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Cuaderno de Viaje: Tatetí, suerte para mí

En Vilna veo un mapa y Córdoba se escribe Kordova; y veo un taxi y se escribe taksi. Y hasta ahí llega el chiste, porque el resto del idioma me parece impenetrable.

Para qué mentir: muchas veces al viajar he elegido un destino recurriendo al noble tatetí. Me toca irme de Estonia y no puedo decidir adónde, así que, bajo esta modalidad, Lituania le gana a Letonia y saco pasaje a Vilna.

En Vilna aparentemente no hay mucho para ver; pero acá estoy yo, recorriendo la plaza principal en el corazón del casco antiguo de esta ciudad báltica, rodeada de callecitas medievales y atmósfera de pueblo. Entre la catedral y la torre con campanario me topo con una gran baldosa en la que se lee: “Stebuklas” (después lo sabría: significa “milagro”) y un local espontáneamente me explica que tengo que darle tres vueltas en el sentido de las agujas del reloj, saltar hacia atrás y aplaudir para que un deseo se haga realidad. Qué mejor forma de empezar un viaje.

En Vilna veo un mapa y Córdoba se escribe Kordova; y veo un taxi y se escribe taksi. Y hasta ahí llega el chiste, porque el resto del idioma me parece impenetrable.

En Vilna el mapa turístico me dice que debo visitar la Puerta de la Aurora. Esta antigua puerta fue construida a principios del siglo XVI, cuando la ciudad estaba amurallada. En 1799 el ejército del Imperio Ruso derribó los muros pero dejó esta puerta intacta, ya que, según las creencias, tenían miedo de destruir el lugar que guardaba una imagen de la virgen.

En Vilna almuerzo en el Neringa, un restorán famoso por haber sido el lugar de encuentro de la elite lituana durante décadas y que conserva en su interior una cuidada ambientación de la época soviética. Me pido un plato de didžkukuliai y admito que estas papas cocidas con algo que (me) parece gelatina no son encantadoras.

En Vilna visito el primer monumento a Frank Zappa, construido a pedido de Saulius Paukstys, funcionario público y fundador del fan club del artista norteamericano. ¿Qué tiene que ver Zappa con Lituania? Nada. Pero cuando en 1991 recuperó su independencia en la Revolución Cantada y puso fin a su relación con la URSS, muchos monumentos a Lenin, Marx y compañía quedaron vacíos. Allí, Paukstys vio su oportunidad y emplazó un busto para homenajear al genio de bigotes.

En Vilna decido subir vía funicular (de pura fiaca nomás) a una colina desde donde disfruto de una magnífica vista panorámica de la ciudad y donde se encuentra la torre de Gediminas, resto de una fortaleza del siglo XIII. Como todo símbolo que se precie de tal, esta torre aparecía en las litas (la moneda lituana) antes de ser reemplazadas por el euro.

En Vilna acompaño a Mantautas (un lituano alto que es pura amabilidad) al dentista. El recorrido es inesperado y nos lleva a las afueras del centro. Para volver, se nos ocurre caminar hasta la próxima estación de tren, siguiendo el trayecto que marcan las vías. Ese recorrido nos condujo a un apacible bosque, el Paneriai. El aire fresco, la belleza de sus árboles y el silencio albergan lo terrible: en este lugar, entre julio de 1941 y agosto de 1944, 100.000 personas fueron exterminadas por las SD y las SS alemanas durante el Holocausto. En el predio se encuentran algunas de las fosas comunes, y una serie de memoriales que recuerdan a las víctimas.

En Vilna vamos al teatro nacional a ver una obra de ballet dirigida por Robert Bondara que recorre la vida de Mikalojus Konstantinas Čiurlionis, artista lituano, compositor y pintor. La puesta en escena incluye lluvia en el escenario y yo me maravillo como una niña.

En Vilna salimos a caminar de cara al sol otoñal y al cruzar el pequeño río Vilnelé llegamos a Užupis. En sus inicios, la zona albergó a la población judía; luego el barrio quedó vacío y sus casas, venidas abajo, fueron ocupadas por vagabundos primero y por artistas después. La bohemia instaló sus talleres, sus galerías y sus pequeños cafés y, allá por abril de 1997, con un “ejército” compuesto por una decena de vecinos, se autodeclaró república independiente. En la vereda de la estrecha calle Paupio, en grandes placas y escrita en distintos idiomas, se puede leer la constitución de la República de Užupis, compuesta de 41 artículos, entre los cuales elijo recordar:

“Todo el mundo tiene derecho a cometer errores. Todo el mundo tiene derecho a amar”.

“De vez en cuando, todo el mundo tiene el derecho a descuidar sus tareas. Todo el mundo tiene el derecho a estar en silencio. Todo el mundo tiene el derecho a tener fe (o confianza)”.

“Nadie tiene derecho a la violencia. Todo el mundo tiene el derecho a celebrar o no su cumpleaños. Todo el mundo tiene el derecho a llorar. Todo el mundo tiene el derecho a ser incomprendido. Todo el mundo tiene el derecho a no sentir miedo”.