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El Camino de Licia: historia, paisajes, playas y aventura en el Egeo

En un sendero poco conocido de Turquía, se pueden llegar a playas increíbles y paradisíacas. Un placer para los amantes del trekking, del camping y del mar.

Desde un balcón con vista al Bósforo (el estrecho de Estambul, Turquía), jóvenes cordobeses conversaron con Voy de Viaje apenas regresaron de un trekking increíble por uno de los senderos más largos del mundo: el Likia Yolu, en turco, conocido en inglés como Lycian Way o en español como El Camino de Licia.

Se trata de un recorrido de 530 kilómetros entre las ciudades Fethiye y Antalya, bordeando el Mar Mediterráneo en la península de Teke, al suroeste de Turquía.

Lleva el nombre de Licia, antigua región entre las actuales provincias de Antalya y Muğla, donde habitó el pueblo licio en el I a.c. A lo largo del trayecto se pueden encontrar ruinas arqueológicas de aquella civilización.

Este itinerario poco conocido turísticamente fue creado por la inglesa Kate Clow en 1999, quien se había mudado a Turquía 10 años antes. Interesada por la historia, el legado de aquella civilización licia y el senderismo, decidió marcar el camino: toda la extensión fue trazada por Kate, y existen marcas pintadas en piedras en rojo y blanco, y piedras apiladas que indican el sentido a seguir.

Para recorrer la totalidad del circuito, de dificultad media alta, se necesita un mes, aunque algunos senderistas eligen solo hacer un tramo, o bien completar un poco caminando y otro en transporte. El camino es en montaña, no obstante, en algunos tramos se baja a pueblos o caseríos para el aprovisionamiento de víveres. A lo largo de la ruta existen albergues, refugios y campings, aunque también se puede acampanar gratuitamente en el camino. Es una posibilidad de hacer turismo alternativo para disfrutar de la naturaleza, la historia y la aventura de manera sostenible, cuidando del medio ambiente.

El recorrido en primera persona

Franco Bussi, Bernardo Costamagno y Nicolás Arce, los tres cordobeses de Laboulaye, llegaron en abril a Turquía. Cada uno por su cuenta viene recorriendo el mundo desde hace unos meses, y decidieron coincidir unas vacaciones en aquel país, para luego continuar viajando y trabajando por otros rumbos.

Habían llegado a Fethiye, ciudad costera al suroeste de Turquía, en búsqueda de sus playas de aguas turquesas, pero no estaban al tanto de la existencia de este sendero. En esa ciudad, escucharon hablar en español a Andrea, de Buenos Aires, y como suele ocurrir en los viajes donde el idioma no es el propio, reconocer la tonada argentina genera al menos el impulso por saludar.

Ella les comentó de la existencia del sendero, y decidieron hacer la excursión los cuatro. Antes de salir, compraron lo necesario para la travesía y buscaron información en blogs de viajes y descargaron el recorrido en la aplicación Maps.me.

Al partir, posaron para la foto obligada en el cartel que indica el comienzo de la aventura. El primer día arrancaron con toda la motivación, y caminaron 18 kilómetros. El resto, el ritmo fue variando entre 12 y 18, dependiendo del terreno. Hubo tramos complicados por las subidas y bajadas empinadas, a lo que se le sumó el peso de las mochilas de más de 10 kilos. Algunos caminos angostos junto al precipicio, los obligaba a avanzar con cuidado.

A pesar de algunas zonas agrestes, en las montañas la vegetación es abundante, y la fauna local también se hizo presente.

Acamparon a lo largo del camino y en playas, pero también hicieron algunas paradas en refugios. Dado que el servicio de alojamiento y la comida es accesible, sumado a que se puede acampar gratuitamente, el itinerario resultó económico.

En el sendero sólo se encontraron con algunas personas: además de que es poco conocido, el contexto mundial no ayuda.

El grupo argentino quedó maravillado de las playas y los paisajes. “Estábamos muy cansados, y de repente llegábamos al borde de la montaña y mirábamos hacia abajo y estaba el Mar Mediterráneo en su máximo esplendor. Decíamos: bueno vale la pena, vamos a seguir caminando porque nos esperan igual o mejores paisajes”, contó Franco.

La mejor playa que conocieron, a la que quizás solo llegue quien hace el Camino de Licia, está inmersa en la montaña, y llegaron guiados por residentes en la zona. “Quedamos enamorados de esa playa, estaba sola entre dos montañas, el agua estaba calma, se veía el fondo del mar, fue fantástico”.

Tras 10 días de haber emprendido el trekking, el recorrido terminó 100 kilómetros después en Patara Beach. El grupo estaba motivado y hubieran continuado hasta el final, pero decidieron que su aventura en esta oportunidad llegaba hasta allí. Creen que quizás hubieran alcanzado a ir un poco más lejos, pero hicieron algunas pausas en el caminar porque tuvieron “imprevistos lindos”, como los definieron: encontrar paisajes que por su belleza quisieron disfrutar de más tiempo y compartir de la rutina diaria con una familia.

Viajar lento y disfrutar del detalle

Como dice Carl Honoré, la voz del movimiento “slow”, cuando viajamos con prisa nos perdemos de los pequeños detalles que hacen de cada lugar algo emocionante y único.

Lycian Way es un camino que permite transitarlo al propio ritmo disfrutando de cada detalle del paisaje. “Lo bueno es que nadie te apura. En el momento que sentís que estás cansado en el día del trekking, son las 4 o 5 de tarde en la montaña, viste un lugar para acampar y te quedás. En la mayoría de las playas no había problema para acampar, lo vas manejando”, comenta Franco.

Siguiendo a la filosofía “slow”, viajar a tu propio ritmo también es tomarse el tiempo para interactuar con las personas locales y aprender acerca de su cultura.

Una vez que el cansancio se hizo sentir, quisieron hacer dedo hasta el siguiente pueblo. Una familia de la zona los llevó hasta su casa, con una vista privilegiada al mar. Se quedaron unos días ayudando con algunas tareas, degustando comidas típicas  y conociendo la cultura turca.

Luego, acamparon tres noches en Paradise Beach, una solitaria playa que les ofrecía el Mediterráneo al abrir la carpa cada mañana.