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El santuario de Ipiales: en búsqueda del milagro

En el sur colombiano, en la impactante geografía que protagoniza el cañón del río Guáitara, se encuentra un imponente santuario, Nuestra Señora de las Lajas, cuyos orígenes datan del siglo XVIII. En la actualidad, es un destino de peregrinación y turismo.

El ómnibus seguía su viaje en la noche colombiana cuando el chofer anunció el fin del viaje, emprendido en Medellín, con destino a Ipiales.

Medio dormidos rescatamos las mochilas y buscamos dónde esperar el amanecer hasta que descubrimos que un pequeño bar estaba abierto. Dos o tres parroquianos sobrevivían una noche de aguardiente y a ellos nos acercamos para pedir información.

El objetivo fue visitar el Santuario de Nuestra Señora de Las Lajas distante unos pocos kilómetros y apenas comenzó a clarear fue el encargado del bar quien nos acercó en su vehículo. Ipiales aún dormía, observamos la plaza central y continuamos hacia la periferia donde aparecieron las colinas urbanizadas.

Son siete kilómetros los que separan al santuario de la ciudad de Ipiales y el particular chofer nos condujo en un viaje de aventura por su particular manera de manejar.

El arribo fue a las 5 de la mañana a una costanera donde sorprendió a esa hora la muchedumbre que la colmaba. Nos ubicamos en un balcón natural a 2.900 metros sobre el nivel del mar, entre nubes, mientras se observa un cañadón y abajo el curso correntoso de un río y una colosal cascada que cae desde laderas cubiertas por campos cultivados.

La gente que avanzaba a la carrera eran feligreses que tenían como meta el santuario.

Colosal presencia

Aunque las nubes cubren parte del santuario permiten adivinar la magnificencia del lugar. Una vereda bordea la montaña y baja hasta el templo, sobre la cornisa hay un balaustre de piedra y la montaña está cubierta de placas de agradecimiento.

Son miles y miles de placas de promesantes de Ecuador y de Colombia.

Entre ese cúmulo destacan numerosas placas que citan al “Ciego” Rivera, popular benefactor de la construcción del templo que según la historia recorrió el país solicitando aportes para la construcción del santuario.

Un sendero para la fe

Se desciende por un callejón cubierto de placas y exvotos para arribar al atrio del santuario, ubicado sobre un puente, que sortea un barranco de 30 metros de abismo. El puente está formado por dos arcos, cruza sobre el río Guaitará y funciona como plaza - atrio.

En una de las laderas está la basílica y en la otra, la cascada de 80 metros que termina en el río.

La basílica es de estilo neogótico obra del arquitecto Lucindo Espinoza y el ingeniero ecuatoriano Gualberto Pérez y es de piedra gris y blanca.

Hacia 1895 la gran convocatoria de fieles obligó a ampliar las instalaciones cuyas obras comenzaron en 1916 y terminaron en 1949. Esa fue la última intervención ya que desde la precaria construcción original del siglo XVIII se hicieron numerosos trabajos para mejorar la calidad del edificio. Según datos todos los trabajos de restauración respetaron el lugar de la aparición de la Virgen en la montaña, por eso ninguno tuvo fondo o ábside y arrancaron directamente de la piedra.

Sorprendidos por la geografía que rodea y por la imponente construcción llegó el turno de conmoverse con la fe de los promesantes.

No eran las seis de la mañana y el interior de la basílica estaba repleto. Las misas se suceden todo el día y los creyentes se renuevan de manera continua, cada uno con su pedido o con su agradecimiento. Llegan a la carrera o pausados y muchos de rodillas.

La basílica consta de una nave mayor y dos secundarias divididas por una columnata con arcos ojivales que sostiene un techo de bóveda tipo medieval.

La disposición de los detalles dirige las miradas hacia el retablo donde la imagen de la Virgen del Rosario luce enmarcada en dos columnas de mármol. Por detrás, aparece la roca de la montaña cruda, con su textura y color que ofrece un gran contraste y recrea el relato de la aparición. Precisamente, sobre ese hecho hay distintas versiones del hecho ocurrido en el siglo XVIII.

Una de ellas dice que una nativa llamada Juana Mueses con su hija sordomuda sobre las espaldas buscaba leña en esa zona montañosa. Al sentarse a descansar en la entrada de una cueva reparó en los resplandores de una laja donde encontró la imagen de la Virgen. Fue entonces cuando la pequeña hija balbuceó “María”.

La mujer regresó al pueblo donde contó lo ocurrido al cura de Ipiales quien convocó al pueblo con campanadas de alborozo. Luego, el sacerdote organizó una peregrinación con antorchas al sitio de la aparición al que llegaron en el amanecer del 16 de septiembre de 1754 donde comprobaron la veracidad del relato. Desde ese entonces se conmemora el hecho en esa fecha con una gran fiesta popular en honor a Nuestra Señora de las Lajas (nombre popular por el lugar de la revelación).

Regreso 

Con el ánimo de pasar a Ecuador nos dirigimos a cruzar la frontera. Subimos de manera lenta con la carga de mochilas pero en ese punto hay 2.900 metros sobre el nivel del mar y se imponen descansos para recuperar el oxígeno.

Atrás quedaron la basílica, la cascada, los carteles del “Ciego” Rivera y en el silencio personal, cada uno buscó asimilar la experiencia. Las intensas manifestaciones de fe observadas desde la periferia de los creyentes parecen sorprendentes mecanismos de esperanza que se repiten con variables en distintos escenarios.

Fuera de ese ámbito, lo místico cedió al capitalismo al reiniciar las interminables discusiones por el costo del transporte hacia la frontera con Ecuador.

Lo que hay que saber

Cómo ir. Desde el centro de Ipiales hasta el santuario hay siete kilómetros de distancia. Se puede tomar un taxi.

Acceso. A la basílica se ingresa sólo a pie por veredas que descienden. El ingreso es gratuito.

Servicios. En el acceso hay muchos puestos de ventas de recuerdos religiosos, bebidas y comidas rápidas.

Frontera. Para quienes quieran cruzar hacia Ecuador pueden hacerlo en taxi (se regatea el precio) o en ómnibus. Del puente de Ipiales a Tulcan (Ecuador) separan 10 kilómetros.

Trámites migratorios. El cruce de la frontera es sencillo ya que un puente divide ambos países. Lo que demora es la burocracia migratoria. Hay mucho tránsito vecinal en la zona por tratarse del segundo paso fronterizo más importante de Colombia.