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De Córdoba a la Gran Muralla

¿Cómo es conocer esta mole de piedra inabarcable? Una cordobesa cuenta su experiencia.

"¿ A China?”. Esa fue la reacción de nuestros amigos y familiares cuando les contamos, mi esposo y yo, nuestro próximo destino.

¡Sí, China! El otro lado del mundo. Ese país al que se llega después de 27 horas de vuelo desde Córdoba.

¡Sí, China! Ese país habitado por 1.400 millones de personas. El equivalente a la población total de América y Europa juntas.

¡Sí, China! Ese país fascinante y enorme del cual volvimos maravillados y completamente seguros de que no veremos algo igual en nuestras vidas.

¡Sí, China! Porque era nuestro principal deseo ver, tocar y pisar la Gran Muralla. Esa mole de piedra de 20.000 kilómetros de largo (actualmente 8.000 quedan en pie y no es poco) que se construyó con el fin de proteger a todo un pueblo de los enemigos cercanos.

Nuestro punto de partida para llegar a ella es la ciudad de Beijing (los chinos prefieren llamarla de esta forma, que significa “capital del norte”, y no Pekín, como sugiere la Real Academia). Desde allí, a bordo de un bus con 37 compañeros de aventuras y un guía, partimos hacia Juyongguan, uno de los pasos más famosos. Los 60 kilómetros que nos separan sirven para que nuestro guía Yuan, o mejor dicho, “Juan” –como nos pide que lo llamemos– nos ponga en sintonía con lo que nuestros ojos verán una hora más tarde.

Juan, con su tonada chino-cordobesa –fruto de tres años de vivir en Córdoba meta fernet y tunga tunga (confeso fanático de La Mona)– nos cuenta: que la “Chángchéng” (Gran Muralla, en chino mandarín) tardó nada más ni nada menos que 2.000 años en construirse, ya que cada dinastía imperial que se hacía cargo de la nación iba añadiendo una parte de estructura a la ya construida para evitar el ataque de pueblos enemigos.

Que fue construida con distintos materiales según la zona. En zonas montañosas se extraía la piedra de la montaña; en zonas planas se usaba arena y tierra compactada mezclada con juncos y sauces y en otras se utilizaron el ladrillo y la cal.

Que más de un millón de personas fueron las encargadas de semejante tarea. En su mayoría eran soldados acompañados de campesinos y algún que otro presidiario.

Que tenían un sistema de aviso temprano de enemigos basado en el humo o el fuego de las antorchas. Dependiendo de las columnas de humo o de la cantidad de antorchas era el volumen de enemigos que estaba acechando.

Y que todas estas explicaciones quedarían en segundo plano cuando arribáramos al lugar y contempláramos una de las Siete Maravillas del Mundo Moderno.

Al llegar, comprobamos que Juan tenía razón. Que estamos en presencia de algo monumental, inabarcable; una autentica hazaña.

Es el fin del invierno y este tramo de montaña luce desnudo, lo cual hace que semejante obra se aprecie mucho más. Tomamos coraje y decidimos encarar los 1.990 escalones que nos separan del cielo provisionados de agua, una cámara de fotos y nuestros ojos bien abiertos para no perdernos de nada. El primer tramo es el más empinado y el encargado de ir desalentando a los menos aventureros a seguir. Sus escalones son desiguales y es necesario, en algunos casos, agarrarse de las barandas que se prestan desinteresadas para que uno continúe un poco más y no abandone ante la primera dificultad.

A medida que avanzamos en nuestra escalada cruzamos a chinos y más chinos que, aunque no lo crean, se sorprenden de ver a turistas con los ojos redondos y nos piden sacarse fotos con nosotros. Me siento una estrella de Hollywood y le pido a mi esposo que retrate estos momentos porque a la vuelta me van a tildar de mentirosa y habrá que sacar las pruebas que confirmen semejante locura.

A mitad de camino hacemos un alto para “revolear” buzo, campera y bufanda, ya que el esfuerzo nos hizo entrar en calor. Tomamos agua, sacamos fotos y nos sentamos en un escalón a contemplar lo que nos trajo a este increíble país, esta muralla tan grande que nos hace sentir completamente pequeños.

Finalmente, y después de exigir nuestras rodillas a límites impensados, llegamos al cielo: la torre 13. El lugar desde donde se puede apreciar la magnificencia de esta construcción y tener la privilegiada visión de la Gran Muralla acariciando los lomos de las montañas y desapareciendo en el infinito.

Sin dudas vale una y mil veces recorrer tantos kilómetros, sortear la barrera del idioma, adecuarse a la comida y codearse en cada rincón con tanta gente. El premio final es contemplar una cultura completamente distinta a la nuestra, con maravillas imposibles de encontrar en ningún otro rincón de la Tierra.

Y sí, China. ¿Por qué? No hay porqué.