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La costa de Perú, para todos los gustos

A menos de cinco mil kilómetros de Córdoba, y con tan sólo un país de por medio, el suelo inca ofrece sol, mar, historia y precios accesibles. Una visita a Máncora y alrededores.

Sobre el océano Pacífico, mil kilómetros al norte del caos limeño, en el departamento de Piura, se localiza Máncora. Es un destino que brinda descanso y cultura a cada visitante que se atreve a pisar esta región.

Un colectivo nocturno es el encargado de depositarme en la austera terminal de ómnibus de esta pequeña localidad. Al abrirse las puertas del vehículo, pese a ser pleno julio, el calor –en contraposición con las bajas temperaturas de Lima– se hace sentir en la piel.

Buscar dónde hospedarse no es tarea difícil: ofertas sobran. Este pueblo, de naturaleza pesquera, es el destino preferido por surfistas locales y extranjeros. Sumado a ello, en los últimos años ha sido el más seleccionado para las vacaciones de miles de turistas, quienes han orientado la estructura del poblado más hacia el turismo que hacia la pesca.

Aquí, las actividades a realizar desbordan la lista de papel. Hay playa, excursiones, gastronomía, historia y un temario que pareciera no tiene fin. Al no ser una zona explotada por agencias de viajes, los precios son muy razonables y accesibles, lo que permite extender la estadía para organizar y disfrutar de todas las opciones del lugar y sus alrededores.

Sombrilla y reposera bajo el brazo

Desde cualquier punto de Máncora no hay más de diez cuadras al mar, por lo que pasar el día con los pies en la arena es una de las primeras recomendaciones. Para los más deportistas, las olas del Pacífico son excelentes para practicar e iniciarse en el surf.

Sus extensas playas, aguas cálidas y eternos atardeceres de ensueño –los mejores que he visto, si me permiten la opinión– hacen que el tiempo se detenga por estas latitudes.

En este sentido, si lo que se desea es tranquilidad en su máxima expresión, basta con caminar unos minutos por la arena en dirección al balneario Vichayito para encontrarse con la paz del mar.

Pasados los primeros días y habiendo descansado los pies, el plan que se impone es conocer los pueblos aledaños.

Caminando por la costanera o en algún colectivo local, se puede llegar a la localidad de Los Órganos. Con menos de cinco mil habitantes, es una zona propicia para ver animales. Desde un pequeño muelle de madera es posible avistar, según la época, tortugas marinas, varias especies de aves y peces, ballenas y lobos marinos –aunque estos últimos no son tan frecuentes ya que suelen ser cazados por los pescadores del lugar–.

Si al transcurrir la tarde los ojos piden más belleza marina, se puede seguir el recorrido hasta Ñuro, un pequeño paraje a la vera del mar. Desde aquí, apreciar el atardecer con el regreso de los pescadores de su día laboral garantiza una postal perfecta.

Entre historia y manglares

Al norte de Máncora, ya en el departamento de Tumbes, se localiza Puerto Pizarro, un balneario que debe su nombre a un hecho histórico. En 1532 desembarcó por estas aguas Francisco Pizarro, un conquistador español, con 180 soldados como parte de la conquista de Perú. Pizarro, con la ayuda de caciques, logró imponerse sobre el Imperio Inca. Hoy, esa unión de dos culturas está simbolizada por una concha acústica en la plaza principal de Tumbes.

Puerto Pizarro promete, aparte de un recorrido por la historia, paseos por manglares, islas y fauna autóctona. De aquí se extrae la famosa y exquisita concha negra: es casi una obligación degustarla en un ceviche casero.

Navegando unos minutos por el río Tumbes, el guía anuncia que llegamos a la Isla del Amor, rodeada de manglares y altos árboles. A pocos kilómetros de ella, y sin variar la vegetación, se encuentra la Isla de los Pájaros. Desde la embarcación se pueden observas los diferentes tipos de aves que habitan el ecosistema.

Aquellas son las fragatas –expone el guía, viendo que la mayoría de los asistentes mira a la misma especie–. Esta clase de pájaro es un espectáculo único cuando se halla en la fase de apareamiento. El macho, para atraer a la hembra, infla su pecho de color rojo casi a punto de explotar como un globo. Un show que brinda la naturaleza para cautivar la mirada de quien visita esta parte del globo terráqueo.