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Cuaderno de viaje: Helsinki, o un viaje por amor al cine

Crónica de unos días en la capital de Finlandia, el país con más saunas que autos y con el mayor consumo per cápita de café del mundo, que es también la cuna del director Aki Kaurismäki.

Es octubre de 2013 y el bus que me lleva al centro está por salir. A medida que me acerco al final del recorrido, las hileras de árboles parecen no tener fin. Helsinki se dibuja ante mí como una gran plaza. La primera noche duermo en un hostel, que es también un estadio deportivo; frío y enorme. En el desayuno, un tipo despeinado y viejo me convida chocolate mientras chequeamos mails en un comedor lleno de manteles de plástico. Mi incipiente cinefilia cayó rendida a los pies de la ciudad después de ver en el Cineclub Municipal una seguidilla de sus películas. Y por fin estoy ahí, en Helsinki, el lugar de Aki Kaurismäki, mi director preferido.

Antes de partir no consulté nada: no tengo sitios históricos marcados, ni siquiera una lista de comidas típicas para probar. Lo único que sé es que quiero recorrer Kallio de principio a fin. Convertido en el corazón hipster de Helsinki, Kallio históricamente supo ser un barrio obrero. Pese a la llegada de las cafeterías cool y los pequeños e híper-diseñados restó, todavía hay lugares que han sobrevivido a la gentrificación y eso es lo que quiero observar.

Para explorar el área, el punto de partida es el mercado de Hakaniemi. En ese gran edificio de ladrillo visto y sus alrededores, conviven la juventud alternativa, los salmones gigantes y las reliquias vintage. Desde allí se ve la Kallion kirkko, la iglesia luterana que es el sitio de referencia del barrio, a la que llego caminando por Siltasaarenkatu, una breve peatonal. A unos metros se encuentra una plaza grande y muy verde llamada Karhupuisto, y conocida como "el parque del oso".

El frío empieza a hacerse sentir y decido tomarme una taza de café, bebida en la que los finlandeses ocupan el puesto número uno en consumo per cápita del mundo. El Cardemumma es un lugar tradicional ideal para disfrutar de un kahvi (café) con un runebergintorttu (pequeña dulzura hecha con almendras y frambuesas). Recorro la Helsinginkatu, cada vez más silenciosa. Se hace de noche y recién son las cinco de la tarde. La bruma envuelve todo.

Junto con mi anfitrión, esa noche visito el Sirdie, una fonda un poco maltrecha con una rocola desgastada y el gesto adusto del que atiende. Sirdie lleva más de 50 años abierto y permanece igual al que se ve en Calamari union (1985), la película de Kaurismäki en la que un grupo de hombres –todos llamados Frank– decide abandonar el Kallio para buscar una vida mejor al otro lado de la ciudad. Quiero sacarme una foto de fanática pero mi vergüenza me gana y me dedico sólo a escudriñar con la mirada sus abarrotadas paredes.

Es otoño por aquí, aunque la temperatura, cercana a los cinco grados, me haga sentir en el más frío de los inviernos. Decido experimentar un clásico finlandés: el sauna. Los números indican que en este país hay más saunas que autos, y en Kallio se encuentra uno de los más famosos y antiguos, el  Arla. Al atravesar la puerta de metal, recorro un ancho pasillo que desemboca en un patio, donde un grupo de parroquianos beben cerveza con sus cuerpos desnudos, apenas cubiertos por toallas a la cintura. Luego de pagar mi ticket, me señalan la habitación con lockers para dejar mis cosas y mi ropa. Diez minutos después (y luego de una rigurosa ducha), allí estoy, sin nada para cubrirme y en compañía de tres señoras de idioma impenetrable. El pudor empieza a irse y el profundo calor hace su magia en mi espalda de mochilera. Cuando el vapor se vuelve escaso, una de ellas se levanta, toma un pequeño balde y le agrega agua a la estufa. Como buena novata, espero para salir a que una de ellas lo haga. Descalza y en toalla, voy a beber a la intemperie. Está nevando y me siento al costado de la ronda. Los dedos ya están arrugados y los copitos de nieve se me amontonan en los pies.

Es en el Arla donde conozco a Ana, quien trabaja en un festival de cine latinoamericano que se realiza a los pocos días en la ciudad. Ahí, entre los vapores y el calor, me cuenta que justo viaja, como invitada especial, una chica argentina. “Quizá la conoces, se llama Camila”, dice. Se refiere a Camila Sosa Villada. Unos días después me encuentro con Camila en el Corona, el famoso bar del que Aki Kaurismäki es dueño. Charlamos, reímos y brindamos asombradas por la nula presencia policial en las calles y por la belleza de la ciudad. Así cierra el viaje, junto con una cordobesa, en un festival de cine y en un bar donde cuelga un retrato de Matti Pellonpää.

Muchas kiitos y nähdään pian, querida Helsinki.