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La Costa Oeste de Estados Unidos, de punta a punta

Un viaje por la zona que concentra ciudades imponentes, como San Francisco y Los Ángeles, y otras que todavía se resisten a dar el salto, como Portland y Seattle.

Los Ángeles es un monstruo de mil cabezas, turísticamente hablando. En general, se piensa a la ciudad como un todo, pero en verdad es un condado que incluye muchas ciudades separadas unas de otras. No es Nueva York, donde a todos lados se llega en el tren, ni uno de esos lugares que se puede recorrer caminando por barrios. Entre un área y otra, aparece una autopista, un camino sin veredas, el desconcierto del transeúnte.

Por eso hay que saber llevarla: armarse de paciencia, combinar colectivos, pedir autos vía Uber o Lyft (difícilmente aparezca un taxi, a excepción del centro). Y, después de respirar hondo un minuto, organizarse. Hay que ir a las playas de Venice y Santa Mónica –de fácil acceso– y pasar las tardes-noches en Echo Park, el barrio que concentra algunos de los mejores bares y cervecerías, pero también librerías y disquerías para recorrer.

¿Lo que hay que hacer sí o sí? Conocer el Paseo de la Fama, ver el Teatro Chino (antiquisíma construcción, una de las pantallas más grandes del país), pasear por Hollywood Forever (probablemente el único cementerio del mundo en que además se hacen fiestas y se proyectan películas). Y ver un filme en alguna sala, por extravagante, por el tamaño de su pantalla, por sus efectos especiales o simplemente por su historia.

DATOS ÚTILES. Información útil para descubrir la Costa Oeste de Estados Unidos.

Un bus a San Francisco

La historia de San Francisco, que hace cuatro décadas era un hervidero de movimientos contraculturales, la llevó a convertirse en la meca de cualquiera que quiera escalar en la industria tecnológica. Silicon Valley, en el área de la Bahía de San Francisco, es el ombligo de la principal fuente de desarrollo económico de la ciudad y una de las razones por las que hoy los edificios victorianos conviven con inmensas torres espejadas en el downtown de la ciudad.

Todavía queda algo de ese San Francisco que supo ser en los ’60 y los ’70, y se encuentra en el Haight-Ashbury, el vecindario hippie donde además de tiendas de comida vegetariana abundan los comercios de ropa batik y vintage y las disquerías –en este barrio está Amoeba Records, el paraíso de los melómanos–. En el barrio Castro, donde vivió el activista LGTB Harvey Milk, también se rastrea esta San Francisco que supo ir a contramano.

A diferencia de lo que ocurre con L.A., San Francisco es una ciudad con muchísimos barrios que por sí solos son atractivos más allá de los puntos específicos que ofrecen –como el Pier 39, por ejemplo, donde los turistas se concentran y desde donde se pueden tomar paseos en barco-.

Por otro lado, cruzar el Golden Gate en bici puede demandar entre una y dos horas (se alquilan en el puerto Pier 39) y unas tres horas sólo de ida si se hace a pie. Ninguna ciudad de esta costa es tan amiga de los turistas que gustan de caminar como San Francisco.

Entre parques y librerías en Portland

Como bien la retrata Portlandia, la serie que transcurre en esta ciudad de Oregon, Portland tiene la particularidad de haber alimentado una cultura de activismo en distintas temáticas y es común ver banderas y carteles en los jardines frontales de las casas con consignas contra el racismo, la homofobia y la xenofobia.

Está superpoblada de tiendas de productos orgánicos, restaurantes vegetarianos, grow shops –en Oregon es legal el consumo de cannabis– y se cultiva un sentido de la comunidad muy distinto al de otras ciudades de la región.

Portland concentra enormes espacios verdes como el Washington Park, que tiene a su vez el jardín de rosas y el jardín japonés. Las manchas verdes en el mapa y los hilos de agua que la atraviesan la distinguen de cualquier ciudad de la Costa Oeste, porque la naturaleza se impone. Y si además de espacios verdes algo hace brillar a Portland, es la cantidad y diversidad de librerías que ostenta.

Seattle, la cuna del grunge

Seattle es la ciudad más grande del estado de Washington. Para quienes viven ahí, el sol es una rareza que aparece unas pocas semanas al año, y la lluvia –aunque muy liviana, “casi como el rocío de un verdulero sobre las frutas”, como lo definió una guía turística– una constante que se presenta de forma intermitente durante el día y casi todos los meses. En mayo y en junio, sin embargo, el tiempo puede ser un poco más amable.

Está a apenas dos horas de la frontera con Canadá y mucho de las raíces de algunos subgéneros del rock se emparentan con esta ciudad. Dos nombres para nada livianos tienen que ver con Seattle: Jimmy Hendrix y Kurt Cobain. A ellos y a muchos otros les hace un espacio el Museo de la Cultura Pop de Seattle, justo al lado de la Space Needle, la simbólica construcción de estética sesentosa que se inspiró en una torre de telecomunicaciones de Alemania y uno de los puntos más altos desde los que se puede ver la ciudad, ya que tiene un restaurante con un piso giratorio.

¿Qué más hay que hacer en Seattle? Visitar el Pike Place (el mercado de productores locales), donde la pesca del día baila a manos de los pescadores, un show ya tradicional para los turistas.