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En la fiesta de los Reyes

Dos comparsas  protagonizan el festejo, animado desde el escenario por una banda musical que interpreta una fusión de cumbia y folklore.
Dos comparsas protagonizan el festejo, animado desde el escenario por una banda musical que interpreta una fusión de cumbia y folklore.

Cada comunidad tiene su banda de música, con tambores e instrumentos de viento y grupos de flautistas con redoblantes.

El luminoso día es 6 de enero, Día de Reyes, y comienza la fiesta organizada de antemano. Cada comunidad tiene su banda de música, con tambores e instrumentos de viento y grupos de flautistas con redoblantes.

Dos comparsas protagonizan el festejo, Los Morenitos, integrada por una veintena de hombres de caras pintadas de negro que simbolizan a los esclavos que se liberan, vestidos con atuendos de colores, gorra militar, espejos y abanicos de palma, y los Morenitos Blancos, un sexteto con vestimenta de vaqueros, payasos y uno que interpreta el rol de la vaca loca.

En el escenario un grupo musical interpreta una fusión de cumbia con folklore local y las comparsas, con máscaras de madera, trazan un círculo donde comienzan a bailar y se hidratan con aguardiente en tetrabrik.

La comunidad contempla el espectáculo desde las gradas y, en puntos estratégicos, decenas de cholitas venden cerveza. A continuación, se presentan los equivalentes a los Reyes Magos, tres niños a caballo que, al decir de Manuel Castro, “tanto los ­reyes como los animales son ­decorados hasta las pezuñas con ropa de brillo”.

El aguardiente anima a bailar y entre abrazos y persecución de las chicas, la fiesta desnuda otras fiestas en un frenesí in crescendo. Pero no hay disturbios, no hay presencia policial y los impulsos se ven limitados por la mirada de la comunidad.

Loas, declamaciones y re­citado de coplas picarescas,

se suceden entre acordes mu­sicales.

El ritual se repite una y otra vez, hasta que se retira la luz del sol y la temperatura baja. Las bandas se ubican en cada extremo de la plaza y llaman a los vecinos, que silenciosos emprenden la retirada.

La plaza quedó vacía, sólo unos cuantos envases y vasos que el viento se encarga de amontonar. La fiesta se aleja con la música, que se pierde en la montaña hasta desaparecer.

Domingo, dolores del alma. El domingo es distinto. Ya a las 7.30 los vecinos con sus mejores ropas, sombreros de fiesta, zapatos lustrosos, chales o pañolones bordados, se hacen presentes.

El número y variedad de pañolones, anudados al frente, revela el grupo y la situación económica a la que pertenecen las mujeres. Finos aretes y collares completan el atuendo femenino. El organizador (Prieste) y las bandas, junto a los morenitos, guían la numerosa procesión.

Como en la víspera, los bailes se suceden y simbolizan la liberación de los esclavos de la opresión de los reyes.

César Umaginga, ex prefecto de la provincia, dice que “esta fiesta es una representación de la resistencia a la llegada de los españoles y los personajes principales son el rey Ángel y el rey Moro y varias personas vestidas de negro, que representan a los esclavos”.

La colorida procesión sube la montaña mientras danza, camina y expresa la alegría de las costumbres comunitarias.

Al regresar, comparten platos típicos y chicha de jora (bebida sagrada hecha de maíz y utilizada en actos ceremoniales y fiestas de las culturas prehispánicas), tal como impone la costumbre ancestral.

Lo que hay que saber

Zumbahua: está a 67 kilómetros de Latacunga, la ciudad ubicada sobre la ruta Panamericana a 89 kilómetros de Quito.

Alojamiento: en hostales la noche U 10 por persona (con agua caliente).

Gastronomía: sopa y plato principal por U 1.75.

Mercado: todos los sábados desde las 5 de la mañana y hasta las 14.

Cómo llegar: en ómnibus desde Latacunga.