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La Costa Amalfitana: para cultivar el hedonismo

“Colgado de un barranco, duerme mi pueblo blanco”, cantaba Joan Manuel Serrat. En este caso, el pueblo es Positano y está en Italia.
“Colgado de un barranco, duerme mi pueblo blanco”, cantaba Joan Manuel Serrat. En este caso, el pueblo es Positano y está en Italia.

Si el hedonismo es la consecución del placer como fin, la costa amalfitana es "el lugar". Sorrento, Positano, Amalfi y Capri son cuatro destinos para conocer. Recordamos esta nota, para actualizarla cuando sea posible viajar.

Lo invitamos a jugar: cierre los ojos e imagine que, cuando llegue a destino, el sueño será real.

Los acantilados son interminables y luego del verde autóctono, asoma el azul intenso, tan intenso que hace achinar los ojos con la ayuda del sol; las rutas son muy angostas, como una gran serpiente que oscila y no da chances de demasiadas distracciones; abajo, los barquitos –como se ven desde la altura– son manchas sobre el mar Tirreno; casas, tiendas, hospedajes y restaurantes con vistas de ensueño, glamour y todo lo clásico de un destino hedonista, y olor a mar, sabor a limón, sonido cosmopolita y un sentimiento de calidez y pasividad realmente perceptible.

¿Lo imaginó? Bueno, así es la costa amalfitana. Un tramo de poco más de 30 kilómetros que mira al golfo de Salerno y va de Sorrento a Vietri sul Mare, destino que supo consagrarse como lugar preferido del jet set norteamericano a mediados de los ’50. Amalfi, Positano y la isla de Capri son enclaves merecedores de al menos un día de visita para dejarse atrapar por cada lugar.

Y, aunque no hay una única receta para llegar y recorrer estos lugares, lo que sí resulta imprescindible definir antes de viajar, es cuál será el centro de operaciones. Es decir, dónde hacer base para, desde allí, salir a visitar los distintos puntos. Nosotros elegimos Sorrento, encantador pero, quizás, el menos pintoresco de todos.

Como las distancias son cortas y los centros urbanos pequeños, la costa amalfitana puede recorrerse rápidamente y sin inconvenientes, pero es aconsejable destinar un par de días para no tener que hacer todo a las corridas. Por ello, tener una sola base desde donde moverse es una buena elección.

La otra decisión gira en torno al transporte: podrá optar por trasladarse en el clásico ómnibus o alquilar un vehículo. Puede que la primera opción sea la mejor si se trata de evitar el estrés de manejar en una zona desconocida y que requiere bastante atención para los indecisos del volante.

También hay que saber que encontrar estacionamiento durante el día no es fácil si no está dispuesto a desembolsar al menos unos 20 euros por ello. La otra variante, una moto estilo Vespa, puede resultar buena idea.

Probablemente, los mejores meses para disfrutar la costa amalfitana sean mayo, junio o septiembre, cuando empieza el otoño y la bota itálica ha regresado a la rutina laboral. En julio y agosto la afluencia turística es tan agobiante como el calor.

Como hincha de River, me apena pensar que la costa amalfitana puede ser perfectamente adjetivada como una tierra “azul y oro”, por los colores de sus diáfanas aguas y la cantidad e intensidad de limones que crecen en la zona, algunos grandes como melones.

Sorrento

Hay que moverse sin vacilar para conocer Sorrento, un destino pequeño y muy simple de familiarizar. Nada de “secreto mejor guardado” ni de playa solitaria; aquí, el centro neurálgico gira en torno a la plaza Torquato Tasso por la calle Corso Italia, la principal de la ciudad.

Paralela a ella, hacia el lado del mar, perdiéndose por las callecitas antiguas, podrá encontrar muchos puestos de comida y de negocios donde se ofrece el limón (producto regional) en sus distintas versiones: licor, jabones, caramelos, cerámicas, pasteles aromatizados y estampando en lo que se le ocurra.

Sorrento. La plaza Torcuato Tasso, centro neurálgico.
Sorrento. La plaza Torcuato Tasso, centro neurálgico.

El centro comercial es, sin ningún lugar a dudas, la Via San Cesareo, el corazón de la ciudad, con calles peatonales salpicadas con pórticos de palacios. El pueblo, que en sus orígenes fue una aldea griega y donde según la leyenda Ulises escuchó el canto de las sirenas, es en la actualidad el resultado de la unión de cuatro pequeñas ciudades: Meta, Piano, Sant’Agnello y Sorrento.

Por doquier hay hoteles pomposos donde alojarse sobre enormes acantilados, para tener un amanecer inolvidable. Desde abajo hacia arriba, sobresale la catedral, en la plaza principal, una iglesia franciscana con un monasterio del siglo XIII.

El centro histórico es románico y la exuberante y colorida vegetación agrega una cuota de encanto. Desde allí, descendiendo unas escalinatas, se accede al puerto, que conecta con Capri, Nápoles y otros lugares de la costa.

Lemoncello, el licor por excelencia de Sorrento, famosa por sus limones como producto regional.
Lemoncello, el licor por excelencia de Sorrento, famosa por sus limones como producto regional.

Por la noche, una excelente alternativa es caminar hasta la Marina Grande, para sentarse en Da Emilia a saborear los abundantes platos de pastas y mariscos, recargar energías y al otro día continuar con el viaje.

Positano

Destino exclusivo y tan bello como agotador, debido a su verticalidad. Edificado sobre las rocas de los cerros, puede calificarse como lo más memorable de esta porción turística. Pueblo peatonal con todos los detalles de la costa amalfitana: arquitectura en las alturas, ateliers de cerámica, tiendas de diseño y la nombrada scalinatella que conduce a la Playa Grande.

Hay que relajarse un par de horas en esta playa, totalmente empedrada (olvídese de la arena), que se pierde muy en lo profundo de un mar celestial y excelente para hacer la “planchita”, por su composición salina.

Los autos quedan arriba, en el camino costero, y la vista profunda en la que se destaca la cúpula azulejada de la iglesia de Santa Maria Assunta, es una postal que invita a bajar las escaleras empinadas. Frente a la plaza y bajo el cielo del Mediterráneo está el templo religioso.

Positano merece ser “caminada” y levantar la vista para observar cómo se posicionan, en forma de cascada, las casas de tonos pasteles. Entre sus callecitas plagadas de comercios, abundan las tiendas de ropa de grandes firmas italianas con precios prohibitivos.

Las cerámicas de Umberto Carro también merecen un párrafo aparte. Y cuando haya caminado lo suficiente y necesite un descanso, podrá ir a La Zagara a degustar alguna especialidad de la región, en la Via dei Mulini.