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El Paraíso está donde vivió Julieta

(Fotomontaje de Javier Candellero).
(Fotomontaje de Javier Candellero).

En el norte de Italia, Verona es una de las ciudades más atractivas de la península. Rodeada por colinas y el meandro del río Adige, concentra una de las historias de amor más famosas de la literatura de todos los tiempos.

“El Paraíso está aquí, donde vive Julieta...” expresa un Romeo extasiado al evocar a su amada. El Montesco no veía a la ciudad como un turista, sino con los ojos del amor, preso de un romance que se despeñaba hacia la tragedia, pero que se afirmaría para siempre como un hito de la literatura universal.

Por suerte, Verona es mucho más que el lugar donde los amantes consumaron su encuentro fugaz. Verona logra sobreponerse a ese hito romántico y ofrece vivos testimonios que han merecido su nombramiento como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

Cruce de caminos, cuna de ideologías, bastión militar, importante durante el imperio romano como en República de la Sereníssima, medieval, renacentista, de la Italia antes de ser Italia. Y que se enriquece con una modernidad cultural que brilla con luz propia entre dos colosos, como Milán y Venecia, que la dominaron en diferentes períodos de su historia, pero que no lograron opacar su identidad.

Verona puede ser evocada como la ciudad de las “Tres P”. Plazas, puentes y palacios se dispersan a lo largo y ancho de su abigarrado casco histórico, como recuerdo de las oscilantes épocas de esplendores y ocasos que vivió durante al menos dos milenios. Como es obvio, la religión también ha dejado varios templos de interés en la ruta del viajero, empezando por la propia catedral.

Diversas épocas y circunstancias en las cuales los veroneses dieron cabales muestras de su carácter aguerrido, aunque en el recuerdo más profundo posiblemente anide la rebelión contra Napoleón, que había ocupado todo el Véneto y la Lombardía.

Fue en la primavera de 1796, y se la recuerda como la Pasque Veronesi. Tras algunos éxitos en batallas y escaramuzas el levantamiento popular acabó mal, el ejercito francés cayó en tropel y se vengó duramente, pero a los veroneses les reforzó la virtud de la rebeldía y el germen de una identidad que desde ese momento llevan con orgullo en su conciencia colectiva.

A la sombra de esos sentimientos pudieron surgir personajes relevantes en todas épocas, como Antonio Salieri en el siglo XVIII, nacido en un pueblito vecino, extraordinario músico a quien la historia lo marcó como supuesto rival despiadado de Mozart; o Emilio Salgari en el siglo XIX, el prolífico autor de historias de aventuras en remotos parajes y creador del personaje Sandokán, que desbordó la imaginación de muchos de los que hoy como mínimo hemos pasado de los 50; o la encantadora Gigliola Cinquetti, en el siglo pasado, que a los cinco años ya despuntaba en su ciudad natal lo que en las décadas del 60 y del 70 la convertiría en una de las voces más famosas de la canción romántica mundial. Sin pasar por alto a la figura central del manierismo veneciano, Paolo Cagliari, conocido como El Veronés, que en el siglo XVI firmó obras suntuosas y coloristas como “Las Bodas de Caná”, “Cristo entre los doctores” o “Venus y Adonis”.

Todas estas referencias parecen flotar sobre el paseante cuando recorre sus calles, dejándose llevar por la intuición de sus pasos y una buena guía.

Entre palacios y puentes

Eran las residencias de las familias nobles y acomodadas y se hallan distribuidos en su mayoría por todo el casco antiguo, aunque algunos también son visibles al otro lado del río. Son un muestrario de estilos arquitectónicos y muchos de ellos pueden visitarse.

Se hace difícil recomendar algunos, so pena de incurrir en agravios comparativos; tal vez por cercanía y comodidad citaremos el Palazzo degli Scaligeri y el Palazzo del Capitano, con su torre angular, y no muy lejos, el Pallazzo della Ragione, previo paso por una espléndida escalera gótica conocida como la Scala della Ragione.

Incluso algunos palacios han sumado la hostelería a su patrimonio, como es el caso de Ristorante Enoteca Maffei, ubicado en el palacio homónimo.

Al bajar a su sótano –una excavación arqueológica de la época romana–, podremos extasiarnos con las más de 500 variedades de vinos que alberga su bodega.

Y los puentes, otro símbolo que identifica a esta ciudad y que salvan el río Adige, recomendable para pasear al atardecer. Muchos de estos puentes quedaron seriamente dañados tras la Segunda Guerra Mundial, pero el vínculo que los veroneses tienen con su río les llevó a reconstruirlos minuciosamente, incluso mediante la recuperación de trozos que habían caído al lecho.

Las vistas desde diferentes sitios de la ribera son inolvi-dables. Por ejemplo, la panorámica desde el castillo de San Pedro, tras cruzar el Ponte di Pietra. O el Ponte Scaligero, de estilo fortificado, que conecta con el Castelvecchio, sede del Museo Cívico del Arte.

Verona de todos los tiempos y de todas las estaciones, siempre importante en el devenir de la historia, siempre bella bajo la lluvia fría o en la canícula estival, maravillosa en las tardes otoñales y vibrante en los despertares primaverales.