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El mercado de la memoria

En lo alto de la torre de ladrillos rojos, en la colina de Gediminas, ondea la bandera  de la Lituania libre.
En lo alto de la torre de ladrillos rojos, en la colina de Gediminas, ondea la bandera de la Lituania libre.

Las plazas de los pueblos y ciudades eran decapitadas por los golpes de la historia. Las estatuas soviéticas dejarían de recortar el horizonte, serían deportadas.

Las plazas de los pueblos y ciudades eran decapitadas por los golpes de la historia. Las estatuas soviéticas dejarían de recortar el horizonte, serían deportadas. Lituania recuperaba su independencia después de medio siglo de ocupación.

En ese momento, en la plaza Lenin, frente al edificio de la KGB, la estatua del fundador de la URSS, donde fueron ejecutados tres dirigentes de la insurrección en 1873 contra la Rusia zarista, sobrevolaba por última vez, colgado y atado. Por primera vez, expulsado.

En otras plazas, el busto de Stalin de metal y bronce, caía bajo los golpes de miles de personas de carne y hueso. Los símbolos del poder de la ex república soviética desaparecían detrás de la emoción.

A los lituanos, una vez más, los invasores parecieron domarlos pero no pudieron quebrarles su identidad incorruptible.

Esta mañana, en lo alto de una colina, a los pies de una iglesia ortodoxa, el mercado de antigüedades es una vitrina con los restos de los últimos 200 años.

Las mujeres, de pañuelo en la cabeza, mueven las manos, tejen guantes para el invierno, esperan al cliente, a pesar de que les cueste suponer que lo que venden, estos restos de la historia que es la de ellos, pueda interesarle a alguien.

Los puestos son mesas precarias, cajones de madera vieja, el techo de los autos, el piso. Las piezas tienen la garantía de la historia, únicas y originales. Billetes de la época del zar; espadas teutónicas; diarios soviéticos; granadas vencidas; brazaletes nazis; muñecas de porcelana; estampillas polacas, y revistas porno en ruso.

Los vendedores no tienen menos de 70 años. Con el rostro marcado por el frío, el vodka, la historia. Son lituanos, rusos, comparten el espacio y una biografía en común. Eran niños cuando Stalin era el padre todopoderoso y muchos de ellos, fueron educados en el culto al máximo líder soviético.

Les enseñaron que el héroe invencible de la gran guerra patriótica (como se llamó la Segunda Guerra Mundial) salvó al mundo de la barbarie nazi, por la que murieron muchos camaradas, más de 20 millones. Eran tiempos de gloria imperial, les decían.

Esta mañana parece normal. Sobre las cúpulas de las iglesias rodeadas de pinos, en lo alto de la colina de Gediminas, fundador de Vilna, una torre de ladrillos rojos sostiene la bandera lituana.