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Cinco días por el Valle Sagrado de los Incas

Esta zona es la antesala perfecta al Machu Picchu, una de las maravillas del mundo que más visitas recibe al año. La ruta incluye, entre otros destinos, a Cusco y Ollantaytambo.

Un recipiente con hojas de coca es el encargado de dar la bienvenida a los nuevos visitantes. Al descender del avión, los casi 4 mil metros de altura sobre el nivel del mar se sienten en la respiración, en los oídos y en todo el cuerpo, pero nada de ello impide que la adrenalina comience a contagiar cada célula del organismo.

Machu Picchu es una de las maravillas del mundo más visitadas al año y, según locales y viajeros, tiene una antesala imperdible.

El periplo para descubrirla puede empezar por Cusco. La capital histórica de Perú se abre paso a través de callejones adoquinados y pendientes que piden ser caminadas. Cercada por cerros y repleta de iglesias y de monumentos de la época del virreinato, es un cuadro soñado. Una buena idea es sentarse en la Plaza de Armas para descansar los pies y degustar unos mates frente a la imagen del Inca, paradójicamente ubicado frente a la iglesia de la Compañía de Jesús.

DATOS ÚTILES. Información útil para pasear por Perú.

Aquí, incontables agentes turísticos acuden a cada nueva cara extraña ofreciendo paquetes para recorrer la localidad y sus alrededores. Combatir con ellos es una tarea ardua, aunque no imposible.

Lejos del caos turístico, una combi se anuncia a Tambomachay, ubicado a 10 kilómetros del centro. Este fue un lugar de culto al agua y un espacio de descanso para los jefes del imperio. Desde sus cerros se puede entender perfectamente el porqué: en una vista exquisita, las lomas y la arquitectura incaica se fusionan.

Al descender caminando rumbo a la ciudad, yacimientos arqueológicos se asoman de tanto en tanto entre la naturaleza seca y amarilla. Puca Pucara y el Templo de la Luna son los primeros. Le sigue Qenqo, una construcción ofrecida para ritos religiosos y formada por laberintos en piedra. Saqsaywaman, un antiguo fuerte ceremonial, es el encargado de despedir el recorrido. Algunos locales aseguran que desde allí se puede obtener la mejor panorámica del Valle.

La caída del sol acompaña los últimos treinta minutos hasta el centro de Cusco. Al llegar a la Plaza de Armas, la noche extiende su mano.

Entre ruinas y aguas termales

Al día siguiente se puede ir en bus a Pisaq, a media hora de Cusco. Conocido por su observatorio astronómico y su plaza principal que rebosa de colores, es uno de los sitios arqueológicos más importantes de la zona. En este lugar, el día termina en una fogata junto al río Vilcanota.

Con el objetivo de continuar desandando la cultura incaica, una buena opción para el tercer día es ir hasta Ollantaytambo, con una parada forzosa en Urubamba. Según la opinión de muchos, se trata del mejor sitio de la zona luego de Machu Picchu.

También conocida como “Ollanta”, tiene senderos empedrados y está rodeada por picos nevados y vestigios incas. Aquí se palpa perfectamente la increíble planificación urbana de esta cultura ancestral. Perderse por sus pedacitos de historia y pasar por el mercado a horas del almuerzo es el plan perfecto.

Y pese a que el escenario invita a una estadía interminable, los tiempos apuran. Luego de unas horas, montando un colectivo de trabajadores se accede a Santa María, y de allí, después de unos 20 kilómetros, a Santa Teresa. Este destino es famoso por su clima cálido y sus aguas termales, más económicas y tranquilas que las de Aguas Calientes. Como abren hasta las 23, brindan la posibilidad de cerrar el día con el cuerpo renovado.

A la mañana siguiente, una caminata hasta la célebre Hidroeléctrica Machu Picchu resulta más que interesante. El paisaje no tiene desperdicio: entre el río Vilcanota, las montañas y los puentes colgantes, las dos horas de trekking se transforman en un instante.

Más allá de ruta propuesta, en este punto hay que guardar un día entero para recorrer Machu Picchu y tacharlo de la lista. Pero la visita no termina ahí.

Un “anfiteatro” verde

Todavía queda por conocer Moray, un sitio muy particular. Desde Santa María, el colectivo se anuncia a Maras, que es el poblado previo a las ruinas. Moray se presenta como una especie de anfiteatro agrícola. Está conformado por doce terrazas en diferentes niveles, cada una con un microclima distinto. A veces, un comerciante local se puede transformar en guía turístico momentáneo y ayudar a recorrer los últimos kilómetros.

Miles de enseñanzas en la mochila dan cierre a este capítulo. Los viajeros terminarán agradecidos al corroborar la herencia de esta cultura milenaria.