buscar

Cuaderno de Viaje: Domingo eterno

Músicos en la calle, cisnes en el río, arte en la montaña y más: en el verano berlinés, todos los días parecen domingo.

En una esquina transitada de Berlín, un hombre con barba y bikini rosa canta mientras toca un órgano. La gente lo rodea y, cuando termina la canción con un grito, lo aplaude y agradece la dosis de rock. Es un miércoles de verano en el barrio Kreuzberg, que pasó de estar en las afueras de la ciudad a formar parte del centro tras la caída del Muro. Si busca decadencia y restos de un pasado marginal, los encontrará en este lugar. Pero también es el sitio ideal para empaparse de la vida de barrio berlinesa: bajo la sombra de los árboles, la gente hace deporte y las familias jóvenes pasean con sus bebés; grupos de chicos toman cerveza junto al río; y hay quienes eligen los parques para tocar la guitarra o tirarse a mirar el cielo. Dato: un tercio de la capital alemana está cubierto por espacios verdes. Algo que puede sorprender por estos lados, donde Berlín suena más a una mezcla de símbolos de hormigón, cemento y arenisca, como el Muro, el monumento a los judíos de Europa asesinados, el Reichstag y la Puerta de Brandeburgo.

En Kreuzberg también podrá viajar a Turquía sin salir de Alemania: el 40% de la población es de origen turco, por lo que el barrio es conocido como “el pequeño Estambul”. Los martes y viernes organizan un mercado junto al río, donde conseguirá telas, productos frescos, comidas caseras y más. En un deck al final de los puestos, una banda toca cumbia colombiana mientras la gente baila y toma cerveza. Es un martes que huele a domingo.

El puente de Oberbaum, con sus características torres, une a Kreuzberg con Friedrichshain y es otra parada obligada. Cuando lo atraviese, présteles atención a los personajes entre las columnas: en Berlín, el arte y la decadencia se dan la mano en los rincones.

Oasis urbanos

Por el río Spree pasean cisnes, y a cualquier hora se toma cerveza en las márgenes. Podría pasar que no tuviera planificado ir a conocerlo, pero que por un cambio en el recorrido del tren termine allí. No se preocupe: Berlín es de esos lugares en donde los cambios de planes suelen salir bien.

También, un destino en donde muchos de los mejores descubrimientos se hacen por casualidad. En medio de la zona de negocios cercana a Alexanderplatz, un afiche reza “Jesús te ama”. Dos pasos más adelante, hay otro: “María también te ama”. Y al lado, otro: “Buda te ama”. Y así sucesivamente con otros hombres y dioses. A unas cuadras, la galería Haus Schwarzenberg abre las puertas a un mundo de cultura alternativa. Hay estudios de artistas, galerías, cine y museos; pero si no quiere estar atado a programas específicos, vale la pena dedicar un rato a contemplar los dibujos en las paredes. La cara de Anna Frank junto a la de un gorila con cámara de fotos, corazones pixelados, una chica con trenzas y un pájaro en la boca, un antílope enlazado, un pollito aclarando que no es un nugget y la frase “Ojalá fueras tan lindo/a como tu foto de perfil” son algunos de ellos. También hay una declaración de principios: “El arte nos salva”.

Y fue a través del arte que los berlineses resignificaron los restos del Muro que quedaron en pie tras la caída en 1989. En la East Side Gallery inmortalizaron besos y lágrimas de colores, y pintaron autos que atraviesan superficies. Hoy, esta galería recuerda un pasado tormentoso de control militar, familias divididas e intentos de fuga (se estima que hubo cinco mil personas que quisieron cruzar a Occidente), pero también es una muestra de que, lejos de paralizarse, la capital reacciona, hace y provoca.

Juguemos en el bosque

Un demonio vigila el bosque de Grunewald. Se trata de Teufelsberg, que se traduce como “la montaña del diablo”. Ocupado primero por nazis y después por espías estadounidenses, el edificio fue abandonado y reconvertido por okupas, que llenaron el lugar de arte callejero. Entre escaleras oscuras, paredes coloridas y estructuras que se asemejan a pelotas de golf a gran escala, aparecen tiranosaurios, hombres de tres ojos, comentarios irónicos sobre cadenas de hamburguesas y siliconas, y un hombre atado a la muerte por un hilo. En la entrada se escuchan gatos, en las terrazas hay sillas de aspecto dudoso y en el interior un chico pinta peces como una extensión de sí mismo porque dice que le gusta nadar.

La web de turismo de Berlín la define como la ciudad de la libertad. Sobre la Puerta de Brandeburgo (antiguo punto de entrada a la urbe por el que pasaron miembros de la realeza y nazis), una diosa cabalga en dirección a Berlín. Lleva una cruz de hierro y un águila. Según el ángulo desde el que mire, a uno de los caballos parecen salirle alas.