buscar

Dos perlas más, Amalfi y Capri

Otra postal imperdible de la costa amalfitana: Capri. No conocerla puede resultar imperdonable, si se encuentra en sus alrededores.
Otra postal imperdible de la costa amalfitana: Capri. No conocerla puede resultar imperdonable, si se encuentra en sus alrededores.

Amalfi y Capri son destinos para conocer y volver a enamorarse.

El pueblito de Amalfi, con apenas cinco mil habitantes, llegó a tener 70 mil pobladores en los tiempos en los que fue una de las cuatro “repúblicas marineras”, que dominaron el Mediterráneo hacia el siglo XI, junto con Pisa, Venecia y Génova.

Su belleza natural se explica a través de la leyenda que dice que Hércules se enamoró de una ninfa llamada Amalfi y que, al morir ella, quiso enterrarla en el lugar más bello del mundo, al que le cedió su nombre.

El secreto de Amalfi es que tras su apariencia de pueblo típico de costa, esconde un laberinto de pasajes, callejuelas, escaleras y recovecos que resulta fascinante descubrir. Lugar placentero y balneario, donde la geografía se presta para rendirle culto a la buena vida.

Para llegar hay que volver a pasar por Positano, pero esta vez el transporte nos deja a pocos metros de la céntrica catedral bizantina y majestuosa, que entremezcla blanco, gris y dorado. Esa que reluce más de 60 escalones arriba, como preludio a su puerta de entrada de bronce, traída desde Constantinopla en 1960.

La plaza del Duomo funciona como eje, desde donde parte la calle peatonal y comercial Lorenzo d´Amalfi, que va subiendo el cerro. Y desde ella se ramifican pasajes irregulares con aires medievales.

En este centro transcurre la vida y es donde se termina el día. Entre tiendas, mesas de cafés, puestos de derivados de limón, la fuente de Sant\'Andrea y muchos visitantes.

Cuando la noche empieza a asomar, tenemos que retornar a Sorrento con el peso del trajín a cuestas y el desgano de abandonar un lugar de ensueño, pero con el consuelo de que todavía queda por conocer Capri, la frutilla del postre.

La isla de Capri

Situada al sur del golfo de Nápoles y frente a la península sorrentina, la isla de Capri es uno de los lugares turísticos más preciados de Italia. Embarcamos a las 9, en el primer viaje del ferry desde el puerto de Sorrento, para sumergirnos dentro de un cuadro bordeado de aguas extremadamente azules.

Capri no sólo es valorada por su belleza singular, sino también por su armonía estética, con un dejo a alguna isla griega. Por éstas y otras cualidades, la isla se posiciona como uno de los polos turísticos italianos de mayor renombre a nivel mundial.

Antes de llegar ya puede apreciarse que el entorno es casi imposible de mejorar. Seguramente por ello, intelectuales, artistas, escritores y exiliados la eligieron como su lugar en el mundo, al igual que en los años ‘50 y ‘60 una gran cantidad de personajes famosos la visitaron y contribuyeron a incrementar su particular encanto. Ahora, y desde hace varios años, ricos y famosos de todos los rincones del globo cultivan su perfil distinguido.

Sin perder tiempo, tomamos la excursión alrededor de la isla. El recorrido a lo largo de los 17 kilómetros de perímetro costero, sobre el Mediterráneo, es sugestivo, con una sucesión inacabable de postales hermosas, suficientes como para acalambrar el dedo índice en el disparador de la cámara fotográfica.

La vuelta comienza en la Marina Grande, rumbo al oeste, y costea la playa sobre la que se disponen varias hileras de casas de techo plano pintadas, casi todas, de blanco, como un cuadro de Dalí.

El monte Tiberio, con sus más de 300 metros de altura, resulta imponente y las rocas calcáreas invitan a imaginarse cómo zambullirse al agua en un perfecto clavado. Hay muchas hendiduras y cuevas que se abren entre el macizo rocoso, pero la Gruta Azul o Grotta Azzurra, es la referente.

La entrada es tan pequeña que hay que agachar la cabeza dentro del botecito, de hecho sólo es posible ingresar 100 días al año, cuando la marea está baja. La suerte nos acompaña, entonces podemos ver en primera persona cómo, en la profundidad del mar (unos 30 metros), el fondo arenoso y los reflejos del sol generan unas tonalidades que son difíciles de describir. La luz, que entra por la pequeña abertura, hace que en el interior de la amplia cueva marina el agua tome un color azul turquesa, de fluorescencia de neón, inolvidable y sublime, que cautivó al emperador Tiberio y la eligió como su piscina personal.

Luego se pasa por otras cuevas; la Marina Piccola, desembarcadero sur de la isla que ha quedado plasmado en famosos cuadros expuestos en diversos museos, y los Farallones. El Faraglione di Mezzo (del medio) posee una curiosa cavidad que forma un arco, mientras que el Faraglione di Fuori (de afuera) supera los 100 metros de altura.

El otro Capri

Más allá del paseo, navegando sobre la belleza azul del mar Tirreno y de los yates de lujo que van y vienen por la bahía, hay otro Capri, en las alturas.

Abajo están las playas empedradas, llenas de turistas que aprovechan para refrescarse, algunos puestos con artesanías y otros tantos bares. Arriba se ubica el centro de la ciudad, ideal para recorrerlo paso a paso.

Desde la plaza comienzan las visitas al resto de los puntos importantes. La caminata por el área peatonal puede resultar demasiado tentadora para los más consumistas, ya que las tiendas más renombradas del mundo tienen locales en estas cuadras, donde se derrocha exclusividad.

Incluso Neruda se ocupó de acentuar su prestigio, dedicándole algunas líneas en La pasajera de Capri: “Y luego, el mar de Capri en ti, mar extranjero, detrás de ti las rocas, el aceite, la recta claridad bien construida...”.

Capri es una y mil postales cautivantes. Los Jardines de Augusto, el Arco Naturale, Via Krupp, el Solaro, el Belvedere di Tragara, Villa Jovis y mucho más. Sin olvidar Anacapri, la capital de la isla donde residen los lugareños.

Entonces no conocerla es imperdonable para quienes están por sus alrededores. Si hasta el mejor jugador del mundo, Lionel Messi, anduvo por allí el pasado miércoles, en un yate.