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Cumbre en el Elbrus

Objetivo alcanzado: en la cumbre del monte Elbrus, con la remera que lleva la foto de su madre, a quien le dedica cada uno de los ascensos concretados.
Objetivo alcanzado: en la cumbre del monte Elbrus, con la remera que lleva la foto de su madre, a quien le dedica cada uno de los ascensos concretados.

Ya estábamos alto y nos esperaba una larga travesía, rodeando la falda de la cumbre este, hasta alcanzar el collado formado entre las dos cumbres, a unos 5.300 metros de altura.

Alrededor de las 4, con bastante frío y viento, iniciamos la escalada hacia la cumbre. Serían aproximadamente siete horas hasta el objetivo; íbamos ascendiendo en una lentísima marcha, todos juntos, en fila, uno muy cerca del otro, pero cada uno solo, muy solo; el silencio es estremecedor, y la oscuridad es interrumpida por los pequeños ases de luz de las linternas frontales.

El hielo estaba muy duro y la pendiente fuerte, por lo que había que coordinar bien la técnica de pasos con los grampones, pisando fuerte para no resbalar. Llegamos a un descanso, hacía bastante más frío y el viento soplaba más fuerte, pero la recompensa llegó con los primeros rayos de sol que coloreaban de naranja oscuro la cadena del Cáucaso, detrás nuestro.

No se podía desaprovechar esa vista, así que saqué mi cámara fotográfica y con mucho trabajo, manipulándola con los gruesos guantes, comencé a disparar y capturé a todos los miembros del grupo, que habían comenzado a distanciarse formando varios grupos pequeños.

Ya estábamos alto y nos esperaba una larga travesía, rodeando la falda de la cumbre este, hasta alcanzar el collado formado entre las dos cumbres, a unos 5.300 metros de altura.

Una hora más tarde llegamos al collado (depresión del terreno por donde se puede pasar de un lado a otro de una montaña), en sombras y con mucho frío. Más adelante nos esperaba un duro desafío: la última pared.

Fue una larga y agotadora hora; encaramos una diagonal hacia unas rocas, muy concentrados, ya que hay que clavar bien los grampones. Marchábamos solos con mi compañero y adelante, a unos 100 metros, veíamos al guía con un par de daneses, que por apurar el paso final al regresar sufrieron de náuseas y vómitos y tuvieron que hacer un esfuerzo descomunal para bajar.

Detrás nuestro, a lo lejos, venía el resto del grupo, algunos muy despacio por los efectos de la poca aclimatación que teníamos todos. De pronto, después de una corta planicie, siempre en hielo, vimos un promontorio de rocas y, al llegar arriba, nada más, solo el símbolo que marcaba que estábamos en el techo de Europa. Sí, lo había conseguido: una más de las siete cumbres. Con viento y el sol en mi rostro de felicidad, saqué otra remera de cumbre con la foto de mi madre, a quien siempre le dedico cada cumbre.

Al bajar, antes de llegar bien cansados al refugio, nos alcanzó la suave nevada que anticipaba la gran tormenta que se desató días después. Por apurar el tiempo para hacer cumbre, nos sobraron varios días que aproveché para disfrutar en Moscú, la capital de Rusia, con sus templos y la histórica Plaza Roja, que me mantuvo deslumbrado y agradecido de la vida por permitirme tan espectacular experiencia.

El proyecto

El proyecto 7 Cumbres comprende los montes Aconcagua (Argentina); Kilimanjaro (África); Mckinley (Alaska); Elbrus (Rusia); Carztenz (Oceanía); Vinson (Antártida), y el Everest (Himalaya).

El autor de la nota ofrece charlas motivacionales; el próximo jueves 25 a las 20, será en el colegio San Antonio de Padua. Además, agradece a la empresa El Constructor, por su apoyo para continuar con su proyecto.