judaísmo e Islam con plumas guaraníes enredada en música euroafricana que imita la máquina más célebre de la Revolución Industrial. El lector se mareó y el escriba también. Es casi imposible describir el sincretismo de alabanzas y excesos. Hay que vivirlo.

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Cultura y más.

Barro. Caruarú es una ciudad cultural, una de las capitales creativas de Brasil. Su cerámica figurativa es distinguida a nivel mundial y sus cacharros de cocina, insuperables. El Museo del Barro y el Museo del Forró comparten el mismo edificio. Simbólico. Identidad sin grietas.

Literatura de cordel. Es el único género periodístico del mundo que usa la poesía como herramienta. Una mistura entre lo que cantaban los heraldos y lo que sucedió después de la imprenta. La rima y el verso cantan desde libritos artesanales colgados en los hilos de las ferias.

Las palabras andantes. En Bezerros, a 25 km de Caruarú, está el atelier y memorial de José Francisco Borges, famoso grabador en madera, autor de ilustraciones para libros de Eduardo Galeano. Monumento vivo de la cultura del Nordeste, conversa con quienes lo visitan.

Pousada Casa da Gente. Una pareja de profesores universitarios recibe al viajero con profesionalismo y cariño. Nos ofrecieron una minifiesta de San Juan exclusiva. Es el lugar para descansar a pleno y conocer a fondo. Perfiles en todas las redes y Booking.