buscar

De Jim Morrison a Oscar Wilde

James (Jim) Morrison, cuya tumba en Père-Lachaise convoca a los fans que, con devoción, dejan flores, fotos, discos y mensajes para el excantante del grupo The Doors.
James (Jim) Morrison, cuya tumba en Père-Lachaise convoca a los fans que, con devoción, dejan flores, fotos, discos y mensajes para el excantante del grupo The Doors.

Los restos de famosos que descansan en el cementerio de París.

Comenzamos a caminar hacia el corazón del cementerio. Así como el agua absorbida por nuestras ropas hace dificultoso nuestro andar, los árboles nos lanzan la primera advertencia. Ellos son más fuertes y resistentes. Al final de los días continuarán naciendo y atravesando nuestras tumbas, nuestras ciudades y, pese a todo, perdurarán como aquí lo han hecho.

Me detengo ante su imponencia fantasmagórica. Los miro empequeñecido y pienso en el Edén, aquel paraíso donde todo empezó algún día y me pregunto si el Génesis no estará narrado de atrás para adelante…

-Señora ¿sabe usted dónde está...?

­-¿Jim Morrison?, adivina ella, probablemente al constatar nuestra juventud.

-Sí, a Morrison es a quien buscamos, agrega mi amigo poeta, aunque en realidad buscábamos a Oscar Wilde.

La mujer, paraguas en una mano y ramo de rosas blancas en la otra, nos mira de arriba abajo y luego resuelve: “Síganme, yo voy a visitar a alguien que está cerca de él”.

Una veintena de flores empapadas descansan sobre una tumba sin valor artístico.

“James Douglas Morrison 1943 - 1971, Kata ton daimona eaytoy”, leo en voz alta.

Ronnie clava la vista en el epitafio y se muestra pensativo. Pero de repente lo escucho reaccionar: “Kata ton daimona eaytoy, fiel a su propio espíritu, en griego. Jim Morrison, sex-symbol, el provocador, ídolo rockero, símbolo de la protesta contra la guerra de Vietnam, lo atraía el chamanismo, actor, poeta maldito... ¿Sabías que lo encontraron muerto a los 27 años en la bañera de su departamento, acá a pocas cuadras? Una leyenda...”

El agua nos golpea ahora con más violencia. El silencio se traga por un momento las palabras de Ronnie.

Tras un instante lo veo voltearse hacia mí y con voz decidida me espeta: “Pero está ahí, no es nada, polvo. Ahora es nuestro tiempo, somos hombres, estamos vivos, corramos a escribir, corramos a vivir, somos hombres, él no es nada”. Nos damos media vuelta y nos marchamos, como victoriosos.

Un nocturno comienza a sonar en mi cabeza y lo silbo a medias. “Nocturno en do menor, Op. 48, Nº 1. Chopin se lo dedicó a la señorita Duperré”, arriesga el poeta con total certeza.

Ambos sabíamos que nos dirigíamos hacia donde descansan los restos mortales de Frédéric Chopin, quien por esas cosas de la muerte, reposa a escasos metros de Morrison.

-¿Qué hace Chopin acá, si era polaco?, pregunto.

-Y vos sos argentino, me responde Ronnie.

-Pero yo no soy Chopin, ojalá supiera tocar el piano…

-No, no sos Chopin. El está muerto desde 1849.

De repente pienso en Isabel Allende, hace unos días la escuché decir: “Vamos a ser polvo, tú y yo”. Lo repito en voz alta.

-“Sí, vamos a ser polvo, todos, sin excepción, pero este es nuestro tiempo. Morrison y Chopin ya tuvieron el suyo”, insiste Ronnie.

De repente me dan ganas de salir corriendo, de cantar, de aprender a tocar el piano, de vivir, de aprovechar el tiempo. ¿Acaso no somos tiempo?

La lluvia se vuelve torrencial.

­-Hay que ser vivo para recorrer un cementerio un día de invierno, con lluvia, sin paraguas...

­-¿Cómo?, me pregunta ingenuamente Ronnie.

-Nada, nada, le respondo. Es un mal chiste.

A pesar de que no vimos casi nada, no queremos ver mucho más, ya fue suficiente. Pero estamos atrapados en los laberintos del Père-Lachaise y es difícil escapar.

A medida que buscamos la salida, pomposos mausoleos, pequeños lúgubres palacios, nos cortan el camino y un desfile de muertos nos habla. Yo les escucho decir que no perdamos el tiempo, ellos lo saben por experiencia.

-Mirala a Edith Piaf, qué lindo que cantaba.

­-No, no... mi preferido es este, Yves Montand. ¿Sabías que tuvo un romance con Marilyn Monroe?

-Y aquel del busto es Honoré de Balzac. Escribió 137 obras, entre novelas e historias interconectadas, que retratan la sociedad francesa en el período que abarca desde la restauración borbónica hasta la monarquía de Julio. ¡Qué escritor!

-Debe haber sido. Y qué peinadito que tenía...

­-Hablando de escritores. Mirá quién está acá. ¿Leíste El retrato de Dorian Gray?

-No. Wilde es una deuda pendiente todavía.

-Este es Gilbert Bécaud, te recomiendo que escuches L\'indifférence.

­-I\'ll do it (lo haré).

Por fin veo una luz al final del camino. Pero esta es la luz de la vida. La salida está frente a nosotros. Atrás nuestro, todavía sigo viendo nombres. Eso son, nombres: Georges Bizet, Pierre Bourdieu, Auguste Comte, Eugène Delacroix, Gérard de Nerval, Camille Pissarro, Marcel Proust, Guillaume Apollinaire, Gustave Caillebotte y tantos otros.

Ahora caminamos cuesta abajo hacia la ciudad. Ronnie anota algo en su Moleskine. Yo tengo apuro. Acabo de entender que trascender es estar vivo.