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Cuaderno de viaje: A cuentagotas por Ámsterdam

Tan cierto es que Ámsterdam es más que su Barrio Rojo como que visitarlo es imprescindible en un viaje primerizo.

Ni los cielos nublados ni los chaparrones repentinos ni el frío que se cuela en pleno verano boreal impiden que, mientras almuerza junto a un canal, vea pasar del otro lado del agua a una caravana de gente desnuda en bicicleta. Corrección: no van íntegramente desnudos, tienen los pies cubiertos y llevan accesorios  –algunos hasta tienen el detalle de combinar el color de las medias con el del sombrero–. Promedian los 50 años y la mayoría son hombres. La gente los aplaude y les saca fotos mientras ellos siguen su ruta, inmutables pero visiblemente felices.

No muy lejos de allí se encuentra Begijnhof, un recinto que existía en el corazón del centro medieval mucho antes de que el uso de la bicicleta se extendiera en la capital holandesa. Se trata de un patio rodeado de un puñado de casas que, como muchas otras, son un fiel producto de la arquitectura más típica del país. El diferencial lo aporta la historia: estaban habitadas por las beguinas, mujeres religiosas que se encargaban de cuidar a los desfavorecidos. Por eso, en el conjunto hay dos iglesias, una visible y una clandestina. La última beguina murió hace años y hoy las viviendas pueden ser ocupadas sólo por mujeres solteras. El dato: como los alquileres en este rincón son altamente accesibles en comparación con los del resto de la ciudad, existe una larga lista de espera para habitarlas. Cuando pasee por la parte que permite visitas, preste atención a las ventanas: podrá ver cómo se asoman esas mujeres detrás de los cristales y, si tiene suerte, quizás alguna lo salude.

Dos mundos

Tan cierto es que Ámsterdam es más que su Barrio Rojo como que visitarlo es imprescindible en un viaje primerizo. Esta zona de la capital se convirtió, con el paso del tiempo y el fomento al turismo masivo, en una especie de parque temático con una cuidada puesta en escena: carteles de neón y sex shops complementan un ambiente en el que los espectáculos sexuales y la prostitución (un oficio legal y regulado) son protagonistas. Entre la marea humana que circula por estas callecitas, se puede distinguir una variada tipología de comportamientos ante las mujeres que se exhiben detrás de los vidrios. Observe. Están quienes, decididos a consumir el servicio, se plantan frente a alguna cabina y hablan entre ellos, mientras establecen un ininterrumpido contacto visual con la chica en ropa interior. También, los que caminan de la mano con su pareja y, en un movimiento brusco, miran hacia otro lado cada vez que uno de estos vidrios se cruza en su camino. Y no faltan los grupos recién salidos de la adolescencia que, con una mezcla de adrenalina, risas y vergüenza, espían a alguna mujer con traje de cuero rojo.

Si bien la capital holandesa tiene un tamaño reducido (219 kilómetros cuadrados), el paso de un barrio a otro, sobre todo cuando se abandona el Barrio Rojo, equivale a un cambio de universo. Es la sensación que genera pasear por Jordaan o De Pijp, rincones hípster en los que abundan las tiendas de diseño, las cafeterías, las disquerías, la cerveza artesanal, ciertos tipos de lentes y las barbas. En De Pijp, por ejemplo, existe un restaurante dedicado enteramente a la palta, en el que hay que hacer cola para entrar. Esta zona es ideal para a) comprar objetos originales, b) caminar por calles tranquilas y canales prácticamente vacíos, y c) probar alguna de las cervezas artesanales locales, como la Brouwerij ‘t IJ. Consejo: si quiere visitar el Museo de Van Gogh, vaya antes de tomarlas: son fuertes. Y ya que va, présteles atención no sólo a los girasoles y los autorretratos, sino también a los cuadros que capturan la belleza de los barcos anclados en la costa y de los que flotan en el mar.

Rincones anexos

Si el universo está a su favor (puede suceder), quizás tenga la posibilidad de ver el sol brillar sobre Ámsterdam. Para aprovechar este evento al máximo, diríjase hacia la Biblioteca Pública Central o bien hacia el impactante museo de ciencias Nemo (están muy cerca uno del otro). Desde ambos lugares obtendrá vistas privilegiadas de la ciudad, con la diferencia de que desde la biblioteca será a través de una ventana, y desde el Nemo dispondrá de una excelente panorámica al aire libre, además de lugares para sentarse, fuentes y juegos para chicos. Cuando el sol le haya dado en la cara y haga el camino de vuelta ya relajado, tenga cuidado: en un puente, un anciano con la mirada descolocada podrá dejarlo meditando un largo rato cuando lo increpe y le pregunte, sin previa contextualización y con insistencia, qué es para usted lo más importante en la vida.