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Claves para una visita a Roma

Ciudad Eterna y Caput Mundi: si algo le sobra a la capital italiana, son títulos (además de historia, monumentos, ruinas y restaurantes para dejar las dietas para otra vida). Una miniguía para ubicarse.

Hay ciudades que pueden visitarse una y otra vez sin terminar de conocerlas. Y Roma, la mítica capital que fundaron Rómulo y Remo, está entre ellas. Tres mil años de historia, al fin y al cabo, no se agotan en un día, una semana, un mes ni una vida. Por eso, antes de iniciar el viaje, vale la pena tener en cuenta algunas pistas para orientarse y organizar los itinerarios.

DATOS ÚTILES. Información útil para enamorarse de Roma.

Tíber, margen izquierda

El río Tíber atraviesa la ciudad y la divide verticalmente en dos. Sobre la margen izquierda  (oeste) el gran hito es el Vaticano: quien pise la plaza San Pedro o la Basílica ya podrá anotar un país más en su lista, aunque la Santa Sede intramuros realmente no se visita (salvo que se viva o trabaje allí). Bordeando la plaza hacia el norte se llegará asimismo a la entrada de los Museos Vaticanos y su célebre Capilla Sixtina (atención porque toma su tiempo ir de la plaza al acceso de los museos: calzado cómodo y buenas piernas son condiciones sine qua non para disfrutar la ciudad).

Siempre del lado izquierdo del Tíber, esta vez hacia el sur del Vaticano, está el Trastevere, el barrio bohemio que es ideal visitar al atardecer para una cena temprana. Si uno quisiera unir el Vaticano y el Trastevere, pasando todo el día del mismo lado oeste, puede hacerlo caminando por el Lungotevere Farnesina, bordeando el río a lo largo de unas 30 cuadras. En el camino pasará junto el Jardín Botánico de Roma, y si lo atraviesa llegará a la Terraza del Gianicolo, una de las siete colinas de Roma, que recompensa el esfuerzo de la subida con una vista espectacular de la ciudad.

Tíber, margen derecha

Todo lo demás –es decir un sinfín de plazas, museos y monumentos– está del lado derecho u oriental del río. Lo ideal sería –después de visitar el Vaticano– cambiar de orilla a la altura del Castillo Sant’Angelo, cruzando por el bellísimo puente Sant’Angelo, recubierto de mármol travertino. Y aquí llega el dilema: ¿cómo seguir? Si un bordea el río hacia el norte hacia la Plaza del Popolo, son unas 15 cuadras de caminata para desembocar en lo que se considera el corazón del “tridente”, porque de aquí se desprende un abanico de tres avenidas –Vía de Ripetta, la más cercana al río; Vía del Corso, en el medio y Vía del Babuino, al este– que están entre las más animadas y comerciales de Roma. Si se elige Vía del Babuino para retomar camino hacia el sur, en 900 metros se habrá llegado a otro hito: la Plaza de España, con las famosas escaleras donde se organizan desfiles de moda. A esta altura hay varias calles, algunas de ellas peatonales –Vía delle Carrozze, Vía Frattina, Vía Condotti–, famosas por sus boutiques de moda. Como para dejar una fortuna en el intento o al menos admirar a las hordas de turistas chinos que salen con bolsas repletas a más no poder de Prada, Missoni, Versace o Armani.

Siempre “bajando” hacia el sur por el mapa, se arribará a la fuente más famosa del mundo: la Fontana di Trevi. El rito es tirar tres moneditas, hacia atrás y sin mirar, con la promesa de que se volverá a Roma. Nada se pierde con intentarlo, siempre y cuando se consiga un lugar libre al borde de su espectacular espejo de agua bordeado de estatuas barrocas. Y a esta altura, el caminante se verá en una disyuntiva: si vuelve desde aquí derecho en dirección al Tíber, llegará a la espléndida plaza Navona –con su fuente de los Cuatro Ríos, incluyendo el Río de la Plata– y un poco más allá a Campo del Fiori (con un animado mercado diurno). Si en lugar de ir hacia el Tíber sigue derecho (derecho es un decir, más una expresión de deseo que una realidad en una ciudad que invita a detenerse y desviarse a cada paso), desembocará en el Foro Romano y el Coliseo. No es imposible: tomando por la Avenida de los Foros Imperiales hay menos de 20 cuadras entre la Fontana di Trevi y el famosísimo anfiteatro. Si el viajero se pierde, pregunta: la ventaja es que aunque no entienda el idioma los romanos hablan sobre todo con las manos, e incluso con toda su exuberancia y el apuro típico de las grandes ciudades, nunca de ser amables y solidarios (lo cual no quita que aquí también haya amigos de lo ajeno como en todos los lugares concurridos; hay que cuidar la cartera de la dama y el bolsillo del caballero).