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Cartagena, realismo mágico entre murallas

Es una ciudad de literatura ideal para caminar tranquilo, bailar y tomar ron de antaño. El combo se completa con las playas de Barú e Islas del Rosario.

“Ningún lugar en la vida es más triste que una cama vacía”. Así apunta un mural con el crédito de Gabriel García Márquez sobre la fachada blanca de una casa en la ciudad amurallada. Sin embargo, más triste estuvo ella, Cartagena de Indias, el día de abril que tuvo despedir a la distancia a su hijo pródigo.

Como buena heroica, la meca colombiana del turismo siempre supo sobreponerse al dolor, incluso cuando derramó ríos de sangre en la época de la colonia. Debajo de la Torre del Reloj, en la entrada principal al casco antiguo, la gráfica es clara: “La herencia de los africanos”.

Once kilómetros de murallas secas y amarillentas impiden que la ciudad vea el paso del tiempo. Quizá sea por eso que en sus antiguas callejuelas todavía se escuchan cuentos de corsarios cojos con cara de malos, negros esclavos, brujos e inquisidores de hoguera. Hay que caminar mucho este lugar, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, aunque al paso, entre palenqueras y viajeros, haya que toparse con vendedores de todo tipo.

“Allí era donde se vendían los esclavos”, dice el guía Rafael Cárdenas, al pasar por la Plaza de la Aduana. Por eso, una de las calles que deriva en ese punto se llama Calle de la Amargura.

Es difícil escapar de los encantos que pueden parecer reiterativos, pero no lo son. Siempre aparecen en el horizonte cercano sitios ineludibles como la Catedral; Las Bóvedas; el Portal de los Mercaderes, donde están los vendedores de dulces típicos frente a la Plaza de los Coches; la pulposa Gertrudis, una escultura de Fernando Botero; o el Palacio de la Inquisición, ubicado en la Plaza Bolívar, donde "Gabo" pasó su primera noche cuando llegó desde su Aracataca natal.

Rafael se para frente a una casa descuidada, de cinco arcos, y apunta que ahí funcionaba el periódico El Universal, donde el escritor comenzó a trabajar. A unos pocos pasos se encuentra uno de sus legados, la Fundación para el nuevo Periodismo Iberoamericano.

En el recorrido, el vendedor que pedalea y prepara peto (pasta dulce de maíz y leche) en una cacerola sobre un mechero móvil, aparece y desaparece de la escena si nadie le hace señas para que detenga su triciclo.

Esta porción del Caribe es un espacio de fantasía por el realismo mágico que García Márquez creó y que bailotea en la atmósfera, donde los coloridos balcones cubiertos de geranios y Santa Rita “en otros tiempos, por su tamaño, representaban títulos de nobleza y marcaban diferencias de clase”, según añade el guía.

Pocos desconocen el desamor entre Fermina Daza y Florentino Ariza en El amor en los tiempos del cólera. Tampoco que Simón Bolívar, el protagonista de El general en su laberinto, pasó una noche en la mansión "donde malvivió el marqués de Valdehoyos". Y mucho menos que el mismo marqués le sirvió de musa inspiradora para gestar al padre de Sierva María de Todos los Ángeles, en Del amor y otros demonios, donde el escritor se mete por cada pasillo del exconvento Santa Clara y juega con el diablo y los clérigos a exorcizar a la pequeña internada entre monjas de clausura.

El calor pesa y la proximidad con el mar no es paliativo suficiente. Si uno toma un jugo de naranja hasta la mitad, debe esperar por la ñapa: la costumbre indica que la recarga del vaso es totalmente gratis.

El saludo final es en el Claustro de la Merced, donde reposan eternas las cenizas del hombre que vivió enamorado de Cartagena. La noche asoma y es hora de sentarse en el Café del Mar para saborear una cerveza Águila bien fría, escuchar el sonido costero y llenarse de placer. El paseo en chiva, un ómnibus pintado de colores que recorre la ciudad entre ron y vallenatos, sentencia la noche cartagenera.

DATOS: Información útil para viajar a Cartagena

A descansar en la playa

En la península de Barú, decir que uno viene de Córdoba es prepararse para escuchar una referencia a “la Mona” Jiménez en la respuesta. En este escondite tropical con arena blanca y mar esmeralda, en medio de 14 hectáreas de manglares, sólo hay que dejarse llevar por el ritmo que impone el sonido ambiente. Cerquita está Playa Blanca, de agua turquesa radiante, donde concurre el grueso de los lugareños y los viajeros que optan por arriesgarse a dormir a pata suelta en una hamaca paraguaya.

El otro gran atractivo de la zona son las Islas del Rosario, a las que la mayoría llega en un tour panorámico, aunque existen opciones de alojamiento. Entre las 27 islas, islotes y cayos que contemplan un Parque Nacional creado para proteger uno de los arrecifes de coral más importantes de la costa colombiana, se encuentra el Oceanario. Un dato: en ese lugar, Pablo Escobar supo levantar una villa de verano.

Más pronto que tarde, el sol se esconde. Y mientras el mar susurra al oído y coquetea con los pies en la orilla, en el horizonte se explica el verdadero significado de la palabra atardecer.

El costado más genuino de “Caltagena”

Getsemaní, el último barrio típicamente cartagenero que queda, es música caliente que se filtra por las ventanas, calles con nombres como Tripita y Media o El Guerrero, vendedores de arepa, hostales de mochileros y cafés como La Havana, que hoy reúne a locales y turistas por igual entre mojitos de maracuyá, pósteres de Compay Segundo y bandas en vivo.

La Miami colombiana

Así se conoce a Bocagrande, que tiene playas y mar a mano. Es la zona hotelera donde se levantan grandes cadenas, casinos, restaurantes y muelles cargados de yates. Desde el cerro Popa, la montaña más alta, y el Castillo San Felipe de Barajas, un fuerte militar, la vista 360 desnuda el alma de la quinta ciudad más importante de Colombia.

Testimonios

“HAY QUE TOMARSE UN CAFÉ EN LA LIBRERÍA ÁBACO PARA RECARGAR ENERGÍAS, Y PERDERSE CAMINANDO LAS CALLES DE LA CIUDAD ANTIGUA”. Manuel Scilingo (34), cordobés.

“BARÚ ES UN BUEN DESTINO MIELERO PARA DISFRUTAR DE LA PLAYA. LAS ISLAS DEL ROSARIO SE JUSTIFICAN POR SU BELLEZA NATURAL”. Macarena Rivetti (29), cordobesa.