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España en cuatro tangos

Ezeiza. Migraciones. Gardel dice que al mundo nada le importa.

No le importa que la primera versión de Yira Yira haya sido grabada en 1929 por Olinda Bozán, o que este escriba no tenga ni fe ni yerba de ayer. Las ventanillas de los 787 tienen el doble de tamaño pero su principal virtud es la ceguera. Se tiñen de violeta a negro absoluto por un hechizo electrónico. Las líneas de luz que perfilan las bauleras imitan a las auroras boreales con variaciones de lavanda a turquesa y dan a la cabina un aire de casa de sepelios. Sólo falta el zumbido del neón. Las carteleras de las viejas heladerías también zumbaban por obra y gracia de los fluorescentes. Entre los sabores preferidos de tías y abuelas, la crema Málaga disputaba el podio con el pistacho, los quinotos al whisky y la crema rusa. Todo en Málaga es color crema: el pavimento, las fachadas, el sol de media tarde y las blusas de las inglesas de más de sesenta, es decir, la mayoría. La crema Málaga lleva pasas rubias hidratadas en licor pero no será esta pluma la que se pase de lista con las arrugas y los vicios de las damas. En la marina de Marbella los jubilados alemanes se dejan arrastrar por sus perritos como si fueran barriletes o globos peludos a ras del suelo mientras Julio Iglesias desde los parlantes de una marisquería adivina el parpadeo de las luces que a lo lejos. Las mismas que alumbraron con sus pálidos reflejos. El arriba firmante traga boquerones plateados como los Porsche y los Rolls Royce y las nieves del tiempo. Sentir que es un soplo la vida. De Cádiz a Murcia el calor parejo atrae a los nórdicos que ahorraron durante cuarenta inviernos o más. Las colinas de Mijas, Torremolinos, Fuengirola y Puerto Banus, antes habitadas por hippies, hoy son jardines de retiro con pequeñas manchas de nueva riqueza rusa y algo de juventud aislada. Málaga es destino de despedidas de solteros. Es tradición que novias y chaperonas se paseen disfrazadas de marineros juerguistas, de viudas desconsoladas o con faldas de luces como la Flores, con abanicos y botellas. Este cronista convenció a un inglés a punto de ser esposado y disfrazado de enfermera que la guerra y la mano de Dios quedaron atrás hace rato, que Argentina lo espera para que cumpla su sueño de recorrer la Patagonia en moto. Si su esposa le suelta la rienda, Hiram –un cockney, un sí al "Brexit"– se largará por la cuarenta con sus amigos. Derecho viejo es un tango para bailar. Tiene dos letras pero jamás se cantan. Dicen algunos académicos que el título homenajeaba a los estudiantes de abogacía con una proclama al estilo "¡Leguizamo solo!", pero otros sostienen que es una figura retórica que pide las cosas claras y sin vueltas. Título de una linda película con Narciso Ibáñez Menta y Laura Hidalgo. Euskadi. Guipúzcoa. Donosti. Ese puerto que los castellanos y el mundillo del cine y el jazz llaman San Sebastián. Palacio Miramar. Antigua residencia borbona sobre Playa de la Concha. Suena Derecho viejo en versión de Horacio Salgán, siempre más "jazzero" que Piazzolla. "Yo bailaría contigo / pero es que estoy sordo de un pie", dice un rock de un vasco bastante tanguero. Si encuentra la lámpara del genio, reserve un deseo para atardecer en el Golfo de Viscaya. El azul cantábrico compite contra el mar que se cuadre y nadie emparda a un vasco si de asar pescados se trata. La Policía de Madrid monta andaluces moros de Pura Raza Española. Calle de la Virgen de los Peligros. Un violín llora Por una cabeza entre trabajadoras del oficio más viejo venidas del Este, gendarmes con espuelas y sables de goma y venezolanos que aplauden "el tango de Al Pacino". Este cronista hace la venia a una uniformada y pide permiso para hablar con el pingo. Las crines de los "PRE" son largas y sedosas. Un sobrecito de azúcar rubia que tenía otro destino acaba en el morro del animal. Segundo tango en Madrid. Hace un tiempo quien suscribe ladró Adiós muchachos en la línea 4 del metro, acompañado por un acordeonista rumano. Las bocas que besan borran la tristeza.