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Cuaderno de viaje: La historia de dos cordobeses en Brasil

En Brasil es muy probable cruzarse con un cordobés, incluso en los lugares menos probables.

Si dicen que para un peronista no hay nada mejor que otro peronista, para un cordobés puede ser muy bueno encontrarse con otro en algún lugar del mundo... más aún si allí se habla otro idioma.

Para muchos, la sensación puede ser inversamente proporcional a la de encontrarse con un porteño (de esos a los que les gusta llamar la atención vociferando sus impresiones del viaje a cada instante).

En Brasil es muy probable cruzarse con un cordobés, incluso en los lugares menos probables. En mi último viaje al país mais grande de Sudamérica, de Arraial do Cabo a Río de Janeiro, me pasó dos veces.

Una mañana, en aquel pueblito precioso ubicado a tres horas de Río en colectivo, uno puede subirse a una excursión en barco y encontrarse con alguien que le hable con tonada. “¿Argentino?”, pregunta incluso antes de escucharlo hablar. Apenas uno cuenta que viene de Córdoba, se alegra todavía más, y suelta todo lo que sabe.

Nicolás no nació en la Docta, pero vivió suficientes años como para conocer las mañas de la ciudad, e incluso encontrar personas en común. En la Capital, uno de sus últimos trabajos fue como mozo del X Bar durante tanto tiempo como para que mis amigos y yo viajáramos varias veces con él a través de sus tragos (los mojitos cubanos, una especialidad).

Nico cuenta que, cuando hace falta, es fotógrafo; cuando nadie quiere fotos, acompaña al capitán de la embarcación por un recorrido por playas que parecerían del Caribe si no fuera por la ausencia de palmeras (el agua es tan turquesa, la arena es tan fina); y cuando hace falta otra cosa, hace otra cosa.

Sueña con tener un bar propio, porque en esa encantadora y sencilla Arraial do Cabo la vida nocturna escasea, a diferencia del cercano y bullicioso Buzios, a una hora de allí. Nicolás no elige Buzios, para nada.

El puerto del que salen las excursiones ofrece una postal de preciosas pequeñas embarcaciones, que viven todas de los mismos turistas y de la pesca. No hay nada de ese fuerte olor a pescado, como si alguien hubiera prendido un extractor, y sí hay mucho comercio que alterna lo tradicional con gorras de Mickey Mouse que no entiendo quién comprará allí.

Nicolás dice que el invierno es una buena época para conocer Arraial, y que quiere quedarse probando suerte un tiempo más. Visto de afuera, suerte es un buena forma de definir su vida, aparentemente despreocupada y en medio de un paisaje de película.

Pasar de Arraial a Río de Janeiro es toda una transición. Pasar de un monoambiente pequeño pero coqueto a metros de la encantadora Prainha a un hotel de lujo en Sao Conrado es otra.

Sin embargo, hay algo en común: al menos un cordobés. Claro que puede haberlos entre los turistas (en el lobby del hotel uno puede escuchar una conversación de alguien que incluya “Villa Cabrera” o “el Cerro de las Rosas”), pero eso no tiene ninguna gracia.

David trabaja en el hotel como encargado del departamento de atención al huésped. Se fue hace año y medio para Río de Janeiro, primero como un paseo sin fecha de regreso y después para quedarse. Trabaja ocho horas en el hotel de lujo, y luego se va al departamento que alquila en una favela cerquita de Copacabana.

“Ellos no le dicen favela, lo llaman comunidad”, aclara David, quien cuenta que allí se sienten estigmatizados por esa definición. En la comunidad no es fácil adaptarse, pero tampoco es difícil si uno acepta las reglas. “Si te metés con la mujer de otro, te matan; si robás algo, te matan; si te peleás con alguien, te matan. Pero si no, no pasa nada, uno puede integrarse normalmente”, detalla.

Vivir en la favela/comunidad fue una elección para David. Tal vez podría llegar a pagarse con esfuerzo un departamento en otro lado, pero en pesos argentinos la diferencia va de 3.000 a 15.000 mensuales por las mismas comodidades (un cuarto y un baño). Además, la favela en la que vive tiene una espectacular vista al mar que no cambia por nada.

David cuenta cómo cada día va al trabajo en el metro y se vuelve en colectivo para poder ver el mar durante todo el trayecto, mientras escucha música. Para él sigue siendo un paseo, a diario, que le recuerda sus primeros tiempos como turista en aquella monstruosa y encantadora ciudad.

Le recuerda por qué decidió quedarse, y por qué no se piensa ir por ahora.

“Violencia, lo que se dice violencia, la viví muy fuerte la última vez que estuve en Córdoba”, asegura. Y detalla un par de episodios de los que fue testigo en pleno centro cordobés. Dice que en Río hay que cuidarse, y no aconseja caminar tanto porque es muy fácil perderse. “No hay que olvidar que es una ciudad como Buenos Aires, pero además tiene mar, selva y montañas”, advierte.

Uno en un barquito de Arraial do Cabo, otro en el costado más lujoso de Río de Janeiro. Dos cordobeses se dejaron llevar por el viento hacia las olas de Brasil, y uno no deja de subirse al avión de regreso a casa pensando que hace mucho pasó el tiempo para hacer lo mismo.

A veces es tan bueno dejarse ir.