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Dejaron todo: cordobesas que se mudaron a la playa

Cuatro historias de mujeres que, de una u otra forma, decidieron darle un giro de 180 grados al día a día para trabajar entre la arena y el mar. México, Ecuador y Brasil, los elegidos.

Siguiendo las palabras de Martín Caparrós, “viajar es la confesión de la impotencia”, ya que es “ir a buscar lo que falta a otros lugares”. Pero, incluso cuando esa impotencia se conjuga con cierto inconformismo respecto de la vida diaria, suele pasar por la cabeza la posibilidad de barajar y dar de nuevo. De mudar de geografía. Y, en algunos casos, de ir en busca del ansiado “bar en la playa”, o algo similar.

Mudarse a tierras mayas

“México me recibió con los brazos abiertos”, desliza agradecida Leila Cecilia Guirin (31), la exhabitante de Río Ceballos que hace dos años decidió darle un “vuelco rotundo” a su vida y buscar un nuevo futuro en otro horizonte.

"Necesitaba dedicarme de lleno a lo que había estudiado", cuenta la sommelier, organizadora de eventos y bartender que anhelaba hacer uso de sus habilidades, algo que no había podido lograr en Córdoba. "Dejé todo y me vine a Playa del Carmen", señala sobre la decisión que tuvo que ir dilatando por el "dolor que genera el desapego".

Leila llegó a tierra mejicana con trabajo, debido a una oportunidad que encontró en internet, y gracias a la cual partió de la Docta con su mochila cargada de ilusiones y con la ansiedad de hacer lo que amaba. “No podía creer que lo que tanto soñé se hiciera realidad”, subraya la actual jefa de barra en un restaurante de comida internacional ubicado sobre la avenida 14 del destino que atrae a turistas de todo el mundo.

Convencida de que “el tren pasa una sola vez”, apenas tuvo la posibilidad, eligió subirse. Y ahora los días pasan entre amaneceres prematuros, clases de zumba, tardes de playa con su fiel acompañante (el mate), trabajo y noches en “Las Vegas de los boliches” –como ella apunta– con nuevos amigos.

Hacer pie en Montañita

“Soy viajera de alma”, dice Fernanda Solís Krohling (39), que conoció al papá de sus hijas y actual socio, Lorenzo, en la India, y con quien siempre soñó con iniciar algún emprendimiento en “un lugar turístico”.

Un día, cuando viajaban rumbo a México, pasaron por Montañita para visitar a unos amigos surfers cordobeses y, como su pareja comenzó a relacionarse con el deporte de la tabla, la instó a que se quedaran un año a prueba.

“Eso fue hace 14 años”, cuenta la oriunda de barrio San Martín, que desde que terminó el secundario siempre realizó trabajos diversos para juntar dinero y viajar. “Estuve cinco años trabajando y viajando, hasta que me radiqué definitivamente en Montañita”, agrega la dueña del hotel Tikilimbo, quien “por temporadas” estuvo yendo y viniendo entre Córdoba y algunas ciudades de España y Asia.

"Las cosas se fueron dando. Con un poco de dinero construimos una cabañita de madera y empezamos con un pequeño restaurante, rústico y playero. Al año vimos que generaba dinero y con un crédito pudimos construir nuestro hotel, restaurante y surf shop. Con el tiempo vinieron las hijas y otras responsabilidades", sostiene la mamá de dos pequeñas, Rita y Juana, que tiene un presente en armonía "con la vida y la naturaleza" y que dejó atrás el mercadeo en ferias artesanales.

Otra historia es la de Gabriela Mariana Saillen (43), de Argüello, quien optó por dar un giro de timón luego de ser “atrapada” por este destino ecuatoriano hace cinco años, cuando conoció los atributos del lugar.

“Siempre creí que vivir en el mar era una mejor vida”, sostiene la arquitecta, que primero probó durante medio año y luego decidió encaminarse en una nueva rutina junto con su hermana Ana Laura, en la que “vivir libre” era la premisa.

Desde entonces, las hermanas llevan adelante un hostal, duermen la siesta, practican surf, van a la playa casi todos los días aunque sea a tomar unos mates con amigos y completan el día con salidas nocturnas a escuchar música, comer algo o simplemente tomar unas cervezas.

“¿Qué es lo que más me gusta? Olvidarme del stress que se vive en la ciudad. Que el tiempo te sobre y cada cual decida qué hacer con él”, cuenta.

Hacia un destino con marca Bardot

Hace tres meses, Micaela Stefania Soriano (22) le puso freno de mano a sus estudios en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Córdoba para embarcarse en una aventura junto con dos amigas y terminar con su trabajo como animadora en fiestas infantiles.

“Un día todo mi mundo giró y necesité viajar para independizarme, conocer otra forma de vivir, coincidir con otras personas y poder ver con otros ojos la realidad”, dispara la capitalina, que partió a Buzios con la idea inicial de volver a terminar la carrera universitaria, pero a quien actualmente le gustaría seguir viajando.

Aunque sabía que ir a otro país “no iba a ser fácil”, las cosas se simplificaron cuando a través de una red social contactó a otros argentinos, con quienes intercambió información y consolidó una buena relación.

Ahora, Micaela trabaja en un local que vende bikinis en el centro de la ciudad y los horarios rotativos le permiten “disfrutar de la playa a la mañana y de la movida nocturna céntrica a la noche”.

“Adoro la paz que transmiten los atardeceres frente al mar y la tranquilidad que siento cuando salgo a medianoche del trabajo y puedo ir paseando con el celular en la mano”, sentencia la joven, que alienta a “vivir la vida sin importar lo que diga el resto”.