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Cuaderno de viaje: Mi reino por un caballo muerto

El que crea que Praga es una ciudad de cuentos puede desensillar ahora mismo.

En una vieja película de vaqueros, John Wayne dice que detrás de cada hombre caminan treinta caballos muertos. Es unidad de medida. Los potros que uno ha domado son la diferencia entre el crío que gateaba y el hombre bien montado sobre su experiencia. El que crea que Praga es una ciudad de cuentos puede desensillar ahora mismo. A cinco horas en tren de Berlín se abre un portal mágico. "Sediento de saber lo que Dios sabe / Judá León se dio a permutaciones", lee mi compañera que Borges dijo. Ella viaja a Praga por un hombre de barro y yo, por un caballo muerto. Ella lleva en su equipaje la novela maldita de Gustav Meyrink, el poema de nuestro ciego mayor y un par de discos. Yo llevo a mis espaldas los caballos de Ricardo III, Rui Diaz de Vivar y el gaucho Aballay. Comparto con ella mis auriculares. Shirley Manson canta Pretty horses: "De todos los hermosos caballos que tuviste antes / soy el que te va a amar mejor". Prohibida Praga en verano. A doce grados bajo cero, el aire se azula y les da a las fotos una luz parecida a la paz. Compramos unos trdelník para el camino, masa que se asa enrollada en un palo y llena las calles de perfume a canela ahumada. Nos separamos sobre el puente donde estiró la pata el caballo de Wenceslao de Bohemia cuando apenas era duque y no santo. Los mejores compañeros de viaje no siempre salen en la misma foto. Para ella, Praga representa el cementerio donde INXS grabó el clip de la canción que pide que nada nos separe.

El reverso de la de Joy Division, esa que predice que el amor es lo que nos va a separar. El caballo que nunca salvó a Ricardo III viaja conmigo para recordarme que, cuando se acaban las balas, no siempre llega la caballería. El de Di Benedetto, para advertirme que el gaucho Aballay eligió no desmontar hasta que le fueran perdonadas sus faltas. Babieca, el que llevó al Cid bien muerto sobre su lomo a la victoria sobre los moros, para verse en un espejo invertido. Los que esperaban violinistas sobre el tejado, cata de cervezas o literatura arquitectónica pueden desesperar, porque mi camino es otro. El escultor David Černý ha puesto piernas a un auto en lugar de ruedas e incluso hizo una fuente con dos señores con nada de angelitos meando sobre el mapa de los checos, pero la estatua de la foto es su mejor obra. El fundador de Praga, su santo patrono, a horcajadas sobre el vientre hinchado de un pingo muerto, colgado desde la cúpula de vidrio del Pasaje Lucena. Dice la leyenda que Vaclav, Venceslao o San Wenceslao llego así a las puertas de su reinado, con el último aliento de su alazán. En El nombre de la rosa, de Eco, los monjes matan para que la risa no esparza su semilla sobre el mundo. Esta estatua es el triunfo de la risa. En esta línea deberían ir todos los sentimientos frente a la obra, pero a veces las palabras no alcanzan o sobran. Léase aquí una sonrisa silenciosa como suvenir. Otros viajan para volver con llaveros o alfajores. No hablamos de Kafka durante el almuerzo. En realidad, en ningún momento. Franz no vive en Praga; se esconde en cada sombra. Pilsen es la madre patria del lúpulo. Cerdo en su gelatina con mostazas de grano grueso. Panqueques de papa. Mi compañera me pasa su teléfono. La estatua que recuerda al Golem es un traje vacío que sostiene sobre sus hombros a Kafka. Sobre la tumba de Judah Loew hay una piña de cemento como había en una tranquera de mi niñez. "Antes / Después / Ayer / Mientras / Ahora / Derecha / Izquierda / Yo / Tú / Aquellos / Otros". Vuelve a leerme el poema del gigante de barro y su creador. Cada palabra suena como un papelito bajo su lengua. Uno que dice "vida" en hebreo y en todas las lenguas. "Sus ojos / menos de hombre que de perro / y harto menos de perro que de cosa". La miro con ojos de perro cansado o caballo muerto. Me gusta cómo mira. Me gustan sus ojos y se lo digo. Tarta de miel y leche condensada. Eso que cada uno tenía que hacer consigo mismo ya se hizo. El resto será la ciudad a dúo.