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Cuaderno de Viaje: San Carlos y las lápidas que hablan

A 17 kilómetros de Punta del Este, esta pequeña ciudad colonial esconde un extraño cementerio.

El verano pasado, mientras disfrutaba de las playas en Punta del Este, mi espíritu viajero me llevó unos 17 kilómetros hacia el interior, donde se encuentra la pequeña ciudad de San Carlos. Es tranquila y típicamente colonial, tiene vida de pueblo y está rodeada de importantes chacras que se alquilan a los veraneantes que quieran gozar del mar y de la vida de campo al mismo tiempo.

El centro tiene negocios, bares y algunos restaurantes y, como casi todas las ciudades de origen colonial, congrega alrededor de la plaza principal –llamada Artigas– la iglesia (de San Carlos Borromeo) y el municipio. Decidí dar una vuelta por allí y me adentré en el templo, que resultó ser el más antiguo de Uruguay que se mantiene en su planta. La actual es la tercera edificación desde que se levantó con paja y barro allá por 1763, el mismo año de fundación del pueblo. El exterior es muy sencillo y de noche permanece iluminado, realzando la zona céntrica. El interior también es modesto, pero en los frisos de las torres llaman la atención los platos y jarras de porcelana que fueron incrustados durante la construcción, tras un banquete que se realizó en el lugar.

Pero la sorpresa me esperaba detrás de la iglesia. Allí, gracias a Rosario, oriunda de San Carlos, me encontré con un pequeño camposanto y una treintena de lápidas de piedra correspondientes a otros tantos difuntos. La postal no tendría nada de extraño sino fuera porque en cada lápida había una descripción del fallecido (en algunas faltaba el nombre) y de la forma en la que había muerto. Van algunos ejemplos: “José Oyola, 3/5/1809, muerto por su esposa”, “Manuel Florencio Pereira, 3/11/1822, militar brasilero pobre, se le hizo entierro gratis”. Algunas eran anónimas, como la que decía “Difunto en la playa, desconocido, 15/5/98, cadáver seco, sería español, por el pelo en el cogote. Apareció en las costas de José Ignacio”, y otras daban cuenta de la muerte de combatientes, como “Antonio Bessot, 10/11/1806, murió en el combate con los ingleses, fue baleado y su cuerpo todo tajeado”. También los esclavos tenían su lápida. Era el caso de “Domingo, 10/9/1803, esclavo bozalón, que compró el cura Ameneda para trabajar en la iglesia nueva” –se llamaba esclavos bozales a aquellos que eran traídos directamente de África–.

En ese punto, hay otras inscripciones que llaman especialmente la atención: “Manuel Dutra, 12/7/1792, marido de María Antonia Machado, murió en la noche repentinamente a resultas del fuego de una centella que lo abrazó junto a su hijo Francisco que tenía en sus brazos”, “Luis Chaparro, 28/1/1783, indio pobre, natural del pueblo Ytati en Paraguay” o “ Cayetano Silveira, 17/5/1794, falleció de 100 años más que menos, marido de Elena Viera”.

Sobre batallas y desgracias

San Carlos, fundada en 1763 en honor al entonces rey de España Carlos III, fue declarada Patrimonio Histórico Nacional por el Gobierno uruguayo, porque, entre otras cosas, fue la única población que resistió durante las invasiones inglesas en la batalla de 1806.

Precisamente, una de las lápidas recuerda a “Agustín Abreu, 10/11/1806, comandante, murió a raíz de las heridas que recibió en el combate contra los ingleses en la cuña de esta villa”. Los archivos históricos indican que Agustin Abreu Orta había nacido en Tarifa (España) en 1766, y había seguido la carrera de marino hasta lograr el cargo de teniente de fragata. Cuando se produjeron las invasiones inglesas al Río de la Plata, el entonces virrey Sobremonte, de quien dependía la villa de San Carlos, envió a Abreu al mando de 400 hombres para desalojar a los ingleses que se proveían de víveres en la pequeña ciudad. En ese combate, Abreu resultó mortalmente herido. Su partida de defunción, con todos los detalles de su estado, está en la capilla de la iglesia, donde sólo fueron enterradas sus vísceras, ya que el resto del cuerpo recibió todos los honores en el cementerio de Montevideo. Hoy, una calle en San Carlos lleva su nombre, en reconocimiento a su valiente actuación en la batalla.

En referencia a los indios guaraníes que provenían de las misiones jesuíticas del Alto Paraná, en otra lápida se puede leer: “Ignacio, indio tape músico, 18/11/1804”. También quedaron registrados hechos muy tristes, como el de “Juana Ramos, 3/10/1791, falleció a resultas de parto de mellizos, sus hijos también fallecieron” o el que da cuenta de que “Manuel Fernández de Sosa, 4/11/1806, maior de 100 años, murió repentinamente y no recibió los sacramentos, pero todos los años anteriores confesaba y comulgaba”.

Lo cierto es que no esperaba encontrarme con este camposanto, que se cerró en 1850, porque nunca había visto algo igual. Por eso San Carlos, tan cerca de Punta del Este, tiene un atractivo que bien merece dejar la playa durante un par de horas y transitar esos 17 kilómetros para encontrarse con lápidas que hablan.