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En tren: lujo inglés a través de la puna peruana

El Andean Explorer recorre la cordillera por el sur de Perú con el refinamiento de un servicio europeo de principios del siglo 20.

El habitual tren turístico que cruzaba el altiplano del sur peruano entre Cusco y Puno recibió un detonante upgrade hace unos meses de parte de la propia empresa que lo opera. La inglesa Belmond trajo a la Cordillera de los Andes un lujoso convoy que funcionó años atrás a lo largo de la costa australiana: durante un tiempo fue la opción más refinada para viajar entre Cairns y Brisbane aproximándose con el lujo ferroviario al lujo natural de la Gran Barrera de Coral. Se llamaba entonces Great South Pacific Express: ahora, mudado a Sudamérica, es el Belmond Andean Explorer. Cambió de nombre y de color, pero mantiene el mismo nivel de excelencia que hace soñar con los tiempos del Orient Express.

El viaje que realizaba Perú Rail no sólo subió de categoría sino que se fue extendido hasta Arequipa. Se convirtió así en una de las experiencias más extravagantes y sofisticadas que se puedan vivir en América latina. A lo largo de tres días y dos noches (su recorrido más completo), se vive y se duerme a bordo de un palacio que remonta el valle del río Vilcanota (que los incas llamaban Urubamba) hasta su fuente, y cruza altas planicies hasta el lago Titicaca y la ciudad que vio nacer a Mario Vargas Llosa.

Un tren, varias estrellas

¿No hay nada más aburrido que pasar horas sentado en un tren mirando fluir el paisaje por las ventanillas? No es el caso del Andean Explorer. La vida a bordo se organiza en torno de una agenda muy completa, que deja sin embargo momentos para hacer sociales.

Apenas se sale de la estación de Cusco, el personal lleva a cada pasajero a su compartimento. Al empujar la puerta hay que olvidarse de cualquier noche previamente pasada en un tren, en algún camarote con camas superpuestas y baños al fondo del pasillo. Se trata de una amplia habitación con una cama doble, sillones y baños privados. Son espaciosas porque hay sólo dos por vagón, lo que implica a la vez que el convoy sea muy largo y que el contingente de viajeros resulte bien acotado. O exclusivo, como quiera llamarse: son apenas 40.

Luego del primer almuerzo (la carta es fija pero todos los platos son elaborados en el momento dentro de un coche-cocina donde trabaja un chef que formó parte del equipo de Gaston Acurio) se hace el primer alto del primer día. Es para visitar las ruinas arqueológicas de Raqshi. Esta parada, como las que le seguirán, es un paréntesis en medio de la vida a bordo que rápidamente se va organizando entre familias y parejas que vienen de países cercanos o hablan el mismo idioma. El bar, la terraza, los dos restaurantes y el piano-bar son los espacios públicos donde finalmente uno pasa más tiempo que encerrado en su compartimento, por más estrellas que merezca.

Sin wifi en el Altiplano

Casi todo el viaje transcurre entre los 3.500 y los 4.000 metros de altura. Hay tanques de oxígeno junto a las camas y una enfermera a disposición de todos los que se ven afectados por el “soroche”, como llaman en Perú al apunamiento. El punto más elevado del viaje es La Raya. El tren para al anochecer del primer día junto a una capilla, al pie del Nevado Chimboya. Un cartel indica que se alcanzaron los 4.319 metros sobre el nivel del mar. Los que se salvaron del mal de las alturas hasta ese momento pueden quedarse tranquilos por el resto del viaje.

Antes y después de la cena, los aperitivos, digestivos y cualquier otro tipo de tragos son libres en los dos bares donde hay música en vivo. De esta forma, son muy pocos los pasajeros que logran dormirse al ritmo del traqueteo del tren. Los que se acuestan luego de las 23 van a la cama en silencio, porque la formación ya llegó al puerto de Puno, donde se quedará hasta la tarde siguiente. Una excursión de día completo ocupa la segunda jornada, para navegar por el Titicaca y visitar las comunidades de los uros y los taquiles.

El tren no circula tampoco durante la segunda noche. Luego de salir de Puno se para en medio de la puna, en un lugar llamado Saracocha, al costado de una pequeña laguna. Una de las postales del viaje es ver el sol levantarse sobre la cordillera coloreando poco a poco esas aguas. Pero para eso hay que levantarse muy temprano: alrededor de las 5 de la mañana. No es la única “hazaña” del día. En realidad, la que le sigue es mucho más desafiante: para ver unas pinturas rupestres hay que bajar hasta un desfiladero empinado entre rocas. ¡Y subirlo a la vuelta! A 4.100 metros de altura y bajo un sol impiadoso, el efecto breathtaking está garantizado.

El último tramo del viaje transcurre en medio de la parte más desértica del altiplano, vigilado por el imponente volcán Mitsi y rebaños de vicuñas. Finalmente, a mediados de la tarde del tercer día llega el reencuentro con la ciudad, sus ruidos y su ritmo. Y sobre todo con la  conexión wifi, ya que por el momento el tren no cuenta con una propia ni hay en las distintas paradas.