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El sur de Chile y una batalla inesperada

Volcán Puyehue. Desde la cima hay una panóramica de toda la cordillera. (Juan Carlos Simo)
Volcán Puyehue. Desde la cima hay una panóramica de toda la cordillera. (Juan Carlos Simo)

Tanto en el Puyehue (el volcán que se observa en el paso Cardenal Samoré cuando se accede desde Argentina), como en Chaitén (del lado chileno, a la altura de Esquel), nos encontramos con nuestros enemigos: los tábanos. Siempre estaban allí: hambrientos. 

La primera señal llegó cuando subíamos por el bosque hacia el refugio del volcán Puyehue y nos cruzamos con un grupo que descendía con cara de haber perdido una guerra. Uno de los integrantes preguntó: “¿Trajeron repelentes?”

No dijo si el resto del ascenso que nos quedaba por la ladera sur era muy duro o si la vista desde la cima de este volcán ubicado cerca del límite con Chile, de 2.240 metros sobre el nivel del mar y todavía en actividad (erupcionó en 2011), era magnífica. Dijo: repelentes.

En ese momento, los tábanos apenas si se nos insinuaban. Así que no nos importaba tanto saber que habíamos dejado el aerosol unos 60 kilómetros atrás. Pero mientras terminamos de subir la cuesta lo comprendimos: estábamos en problemas.

El ataque se fue intensificando. La sensación es que te muerden, te sacan sangre y se van. Mientras más intentábamos sacarnos los moscos agitando las manos, más se abalanzaban. Al llegar a los pies del volcán, con una vista privilegiada de la cordillera y de los lagos Puyehue y Rupanco, nuestros nervios estaban en crisis. No había nada que hacer, al menos hasta el crepúsculo, cuando los tábanos se calmaran.

El cráter del Puyehue (Juan Simo).
El cráter del Puyehue (Juan Simo).

El Puyehue es el volcán que se observa en el paso Cardenal Samoré (cuando se accede desde Argentina). Desde la ruta se presenta como un gigante de ceniza. Al alba partimos hacia la cumbre, en paz y sin nuestros enemigos, pero al mediodía, cuando regresábamos, estaban allí. Hambrientos.

En Internet buscamos información de especialistas, porque el viaje seguía, y queríamos darles pelea. Aprendimos que en la región los llaman “colihuachos” (palabra de origen araucano) y que su nombre científico es

Scaptia lata

. También, que hay dos grandes referentes: el chileno Christian González y el argentino Sixto Coscarón. De sus investigaciones se sabe que los tábanos que pican son hembras y que resultan muy activas entre las 11 y las 17. Se trata de dípteros hematófagos, porque se alimentan en algún momento de su ciclo con sangre, entre diciembre y febrero, con un momento de eclosión en enero.

Bien cubiertos. En el cráter del volcán Chaitén, muy cerca del Pacífico. (Juan Carlos Simo)
Bien cubiertos. En el cráter del volcán Chaitén, muy cerca del Pacífico. (Juan Carlos Simo)

Es decir, justo en el momento de nuestro viaje. En un

preciso artículo

, el pescador Lautaro Maldonado Clark, resume la idea central de los estudiosos: la hipótesis es que las hembras requieren de la sangre para fecundar los huevos. “La picadura es dolorosa, ya que usan sus mandíbulas de filo similar a una sierra para propiciar una herida en la piel hasta lograr cortar un vaso sanguíneo”, describe. Tal cual.

Lo peor de todo: no hay ninguna certeza con los repelentes. Se sabe que los que tienen el compuesto químico DEET son los indicados y que los especialistas recomiendan los que vienen en crema, pero la duración de la protección es pobre. Se sugiere, entonces, usar ropas de colores claros (nunca negro o azul oscuro), cubrirse la piel lo más posible, recostarse en el suelo y no alterarse, porque el movimiento las excita. Fácil para subir una montaña…

El volcán Chaitén (Juan Simo).
El volcán Chaitén (Juan Simo).

Con este cuadro nos fuimos en ferry a Chaitén, el pueblo de la Patagonia chilena que fue devastado por la erupción del volcán del mismo nombre en 2008. En el Parque Pumalín nos enteramos de que se podía ascender con facilidad hasta el cráter, y allí fuimos. Lástima que ya era media mañana: ¿podríamos con los tábanos?

Nos vestimos con la ropa menos oscura que conseguimos. Nos cubrimos la piel lo más que pudimos y partimos con repelentes en aerosol y en crema en dosis industriales. Cuando subíamos la ladera, atravesando franjas todavía destrozadas por la erupción y una vista sublime hacia el Pacífico, nos cruzamos con una pareja de ingleses que bajaban y que lo dijeron sin vueltas: muy lindo todo, lástima las moscas.

Nos estaban esperando en la cima, a 950 metros sobre el nivel del mar. El paisaje era de película de catástrofe. Un ambiente lunar, árboles secos, rocas cubiertas de cenizas, un cráter alargado, la vista del mar y un lago allá a lo lejos... Y los tábanos. Ellas. Desesperadas por nuestra sangre.

Si el plan era almorzar con esta vista, olvídenlo. Apenas si dio tiempo para disfrutar del paisaje y hacer algunas fotos. Quise hacer una imagen panorámica, pero no me dejaron completarla… En los mejores retratos que nos tomamos, salían ellas arruinando la postal. Las guardianas del volcán nos derrotaron. Pero ya lo sostiene el dicho: soldado que huye, sirve para otra guerra. Nos fuimos con ganas de volver, pero ya sabemos que sólo daremos combate en las primeras horas del día o después de febrero.

En el mapa