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El desafío de llegar al Machu Picchu en silla de ruedas

Una familia cordobesa que no conoce de barreras se propuso viajar hasta este lugar milenario en Perú. Qué excursiones ofrece Cusco y cuáles contemplan cuestiones de accesibilidad.

El desafío era importante: llegar al Machu Picchu en silla de ruedas. La iniciativa surgió porque nuestra hija mayor cumple 15 años y pidió, para su cumpleaños, conocer ese mágico lugar de Perú. Nosotros, encantados. Pero, ¿cómo haríamos? Tenemos otra hija en silla ruedas. ¿Qué viajaran solamente dos? Es un viaje para hacer en familia. ¿Pero cómo llegar hasta allí con la silla?

Dicen que Perú tiene mucha más cultura turística que la Argentina. ¿Sería accesible? ¿Cómo haríamos con el “soroche” o mal de la altura? A veces, internet no es suficiente. Las consultas a conocidos que visitaron el lugar, tampoco, porque nadie que no tenga una dificultad física se detiene a observar cuestiones de accesibilidad.

Después de un año de dudas, miedos, averiguaciones por internet y consultas a un sinnúmero de agencias (de las cuales una sugirió “cambiar de destino”), dos de ellas (una muy grande, vinculada con una empresa aérea, y otra muy pequeñita) ofrecieron la solución: un viaje en privado.

Un viaje en privado es un paquete a medida. Esto es: tiene todo lo que brinda un viaje grupal pero se hace en una van y con un guía para la familia, sin necesidad de seguir el ritmo y los tiempos de un grupo grande.

Ya teníamos una parte resuelta, pero todavía faltaba saber si podríamos llegar y, en tal caso, hasta dónde. No estuvo explícito, pero en nuestro interior nos propusimos hacer todo. Todo lo que pudiéramos hacer.

Los recorridos

Lima fue más o menos fácil. Es llana, accesible y amable. Luego de dos noches partimos para Cusco, el “ombligo del mundo”. En la capital del imperio inca, el principal temor es el “soroche” o mal de la altura (está a 3.400 metros sobre el nivel del mar). No hay forma de saber si afectará: no tiene que ver ni con la edad ni con el estado físico, puede o no darse. Lo importante es no sugestionarse.

Cusco está en desnivel. La Plaza de Armas, un lugar insoslayable, es plana. Pero a su alrededor hay un sinnúmero de atractivos a los que se llega a través de callecitas que suben y bajan. Lo ideal es ir por lo menos de a dos para ayudarse con la silla. En general, los sitios históricos dentro de la ciudad tienen rampas internas pero –oh, paradoja– a veces los ingresos son con escalones.

Otra de las excursiones imperdibles es la que recorre Chincheros, Moray y Maras. Chincheros es un pueblito plagado de cooperativas de hilanderas y tejedoras artesanales que muestran todo el proceso del tejido de alpaca. Suele haber escalones pero nada que no se pueda superar con colaboración. Luego, Moray es un laboratorio agrícola inca al aire libre. Consiste en una serie de terrazas concéntricas en las que los antiguos experimentaban sus cultivos a distintas alturas. Es muy difícil bajar por lo empinado del terreno, pero no hace falta hacerlo. Desde arriba se tiene la mejor vista. A continuación se visita Maras, con un paisaje alucinante. Maras es una salinera (una de las cuatro de sal rosada que existen en el mundo, según dicen). Allí el traslado en silla se complica. En nuestro caso, la van logró permiso para llegar hasta el último punto al que se puede acceder en vehículo. Luego, también con ayuda, sorteamos algunos pasillos con puestos de venta hasta llegar a un balconcito desde donde se obtiene una vista maravillosa. Este es el punto final para una silla. El resto de las personas pueden bajar hasta los piletones de sal.

El otro lugar ineludible es Ollantaytambo, con sus terrazas que ascienden a través de casi 300 escalones. En este punto es imposible subir, pero abajo también hay sitios arqueológicos para recorrer e historias por escuchar. El pueblito, encantador. En Ollanta está la estación de tren, único medio en el que se puede llegar al pueblo de Machu Picchu o Aguas Calientes, campamento base para el último ascenso. Es un viaje de poco más de una hora a la puerta de la selva, el enclave de nuestra meta. En el trayecto es posible ver cómo va cambiando la vegetación. A lo alto aparecen los nevados de más de cinco mil metros. Un viaje a la aventura.

Ciudadela mística

Finalmente, el tren llega a Aguas Calientes, tan encantador como inaccesible. Conviene alojarse alrededor de la plaza porque, salvo ese cuadrado, no hay otro pedazo de tierra plano. Pruebas al canto: no circulan autos, motos o bicicletas porque el relieve no lo permite. Todo es a pie, salvo los micro-ómnibus de la única empresa que lleva a los turistas desde el pueblo hasta la entrada del parque donde se encuentra la Ciudadela. Para mirar el paisaje en Aguas Calientes, es necesario unir todas las vértebras del cuello hacia atrás, y no es exageración. Con un poco más de fuerza, logramos recorrerlo.

Llegamos a Machu Picchu. Acá sí es necesario contar con ayuda extra para trasladar la silla. Aun así, no se puede hacer el recorrido completo. Hay distintos circuitos de acuerdo a las posibilidades de las personas, pero ya estamos y es posible ver para los cuatro costados toda esa enormidad. Machu Picchu no es sólo la ciudadela; es la amalgama perfecta entre la mano del hombre y la naturaleza. Llegar no es arribar a la cima, llegar es estar allí. Llegamos, y con eso basta. Plantamos bandera. Misión cumplida.

Lo que hay que saber

-Machu Picchu está a 2.400 metros sobre el nivel del mar, casi mil menos que Cusco.

-La edad no es un impedimento: se ve muchísima gente mayor a 60 años en el Machu Picchu.

-Hay que evitar ir entre noviembre y marzo, que es la época de lluvias.

-El día del ascenso, se sugiere hacerlo de pantalón largo y remera manga larga por los mosquitos.

-Es imprescindible llevar agua (arriba hay un solo restaurante y es caro).